“Radiografía de una insurrección”
El 20 de diciembre de 2001 tuvo lugar,
en Argentina, una jornada de lucha que superó los planes conspirativos del
aparato político institucional, materializado en el PJ, y abrió una nueva etapa
política y económica que todavía sigue latente
Por Martín Azcurra
En Rebelión
–public. 21/12/16
1. Carlos “Petete” Almirón (24) era uno de esos pibes que
sienten culpa por dormir con frazada en invierno y comer dos veces al día. Tal
vez por eso estaba tan flaco. El 19 se despidió de su mamá, Marta, que le dice
que se cuide como tantas otras veces en los últimos años de su militancia
social. El 20 por la tarde, en Bernardo de Irigoyen y Av. de Mayo, un policía
de la Fuerza 2 del Cuerpo de Operaciones Federales, al mando del subcomisario
Weber, descargó su arma no reglamentaria en el pecho de Petete. Fue el mismo
grupo que asesinó a Gastón Riva (30) y Diego Lamagna (26), muertos ese día.
Tiempo después, durante el gobierno de Kirchner, Weber fue ascendido a
comisario. El cuerpo de Petete, aún con vida, fue arrastrado por la gente hasta
Hipólito Yrigoyen, donde pasaban las ambulancias, que lo trasladaron hasta el
Hospital Argerich. A eso de las 19, en medio de los festejos, un compañero de
Petete que no podía festejar, se comunicó con la madre para decirle que su hijo
estaba muy herido. Petete siguió luchando, pasó la primera operación pero no la
segunda. Extrañamente, la pueblada del 20 de diciembre nos dejó un sabor a
victoria y a la vez un sabor a derrota. Los responsables de los 38 muertos
siguen libres, y a la sociedad no parece importarle demasiado.
Marta dice: “Que se vayan todos, y están todos menos los que murieron”. Pero algo más dejó Petete en su batalla, algo más portaban sus piedras, la semilla de un germen que, creemos, crece en las cañerías de un pueblo tan ardiente como complejo.
Marta dice: “Que se vayan todos, y están todos menos los que murieron”. Pero algo más dejó Petete en su batalla, algo más portaban sus piedras, la semilla de un germen que, creemos, crece en las cañerías de un pueblo tan ardiente como complejo.
2. Los hormigueros empezaron a explotar el 12 de diciembre.
El pueblo que atravesaba una de las peores crisis económicas, decidió no
quedarse en su casa mirando el plato vacío, como le habían querido enseñar con
años de terrorismo de Estado, sino salir a las calles en malón aunque sea para
asaltar el monopolio comercial de los hipermercados. De todas formas, allí
donde los desocupados estaban mejor organizados, fue donde se registró la menor
cantidad de saqueos a comercios. En ese clima social, nació la revuelta popular
que cambió la historia de este país. Duró 24 horas, del 19 al 20, y concluyó
con la renuncia del gobierno aliancista. Según testimonios y cálculos
estimativos, se podría decir que el 19 al atardecer, tras el anuncio
desafortunado de Estado de Sitio por parte del presidente Fernando De la Rúa ,
unas 200 mil personas se movilizaron como torrente desde los barrios para
congregarse en torno a la Casa Rosada y el Congreso Nacional, estableciendo un
corredor permanente entre uno y otro. Pero la movilización fue mucho más
grande, en cada barrio de la Capital , en la Quinta de Olivos y casas de
funcionarios, los porteños encendieron fogatas e hicieron sonar las cacerolas.
Juliana, estudiante universitaria, cuenta: “La Quinta de Olivos era como un
capítulo de los Simpson, toda la gente del pueblo estaba en situación de
lucha... el de las alfombras caceroleando, mi profe de guitarra tirando piedras
al portón, mi vieja gritándoles ¡Nazis! a los polis que nos tiraban a los
perros encima...” En total, unas 800 mil personas se habrían movilizado y
protestado con fuerza el 19.
