“Clotario
Blest: en memoria de un líder antisistema”
El 31
de mayo de 1990 falleció Clotario Blest Riffo, uno de los sindicalistas y
dirigentes sociales más importantes que ha tenido el país. Es que “Don Clota”
tenía muchos admiradores y no pocos detractores (por razones obvias y no tan
obvias, pues varias veces fue abandonado y traicionado por “cercanos”), pero
era respetado por ser una persona consecuente y honesta
Texto de Manuel Acuña Asenjo
En Radio
Bio-Bío –public. 30/5/17
Este 31 de mayo,
otra vez quedara archivado y probablemente pasará desapercibido el aniversario
de la muerte de uno de los hombres más ilustres que ha producido esta tierra.
Me refiero a Clotario Blest Riffo, funcionario público y sindicalista,
organizador de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales ANEF, de la Central
Única de Trabajadores de Chile CUTCH, del Comité de Defensa de los Derechos
Humanos y Sindicales CODEHS, del Movimiento de Izquierda Revolucionaria MIR,
entre otras muchas agrupaciones sociales.
Blest
vino al mundo el 17 de noviembre de 1899, cuando aún la primavera de ese año
anunciaba en todo su esplendor la ardiente proximidad del verano; el otoño de
1990 tomó posesión de su cuerpo cuando aún no enteraba los 91 años y se
encontraba postrado en cama, enfermo, solo, desnutrido, en el Convento de los
Padres Franciscanos. Como sucede con todos los grandes hombres, nadie se
preocupó de su suerte. Una publicación de 2006, financiada por el Gobierno de
Chile, señala, en una de sus partes:
Es
verdad que ‘ningún organismo sindical cooperó’ para tales fines, pero tampoco
lo hizo el Gobierno de turno dirigido, en ese entonces, por Patricio Aylwin
Azócar. Si bien apenas producido el deceso del dirigente, manifestó esa
administración la intención de tomar a su cargo la realización del funeral, tal
acción no fue motivada por un respeto a su persona o a algún compromiso con sus
ideas, sino guiada solamente por bastardas ambiciones políticas. No debe
sorprender, entonces, que ex miristas, personas independientes pero
tremendamente comprometidas con el interés de las clases dominadas, grupos
anarquistas y elementos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, quitaran de la
tuición de las autoridades el féretro que ocultaba el cuerpo del sindicalista,
dispararan salvas en su honor y lo pasearan por algunas de las calles adyacentes
a la Iglesia de San Francisco, de Santiago, en donde se realizaba la ceremonia.
Por
razones económicas, no pudo cumplir con aquel ferviente deseo su más cercano
colaborador, Óscar Ortíz quien, en las escasas oportunidades que pudo verlo
recluido en el convento, había recibido de él una desgarradora súplica
imposible de realizar:
“¡Sáqueme de aquí, Ortíz, por amor de Dios! ¡Sáqueme de aquí!”
A
pesar de todos los intentos que han hecho algunos sectores interesados en
desvirtuar su figura y su mensaje, de relegarlo al olvido en un país
olvidadizo, la figura de Clotario Blest inicia su paso apresurado para
incorporarse a la galería de los personajes más notables de la historia de
Chile. A diferencia, sin embargo, de muchos otros que ingresan allí para consolidar
la dominación de una clase por otra, Blest lo hace para marchar de la mano del
estamento más glorioso de esa historia, de la mano de los trabajadores, de los
movimientos sociales, de la mano de quienes verdaderamente construyeron y
siguen construyendo esta nación.
Blest
no es un personaje cualquiera; no puede, por lo mismo, analizarse su figura
como si se tratara de una simple personalidad, concepto que, por lo demás,
aborrecía. Y es que Blest fue la negación de todo aquello. Y, a la vez, negación
de muchos otros valores que incitan a la población a rendir culto a personajes
de dudosa relevancia a quienes se les atribuye hoy el derecho de desfilar
impunemente por las páginas de la historia de la nación. Porque Blest
pertenece a una tipología especial de individuos, de esos sujetos que pasan a
la posteridad no porque ésta quiera o busque incluirlos en su relato sino
porque le es imposible omitir su trascendencia.
Dicho
de otra manera: porque no ha podido evitar mencionarlos, referirse a ellos, tan
destacada ha sido su participación en los hechos más notables de una nación. Son
los ‘convidados de piedra’ al banquete de la Historia, personajes que, al estar
impedidos de ingresar por la puerta, se ven obligados a hacerlo por la ventana
enarbolando en sus manos la bandera de los desposeídos. Clotario Blest fue
uno de ellos; antes lo habían sido Fermín Vivaceta y Luis Emilio Recabarren,
antihéroes, iconoclastas, constructores de poder social, dignos antecesores de
quien organizaría a los trabajadores en torno a un solo organismo: la Central
Única de Trabajadores de Chile CUTCH.
