“La calle dijo NO”
En Radio-Diario U. de Chile –public. 11/5/17
“¡A la calle! que ya es hora” escribió
alguna vez Gabriel Celaya y cantó Paco Ibáñez. “España en marcha” es el nombre
del poema que todavía hoy acompaña. Acompañó. Por ejemplo ayer, en Buenos
Aires, en casa de uno o de otro, previo a la marcha hacia Plaza de Mayo. Una
vez más, la Plaza. Una vez más, la marcha. Pero ya no como pude relatar hace
unos años, para compartir conquistas, alegrías, creaciones colectivas que
tuvieron como escenario la Plaza, varias veces bombardeada y recuperada por y
para el pueblo argentino. Ese que se parece al poema, a la canción, a pesar de
las diferencias culturales, y otras diferencias, que no han de ser tan
importantes, porque no por nada Paco está en Argentina como en su casa y
siempre vuelve, y siempre se lo espera.
Como
es sabido, la marcha de Buenos Aires tenía como motivo la decisión de la Corte
Suprema de otorgar beneficios a responsables de crímenes de lesa humanidad.
Medida conocida como “2x1” que permite la puesta en libertad de criminales
notorios.
Anoche
la calle dijo no. En nombre de la vida. En nombre de los muertos. En nombre de
una historia larga de la que todos somos parte. Fue una concentración
multitudinaria.
Nunca estuvimos tan contentos, quizás, de que nos faltara el
aire. Literalmente no se podía respirar, ni avanzar, ni retroceder, ni torcer
el camino hacia ningún lado. Con suerte y no poca ayuda se pudo poner los hijos
a salvo. Encaramarlos. Hacerlos subir a alguna ventana de un edificio, un
monumento, un techo. La marcha, la plaza, los alrededores estaban llenos de
niños. Algunos en los hombros de sus padres y otros colgados, como frutas en un
árbol, de todas las alturas.
Por
eso, los niños fueron ayer observadores privilegiados de la escena. De la
masividad del encuentro. Tuvieron un panorama completo. El que nosotros,
adultos, no podemos tener. Nos falta altura. Nos cuesta ver algo más que la
nuca del de adelante, los rostros que pasan fugaces. La visión de tantos padres
con los cochecitos a cuestas como si nada, como si no pesaran nada, mientras se
oyen las voces: Estela de Carlotto, Taty Almeida. Otras. Las voces de todos los
presentes. La tuya, compañera. La mía. La de mi hija. Y su besito en la
mejilla. Me conmueve el besito. Parece decir “gracias”.
Pero
yo no quería llevar a mi hija a la Plaza para sentir una vez más la derrota que
se obstina en perseguirnos. De haber podido elegir, me hubiera quedado con la
Plaza de antes, la de los festejos, la de las reuniones para pensar todos
juntos opciones para seguir. La Plaza de anoche, aunque hubo alegría y se ve
claramente en las bellas fotos que hoy circulan, muestra una vez más la naturaleza
de la contienda, su tensión. Y tantas victorias ajenas.
“¡A la calle! que ya es hora
de pasearnos a cuerpo
y mostrar que, pues vivimos, anunciamos
algo nuevo.
No reniego de mi origen
pero digo que seremos
mucho más que lo sabido, los factores de un
comienzo”.
¿Se
puede creer todavía? Busqué la respuesta en los rostros anoche. Hombres y
mujeres de toda condición, de todas las edades. Es cierto que había niños y
mucha gente joven, pero también era llamativa la presencia de los otros. Los no
jóvenes, los no tan jóvenes, las cabezas blancas, los cuerpos con bastón e
incluso alguno en silla de ruedas. ¿A qué tipo de comienzo podríamos aspirar?
¿Qué cosa nueva podríamos anunciar nosotros todos? Los medianamente jóvenes con
nuestros hijos a cuestas. ¿Nuestros hijos? ¿Ellos serían lo nuevo?
No
había consuelo anoche en la Plaza para tanto dolor acumulado. Pero había sí una
certeza. Hay cosas que no pueden ser consideradas ni nuevas ni viejas. Cosas
que, sencillamente, están. Permanecen. Cosas, elementos, materiales que
conforman algo así como una esencia de ciertos hombres, de ciertas mujeres, y
que a lo mejor se legan de generación en generación. La voluntad de estar. La
voluntad de decir no (a tanta ignominia). La voluntad de decirle que sí (a
tanta esperanza que uno tiene todavía). La certidumbre de estar en lo justo
respecto a ciertos deseos que se comparten con otros.
Por
eso, anoche, viendo los rostros de tanta gente noble y querida en las calles de
Buenos Aires, literalmente reducida a mi más mínima expresión contra una pared,
pensaba que muy probablemente “ellos” pasaron, pasarán, seguirán pasando y
nosotros, no venceremos, o algunos días sí, otros no. También pensaba que el
pueblo unido –como también se escuchó anoche– es hoy una frase hecha que no significa
nada porque, precisamente, el pueblo no se une y si se une no pareciera que eso
fuera suficiente para que la tortilla se vuelva…
Pero
ahí estamos. Que les pese. Que les cueste. Que tengan que salir a dar
explicaciones. Que tengan que salir a argumentar que ellos no, que ellos nunca,
que ellos esto y lo otro. Mientras los profesionales de la política siguen sin
encontrar el rumbo, la calle permanece como escenario posible para expresarse y
mostrarse como uno es. Según contó Celaya.
“De cuanto fue nos nutrimos,
transformándonos crecemos
y así somos quienes somos golpe a golpe y
muerto a muerto”.
*****
No hay comentarios :
Publicar un comentario