“Barcelona, 1937: 4 días de mayo que señalan el fin de la revolución social”
En Bandera
Roja –public. 10/5/17
Durante cuatro días
de mayo, ahora hace 80 años, las calles de Barcelona y de otras ciudades de
Cataluña se poblaron de barricadas.
En
ellas trabajadores armados, anarcosindicalistas y poumistas, defendieron
desesperadamente lo que habían conquistado a lo largo de nueve meses de una
revolución que habían ganado cuerpo a cuerpo a la sublevación militar-fascista,
cumpliendo así una lejana aspiración liberadora. Lo hicieron con más amargura
que fe en la victoria, como reflejan las diversas crónicas de aquellas
jornadas, especialmente en el “Homenaje a Cataluña”, de George Orwell,
traducido en multitud de idiomas, y el mayor clásico sobre la guerra (y la
revolución) española, tantas veces reeditado. Todos estos testimonios
corroboran que Mayo no pudo ser como julio del 36, entre otras cosas porque
pesaba entre los trabajadores no solamente el temor por Ias ventajas que
pudieran extraer los mal llamados “nacionales” de un enfrentamiento armado en
el campo de la izquierda, sino también la comprensión del precio que se está
pagando por las concesiones y compromisos del período anterior.
Las
tensiones venían de atrás, la restauración republicana se estaba extendiendo, y
estaba impaciente por cerrar la fase revolucionaria. El primer 1 de mayo de la
Barcelona roja y negra, no se pudo celebrar.
El 3 de mayo, lunes, allá por las
tres de la tarde, Rodríguez Sala, militante del PSUC, comisario general de
Orden Público del Gobierno de la Generalitat, actuando de acuerdo con el
conseller (ministro) de Seguridad Interior del gobierno, Aiguadé, militante de
Esquerra Republicana de Cataluña, asalta la Telefónica de Barcelona, empresa
controlada desde las jornadas de julio del 36, por un comité UGT-CNT,
dominado por la CNT. Los consejeros cenetistas en el gobierno exigen sin
resultado la destitución inmediata de Rodríguez Salas y Aiguadé. Cuando se va
conociendo la noticia del asalto, Barcelona se llena de barricadas levantadas
por militantes de la CNT y también del POUM. “El espíritu del 19 de julio se ha
apoderado nuevamente de Barcelona”, declara la ejecutiva del POUM.
Azaña,
instalado en Barcelona y tan preocupado por su seguridad personal como por el
“orden público”, hace llegar a Largo Caballero una petición de refuerzos
policiales. Aiguadé hará lo mismo, de acuerdo con Companys, solicitando “el
envío urgente de 1.500 guardias indispensables para sofocar el movimiento”. En
el cinturón obrero de Barcelona, los militantes de la CNT eran dueños de la
situación; en la barriada de Sants, por ejemplo, el comité local de la CNT
detiene a 400 guardias republicanos. El día 4, martes, Largo Caballero no se
decide a enviar refuerzos. Se recrudecen los enfrentamientos en la calle, como
“guerra de posiciones”, manteniéndose los combatientes en sus barricadas o
edificios ocupados, pero sin tratar de conquistar posiciones enemigas. A las
dos de la tarde, la CNT y la FAI dan la orden de alto el fuego: “¡Deponed las
armas! ¡Comprended que somos hermanos! Si nos combatimos entre nosotros mismos
estaremos perdidos”.
La
Batalla, órgano del POUM, llama a permanecer “en estado de movilización
permanente”.
Largo
Caballero propone que una comisión de la UGT y la CNT se traslade a Barcelona
para buscar el fin de las hostilidades y “para evitar la incautación de los
servicios de orden público por el Gobierno Central”. Los ministros del PCE, junto
a Prieto y los de Izquierda Republicana, presionan a Largo Caballero para que
el gobierno se incaute el control del orden público y la política militar en
Cataluña. A la una de la tarde, Companys da prácticamente el “visto bueno” a
esta posibilidad de incautación. Largo Caballero espera todavía el resultado
de las gestiones de la comisión UGT-CNT. En nombre de la ejecutiva del POUM,
Juan Andrade anima diversas reuniones con la dirección de la FAI buscando un
acuerdo. La última propuesta la basa en considerar que casi toda la ciudad de
Barcelona, salvo el centro en torno al Palacio de la Generalitat, está en manos
de las fuerzas de la CNT y el POUM. Se trataba pues de “un avance metódico,
dirigido por especialistas militares, de las fuerzas combatientes cenetistas y
poumistas hacia el centro de la Generalitat, para tomar ésta.
