“¿MURIÓ FIDEL?”
Lo que
el discurso de la derecha olvida es que hay ciertos personajes históricos, y
ciertamente Fidel es uno de los más importantes, que tienen la rara virtud de
seguir produciendo hechos políticos una vez que dejaron este mundo
Por Atilio A. Borón
En Kaos en la Red
–public. 3/12/16
En una muestra más
de su inconmensurable estupidez la derecha latinoamericana y su homóloga norteamericana
han proclamado que la muerte de Fidel significa el fin de una época. Sabemos
que una de las señas ideológicas del pensamiento conservador, en todas sus
variantes y en todo tiempo, es su obsesión por decretar “el fin” de cuanto
proceso o institución les sean adversos. En los sesentas del siglo pasado era
el fin de las ideologías; en los ochentas el de la lucha de clases,
presuntamente sustituida, en este fantasioso relato, por el aceitado rodaje
institucional de las nuevas democracias; en los noventas, embriagados por la
desintegración de la Unión Soviética, sus teóricos proclaman nada menos que el
fin de la historia. Por supuesto, esta no tardó en cobrarse una feroz revancha
con tan osados publicistas, bañándolos con un manto de descrédito que dura
hasta hoy. Ahora, con la muerte de Fidel, incurren en el mismo error y se
desviven en informarnos de que una etapa ha llegado a su fin – ¿la etapa de las
revoluciones?- sin ofrecer prueba alguna y sin decirnos cuál es la que comienza
ni que características tendría.
Lo
anterior da pie a múltiples reflexiones. En primer lugar, para cuestionar la
teoría de los “grandes hombres” como excluyentes hacedores de la historia,
codificada a mediados del siglo diecinueve en la obra de Thomas Carlyle. Toda
la historiografía posterior demuestra que esas grandes personalidades, cuyo
papel es indiscutible, sólo pueden surgir cuando se produce una constelación de
circunstancias sociales que favorecen su irrupción en el escenario histórico.
Esas condiciones ciertamente facilitaron la aparición de Fidel a comienzos de
los años cincuenta pero este, a su vez, las fue modificando al punto tal que
hoy en Cuba existen otras que garantizan la continuación del ciclo iniciado con
el Asalto al Moncada y el desembarco del Granma, al margen ya de la presencia
física del Comandante. En otras palabras, la revolución se ha consolidado e
institucionalizado y, en términos de Max Weber, el carisma se ha rutinizado y
ahora son el partido, las organizaciones populares y las instituciones estatales
las que continúan la obra iniciada por Fidel.
Segundo,
lo que el discurso de la derecha olvida es que hay ciertos personajes
históricos, y ciertamente Fidel es uno de los más importantes, que tienen la
rara virtud de seguir produciendo hechos políticos una vez que dejaron este
mundo. Esto no tiene nada que ver con la religión o la metafísica porque son
cuestiones de fácil comprobación en el mundo real. Veamos: a pesar de su
defunción Fidel sigue moviendo el tablero geopolítico mundial. La noche del
Martes 29 de Noviembre, en el imponente acto de masas en la Plaza de la
Revolución que tuvo lugar para despedir a Fidel de La Habana, se dieron cita
más de un centenar de jefes de estado y de gobierno, o de altos representantes
oficiales que se hicieron presentes para expresar sus condolencias pero, al
mismo tiempo, para manifestar explícitamente su solidaridad con la Cuba
revolucionaria. Es más, diecisiete de ellos solicitaron que se les diera la
ocasión de hablar en el acto, de declarar públicamente su respeto por esa
figura legendaria que acababa de partir y de dar a conocer su respaldo a la
obra construida por Fidel. En esa oportunidad estuvieron presentes dos de los
tres gobiernos de mayor gravitación en los asuntos mundiales: China envió a su
Vicepresidente y Rusia al presidente de la Duna Estatal. Carcomida por su
resentimiento, la Casa Blanca no mandó a nadie. No sólo eso: su bandera sigue
flameando al tope del asta, contrariando lo que hicieron todas las demás
embajadas en La Habana que, en homenaje a Fidel, acataron el duelo decretado
por el gobierno cubano y pusieron las suyas a media asta. En el acto del martes
pasado China y Rusia enviaron, al pie del monumento a José Martí, un mensaje
cifrado a Donald Trump: “¡Ten cuidado. No te equivoques. Cuba no está sola!” ,
y vaya si es importante este mensaje en vísperas de un gobierno como el que se
viene en Washington. Pero aparte de aquellos dos países otros actores, con
diversos grados de gravitación en la política internacional también estuvieron
en ese acto: Sudáfrica, Irán, Argelia, Qatar, Vietnam, Bielorrusia, Namibia y,
por Europa, Grecia, amén de los latinoamericanos y caribeños: Bolivia,
Dominica, Ecuador, El Salvador, México, Nicaragua y Venezuela. En otras
palabras, aún después de muerto Fidel sigue influyendo en el tablero
geopolítico mundial. Y, ¿qué dudas cabe?, lo seguirá haciendo en los años
venideros.