Fue
Blest, por lo mismo, un sujeto anti Estado. Lo cual explica que no haya habido
un acto oficial en memoria suya y que su figura sólo pueda destacarse junto a
otras que fueron su antítesis en un dudoso Museo de los Trabajadores abierto en
la Subsecretaría del Ministerio del Trabajo. Porque, para la historia oficial,
los seres humanos se definen a la manera del tango ‘Cambalache’, en donde es
frecuente homenajear a las víctimas junto a sus verdugos, a los que buscan la
unidad sindical y a quienes la desintegran, a los que defienden los privilegios
de los ricos junto a quienes lo hacen en defensa de los pobres. Y porque,
además, el Estado es una creación militar. Lo cual explica que los diferentes
Gobiernos conmemoren sólo batallas, combates, guerras, epopeyas gloriosas,
expoliaciones, conquistas. Descabellado sería hacerlo con el nacimiento de una
persona que privilegió la organización popular y sindical y repudió
constantemente el ejercicio irrestricto de la violencia institucional como
forma excelsa de mantener la cohesión social.
Aunque
escribió mucho sobre sindicalismo y organización, Blest no fue un ideólogo. De
sus obras (dispersas aún en hojas mimeografiadas o mecanografiadas que quedaron
en poder de sus más cercanos colaboradores) no puede deducirse una completa
teoría social. Sin embargo, quienes tuvimos la suerte y honra de trabajar junto
a él en los difíciles años de la dictadura pinochetista, sabemos que defendió
siempre el derecho de los trabajadores a construir una nueva sociedad; podemos
aseverar, al mismo tiempo, que su vida estuvo regida por principios que
defendió como pilares básicos de una organización social verdaderamente
participativa. Estos principios, de una u otra manera, los ha hecho suyos la
organización que creara en 1970 (el CODEHS) y que supervive aún en el trabajo
de muchos de sus colaboradores. En la imposibilidad de referirnos a cada uno de
ellos por razones de espacio, abordaremos, en esta oportunidad, los principios
de independencia y autonomía.
Para
Clotario Blest, el principio de independencia era aquel en virtud del
cual las organizaciones sociales y sindicales no sólo pueden sino deben ejercer
sin impedimentos el inalienable derecho a actuar en defensa de sus propios
intereses, con prescindencia de lo que, al respecto, puedan suponer o realizar
los organismos e instituciones del Estado, en especial sus partidos y
movimientos. No implica, por lo mismo, en modo alguno, la prohibición de
militar en partidos; por el contrario, la militancia partidaria es plenamente
posible si no es obstáculo para la defensa de los intereses propios de las
organizaciones sociales y sindicales.
Blest
jamás puso en tela de juicio el derecho que cada persona tiene a participar en
la organización política que considere más cercana a sus ideas, pero sí mantuvo
su más enérgico rechazo al sometimiento absoluto que algunos partidos exigen de
su militancia obligándola a poner por encima del interés colectivo, el de la
propia organización política.
La
adopción de este principio no fue casual. Blest sabía que, cuando no se
respeta el principio de independencia, se deja abierta la puerta al ingreso de
la cooptación, con lo que se inicia la corrupción del sujeto y de la
institución que dirige. Lo había experimentado en carnes propias.
En
efecto, cuando se desempeñaba como presidente de la nación el ex general Carlos
Ibáñez del Campo, Clotario Blest era la figura sindical más relevante del país
con fuerte apoyo y prestigio en las bases. Las demandas de las organizaciones
de trabajadores proliferaron. La huelga, el paro, la marcha, la concentración,
fueron las armas predilectas para los sindicatos tanto en la defensa de sus
derechos como cuando el diálogo se hacía imposible. Poco o nada importaba a ese
dirigente laboral que la forma de protesta fuese o no legal; estando amenazados
los intereses de la clase trabajadora, tomaba bajo su mando la dirección de las
protestas para encabezar su lucha contra la autoridad. Ibáñez, entonces, ideó
una forma de neutralizar la acción del sindicalista: el empleo de la cooptación
o, lo que es igual, la compra del dirigente. No por otro motivo, lo invitó a
conversar con él. En el curso de esa entrevista, le ofreció el mando de la
Tesorería General de la República, ofrecimiento que Blest rechazó visiblemente
molesto aseverando que, de aceptarlo, estaría traicionando a la clase obrera y
a sus compañeros. Y eso no podía ser. No debe extrañar que, en 1970, cuando
Luis Figueroa, militante del partido Comunista y presidente en ejercicio de la
CUT, fuese llamado por Salvador Allende a desempeñar el cargo de Ministro del
Trabajo, sostuviese Blest que aquel nombramiento constituiría un error
político de proporciones que el movimiento sindical, a la postre, pagaría
muy caro.