5
de mayo, miércoles, al mediodía el gobierno central suprime las competencias
de la Generalitat sobre orden público y defensa. Prácticamente desaparece la
autonomía catalana, pero Companys declara: “El Gobierno de la República, con
más medios de los que dispone la Generalitat, puede hacer frente a las
necesidades del momento. No son horas de comentario, y lo único que se puede y
se debe recomendar, si queremos defender los intereses de la guerra contra el
fascismo, es la colaboración leal y resuelta con el gobierno de la República”.
Se constituye un gobierno provisional de cuatro consejeros, uno de cada fuerza
política: ERC, CNT, Unió de Rabassaires y UGT-PSUC. Antonio Sesé recién
nombrado consejero en representación de UGT -PSUC es asesinado. El PSUC acusa
del crimen a “provocadores trotskistas al servicio del fascismo”. Por su parte,
“Los amigos de Durruti” un pequeño grupo escindido de la CNT-FAI difunde una
octavilla donde afirma: “Se ha formado en Barcelona una Junta Revolucionaria.
Todos los elementos responsables del intento subversivo que maniobran al
amparo del gobierno deben ser pasados por las armas. En la Junta
Revolucionaria tiene que admitirse al POUM, porque se ha situado al lado de
los trabajadores”. Andrade define a este grupo diciendo: “no eran nada en el
plano orgánico y eran un monumento de confusión en el terreno ideológico”.
Nunca llegó a constituirse realmente esa “junta revolucionaria”.
Prosiguen
los llamamientos de la UGT y la CNT a la calma. Mientras el PSUC redobla los
ataques contra el POUM. Miguel Valdés, uno de sus dirigentes, declara:
“Compañeros de la CNT, no hemos de malgastar un minuto más; hay que acabar con
el trotskismo criminal que desde sus periódicos sigue incitando a los
antifascistas de Cataluña a que se maten entre sí”. En la madrugada es
asesinado Camilo Berneri, anarquista italiano, una de las figuras más
respetables del movimiento libertario. La situación va calmándose. El POUM da
la orden de retirarse de las barricadas y volver al trabajo. Los obreros
vuelven al trabajo mientras que 1.500 guardias de asalto enviados por el
gobierno central se aproximan a Barcelona; no será necesario bombardear como se
llegó a plantear. El 7 de mayo, viernes, llegan los guardias a Barcelona, junto
a una fuerza de carabineros enviada por el entonces ministro de Hacienda Juan
Negrín. Por tierra y mar siguen llegando refuerzos, hasta sumar en pocos días
12.000 hombres. La CNT da instrucciones a sus militantes de no obstaculizar su
llegada a Barcelona.
Desde
el lado revolucionario, la discusión no pasa tanto por las perspectivas que se
abrían. Ésta era una convicción que resultaba muy minoritaria. La defienden con
entusiasmo los jóvenes trotskistas que se hacen llamar bolcheviques-leninistas
y que están en conflicto abierto con el POUM, y “Los Amigos de Durruti”, y no
sin dudas. Pasa por lo tanto más por crear una correlación de fuerzas que
permita unas garantías contra la represión. En el lado de las barricadas no se
comprendió todo lo que estaba realmente en juego en aquella batalla en la que
los dirigentes de la CNT ya no estaban por la labor. Aún hoy causa estupor leer
el primer comunicado de la dirección del POUM tras el abandono de las barricadas
el 6 de mayo; “El proletariado ha obtenido una importante victoria parcial (…).
Ha desbaratado la provocación contrarrevolucionaria. Le ha asestada un serio
golpe a la burguesía y al reformismo”. Esto es justo la historia revés.
En
el otro lado de las barricadas sí había una conciencia de lo que estaba en
juego. La hubo en realidad desde el 19 de julio de 1936, cuando Companys
consiguió convencer a la dirección de la CNT que dejaran en pie la institución
de la Generalitat republicana, y la hubo después día a día en la paciente tarea
de reconstruir el poder democrático burgués y poner fin al poder embrionario
establecido por los comités y las milicias obreras. El papel decisivo en esta
tarea correspondió al PSUC, y en especial al sector compuesto por consejeros y
expertos enviados por Stalin. Ellos fueron los –tristes- vencedores de las
jornadas de mayo. Una victoria que hoy ya nadie reclama.