Tercero:
la izquierda no tiene a su disposición el fenomenal arsenal de empresas,
instituciones, universidades, “tanques de pensamiento”, medios de comunicación
y redes diplomáticas con que cuenta la derecha. Pero, en cambio, tiene algo de
lo cual esta carece: la fuerza moral que brota de figuras ejemplares, como
Fidel, Chávez, el Che, los dos Camilos (el cubano Cienfuegos y el colombiano Torres)
y tantos otros. Y esos personajes tienen una virtud excepcional: lejos de que
sus luces se extingan con su muerte, brillan cada vez con más fuerza en el
firmamento político latinoamericano y caribeño. En la segunda mitad del siglo
veinte la derecha tuvo un puñado de grandes políticos de proyección mundial: De
Gaulle, Churchill, Kennedy para nombrar los más relevantes. ¿Qué queda de
ellos? Estatuas, monumentos, alguna que otra biblioteca con sus nombres pero
nada más. Su recuerdo se fue disipando con el paso del tiempo. En Nuestra
América, ¿quién se acuerda hoy de dos gobernantes a los que Washington ensalzó
como las “alternativas democráticas” de la Revolución Cubana? Hablamos de
Eduardo Frei Montalva, en Chile, con su famosa (y decepcionante) “revolución en
libertad”, misma que, como era de esperar, fracasó y abrió las puertas al
triunfo de Salvador Allende en 1970. Y también de Luis Muñoz Marín, gobernador
de Puerto Rico, que la Casa Blanca exhibía para demostrar que podía haber algo
mucho mejor que Cuba en el Caribe. Ni el uno ni el otro dejaron nada a su paso
y fracasaron sin atenuantes. Parafraseando a Fidel, podemos afirmar que la
historia no los absolvió sino que los olvidó. El Che, en cambio, adquirió luego
de su muerte una gravitación excepcional, que no cesa de crecer, superior a la
que tuvo en vida. Quienquiera que luche contra la injusticia y la opresión
encuentra en la imagen del Guerrillero Heroico un símbolo que transmite sin
ambigüedad alguna su mensaje de rebeldía. En Latinoamérica pero también en
Asia, África, Medio Oriente y, también en Europa y ahora, de a poco, en Estados
Unidos. Y lo mismo está ocurriendo con Chávez y, sin ninguna duda, idéntica
cosa ocurrirá con Fidel. Nuestros muertos nos dejan un legado imperecedero y
sus valores y sus ideas –las famosas trincheras que para Martí eran más
importantes que las de piedra- son fecundas fuentes de inspiración para las
luchas de hoy. Fidel, con su pasión quijotesca de “soñar sueños imposibles,
luchar contra enemigos imbatibles y alcanzar la estrella inalcanzable” seguirá
estando más presente que nunca en las luchas para abolir al capitalismo y, de
ese modo, salvar la continuidad de la especie humana. Vivirá entre nosotros,
sólo que de otra manera, insuflándonos la fe y la convicción necesarias para
librar con éxito la batalla contra la dictadura del capital. Esa fe y esa
convicción con las cuales Fidel emprendió con éxito la campaña en Sierra
Maestra luego del desembarco del Granma con apenas siete fusiles ante la mirada
azorada de sus compañeros; o cuando aseguró que Cuba sobreviviría a los
horrores del “período especial” agigantados por el criminal bloqueo de Estados
Unidos; o cuando dijo que el niño Elián volvería a Cuba, y volvió; o cuando
afirmó que “los 5” volverían a Cuba, y volvieron. Ese gramsciano optimismo de
la voluntad capaz de mover montañas de Fidel sigue siendo un patrimonio
decisivo para la izquierda mundial. Y nos dio una prueba la noche en que el
pueblo habanero lo despedía y removió, en beneficio de Cuba y para sorpresa de
Estados Unidos, las piezas del tablero geopolítico mundial. Por eso, cabe
preguntarse: ¿murió Fidel?
Colectivo Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Diciembre 3 de 2016
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