Paralelo
a ese principio de la independencia, fue defendido tenazmente por Clotario
Blest el principio de la autonomía. No era este principio para el
sindicalista sino el derecho que deben ejercer todas las organizaciones
sociales para actuar en la vida pública sin sujeción a ideologías, imposiciones
arbitrarias o regulaciones en cuya gestación no hayan intervenido ellas mismas.
En realidad, este principio tenía un alcance mayor y se encontraba resumido en
una frase que Karl Marx había acuñado como lema para la Primera Internacional y
que Blest hizo suya, incorporándola como principio fundamental al momento de
constituirse la Central Única de Trabajadores de Chile CUTCH: “La
liberación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos”.
En
ese orden de ideas, Blest sostenía que las formas de organización de las
agrupaciones sociales no debían establecerse por ley sino ésta debía aceptar
aquellas propuestas por las propias agrupaciones; con mayor razón ese principio
debía regir a las organizaciones sindicales. La CUTCH, por lo mismo, siempre
fue ‘alegal’ y solamente durante el período de Salvador Allende pudo ser
reconocida su organización interna gracias a una ley dictada especialmente para
ella.
Esta
idea de la autonomía no se limitaba solamente al tipo de organización que cada
grupo social estimaba conveniente para sí. Blest sabía que, más allá de esa
forma de organización autónoma que los trabajadores y pobladores podían
construir para sí, subyacía la concepción según la cual el modelo de
sociedad que deben darse los seres humanos ha de depender de ellos mismos y no
de un poder situado por encima que los obligue a adoptar determinadas forma de
organización reñidas, muchas veces, con sus intereses particulares y generales.
Esta nueva sociedad, que debía reemplazar a la actual, fue llamada por él
‘democracia del proletariado’. Correspondía a lo que, en otras instancias, se
acostumbraba a llamar ‘poder social organizado’, ‘poder popular’ y, también,
‘gobierno de los productores directos’.
Tuvo
Clotario Blest, además, una concepción especial de ser humano: el ‘hombre
nuevo’, concepto que creyó ver encarnado en la persona de Ernesto ‘Che’
Guevara, y que correspondía al verdadero sujeto revolucionario, al ser probo,
el individuo de conducta y moral intachables, al dirigente capaz de hacer
cualquier sacrificio por el bien los demás; incluso, dar la vida por aquellos,
como lo hicieran el guerrillero argentino y Cristo, a quienes concebía
indeleblemente unidos en torno a ese principio supremo. Blest había renunciado
ya, por amor a los demás, a los propios sentimientos que profesaba a quien
debió ser su mujer, principio que ella respetó y que también hizo suyos por
amor a él.
Fue
Blest, pues, un hombre especial; digamos más: fue un hombre antisistema y un
hombre completo, en el más exacto sentido de la palabra. De ninguna manera una
‘autoridad’ como las que hoy se instalan en las esferas del poder. Vano
sería esperar homenajes, en su nombre, de parte de quienes representan a un
sistema que precisamente él buscaba abolir. A pesar de ello, en una comuna
alejada del bullicio central y por voluntad de cierto alcalde más comprometido
con las luchas sociales, hay una calle que lleva su nombre. ¿Alguna estatua en
recuerdo suyo? No, de ninguna manera. Solamente hay lugar para las de otras
autoridades como la del Almirante Merino, en la ciudad de Valparaíso, la del ex
alcalde Patricio Mekis, ubicada en Santiago, frente al Teatro Municipal, y
otras que siguen recordando la obra de la dictadura pinochetista, con el
beneplácito de la coalición gobernante.
Nació,
como ya lo hemos aseverado, cuando la primavera anunciaba el verano, estación
en donde la naturaleza revive y parece estallar en gozo y colores. No deja de
ser irónica, a la vez que trágica, la circunstancia que haya elegido morir
cuando el otoño, después de despojar a los árboles de sus hojas y abrir las
puertas al ingreso del frío y de la lluvia, anunciase la inminencia del
invierno. Como si jamás hubiere creído en la manida consigna de ‘La alegría que
viene’. Como si hubiese querido apagar la luz de sus ojos para no contemplar
los acontecimientos posteriores que tendrían lugar en los próximos años de
democracia tutelada.
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