La
controversia sobre el significado de los hechos de mayo de 1937 en Barcelona
sigue en pie, aunque en el presente solamente una minoría más bien patética se
atreve a refrendar la actuación estaliniana. Nadie puede defender seriamente
las calumnias estalinistas sobre una “conspiración fascista” a través del POUM,
y por lo mismo, toda la trama que acompaña al secuestro, tortura y muerte de
Andreu Nin. Una trama que ya ha sido desvelada en buena parte por el documental-investigación
producido por TV3 Operació Nikolai, un modelo de investigación periodística.
Sin
embargo, esto no quiere decir que existe una “justificación”, aunque sea
-ironías de la historia- en clave anticomunista. La actual historiografía
dominante interpreta los acontecimientos de entonces en clave democrático
actual, situando al movimiento obrero como elemento subalterno a la burguesía
republicana. La democracia representativa –nos dicen- es una garantía contra la
aventura revolucionaria, a la que la derecha amputa la principal
responsabilidad del estallido de la guerra. Desde esta perspectiva, contemplan
lo que sigue a los hechos de Mayo como algo turbio y lamentable, pero finamente
justificable. Aceleró la restauración del orden republicano anterior a la
sublevación militar-fascista. El paso siguiente es atribuir el “trabajo sucio”
a los comunistas, o a los soviéticos, en exclusiva.
Para
la izquierda con vocación alternativa, los “hechos de mayo” tienen un enorme
poder simbólico, amén de una importancia histórica de muy amplio alcance. Como
recordaron algunos durante las jornadas francesas de mayo del 68, en hojas en
las que se rememoraba la revolución en Cataluña durante la guerra civil en
general y mayo como parte de ella, estas jornadas representan una de las
escasísimas experiencias en Europa occidental de lucha de masas por una
revolución socialista liberada de la burocracia. Pero por supuesto, esta es una
interpretación. Actualmente es parte de un debate abierto entre los
historiadores, pero también entre sectores de la izquierda, y muestra de ello
la tenemos en las actividades que entidades como la Fundació Andreu Nin y
otras, están tratando de impulsar a través de jornadas, conferencias,
ediciones. Hablamos de debates abiertos, plurales, porque no hay respuestas sin
controversias.
Sin
embargo, lo que para la izquierda debe de quedar fuera de toda duda es la
necesidad de recordar y homenajear a las víctimas de la represión estaliniana,
y muy especialmente a militantes de la categoría moral e intelectual de Andreu
Nin, del anarquista italiano Camillo Berneri o del poumista austriaco Kurt
Landau, sin olvidar otros nombres menos conocidos. Debemos de recuperar aquel
grito de ¡Ber-ne-ri-Nin!, ¡Ber-ne-ri-Nin! que los trabajadores indignados
impusieron en el mitin que la CNT celebró a continuación, con el POUM
ilegalizado. Un grito que fue expresión de la más alta conciencia social y humana
de aquel trágico momento histórico que Walter Benjamín definió como de
“medianoche en el siglo”, título por cierto de una novela del emblemático
Víctor Serge dedicada a los líderes del POUM desaparecidos o encarcelados. Esta
tentativa de reproducir en Barcelona los métodos estalinianos (“la guerra
contra el trotskismo”, al decir de Santiago Carrillo que sabe de lo que habla)
será la mancha más triste y sucia de la España republicana.
En
síntesis:…la respuesta al golpe militar-fascista es ante todo obra de los
sindicatos y partidos obreros. El golpe provoca una revolución…a medias.
Mientras que por abajo se colectiviza, por arriba se establece una cohabitación
con un gobierno que gradualmente tratará de restablecer su autoridad. Esta
tarea coincide con la mutación estalinista de la URSS y de los partidos
comunistas. Desde entonces el PCE-PSUC abandona la línea unitaria inaugurada en
octubre de 1934 para situar la liquidación de la “quinta columna” o sea contra
“trotskistas” y anarquistas como una tarea prioritaria. Un giro que adquiere
una significación inequívoca a las jornadas de mayo de 1937, que coinciden
tanto con el proceso de restauración gubernamental y con el papel ambivalente
de una ayuda soviética que envía militantes pero también policías. Dicha de
otra manera, se trata de la página más oscura y controvertida de la resistencia
republicana, la que explica que sea el acontecimiento histórico más
controvertido en las interpretaciones de las izquierdas.
Pepe
Gutiérrez-Álvarez
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