Era medianoche y De la Rúa no sabía todavía cómo apaciguar el fuego del
pueblo que parecía seguir creciendo. Entregó la cabeza del ministro de
Economía, Domingo Cavallo, pero la gente seguía allí. Frunció el ceño, revisó
el manual del gran represor, una costumbre radical desde la Patagonia Trágica,
y encendió la máquina policial. Fue el mayor despliegue represivo desde el
inicio de la democracia, que incluyó el uso de gases lacrimógenos con fecha de
vencimiento de 1983, balas de goma y algunas de plomo, una de las cuales
impactó sobre Jorge Cárdenas (52) en las escalinatas del Congreso, quien
falleció meses después. A partir de las 2 de la mañana, el grueso de la gente
se empezó a retirar a sus casas, pero quedó un sector considerable, unas 30 mil
personas, con mucha bronca, enfrentando a la policía con piedras, rompiendo e
incendiando símbolos del pro-gran capitalismo como Bancos, Mc Donalds, Empresas
de Servicios, etc., durante toda la noche hasta eso de las 6 de la madrugada.
Todavía se escuchaban ruidos de cacerolas.
3. La historia quiso que ese día fuera un jueves. Las Madres
de Plaza de Mayo debían concurrir a su ronda habitual a las 15, pero tomaron
una decisión que iba a cambiar el rumbo de los acontecimientos: ocuparon la
plaza desde temprano, a eso de las 9, conscientes de que ese día no iba a ser
tan “habitual”. La policía, acuartelada en el Banco Nación, esperaba la orden
para reprimir. ¿Qué habrán pensado esa mañana, mientras se ajustaban el pañuelo
por el cuello frente al espejo? ¿Habrán respirado hondo y se habrán mirado
profundamente a los ojos? Días atrás, se había realizado una Marcha de la
Resistencia memorable, repleta de luchas, con pibes encapuchados que escucharon
la arenga emocionante de Hebe de Bonafini. La mañana del 20, ellas se habían
comunicado con grupos militantes para organizar el aguante. La Plaza, con las
palmeras todavía echando humo de la noche anterior, debía ser del pueblo. Desde
muy temprano, oficinistas y amas de casa protestaban frente al vallado que
cercaba la Casa Rosada desde la Pirámide de Mayo, exigiendo la renuncia del
presidente. Las Madres sabían lo que podía pasar. Fueron la única organización
que planificó y ejecutó la chispa de la revuelta popular para echar a De La
Rúa.
“Me acuerdo que Lito Malatesta, que era un colaborador directo de Hebe de
Bonafini, nos llama diciendo que Hebe decía que había que ganar la plaza
temprano… Llegamos y las Madres ya estaban allí junto a los compañeros de San
Telmo y de la Universidad. Por entonces teníamos una estrecha relación con
Hebe, Sergio Schoklender y Lito. Hablamos con ellos para saber qué pensaban y
era notable, por la presencia policial, que se iba a pudrir. Hacía tiempo que
no veía la montada que fue ganado espacio y llegó hasta el lugar mismo donde
estábamos concentrados. La reacción de todos fue proteger a las Madres, Lito
trató con su cuerpo de frenar la atropellada, recuerdo que Rubén Saboulard de
San Telmo empujó e hizo caer al caballo con su jinete... Las Madres con su
humanidad firmes en su lugar, insultando hasta desgañitarse las gargantas, con
los puños crispados, seguramente recordando los tiempos de la dictadura… Hubo
confusión, como es habitual en esos casos, pero todo estaba siendo televisado y
lejos de quedar arrinconados y derrotados, la indignación nos fue alimentando y
notablemente la calle se iba caldeando, la gente se iba quedando en la calle
sin llegar a los lugares de trabajo, el paisaje se vestía aceleradamente de
protesta, de cacerolas, de compañeros, de argentinos pariendo una pueblada”,
cuenta Fernando Esteche, de la agrupación MPR Quebracho.
Hasta el 19 a la noche, todo podía terminar con el pueblo como víctima y
una salida institucional negociada entre el PJ y la resquebrajada Alianza. Las
Madres lograron que el protagonista fuera el pueblo en la calle. Ellas fueron
el foco. La fuerza política del pañuelo, los fantasmas de sus hijos luchadores,
todos allí, enfrentando a los caballos y los carros hidrantes como en las
viejas épocas. Las “viejas”, dando una lección de resistencia. Todos sabíamos
que esa provocación no era más que un llamado a la batalla, ante un gobierno
que era muy posible derrocar. Una acción a la medida de las posibilidades.
Las Madres debieron soportar los gases vencidos, el agua y los caballos.
Silvia, fotógrafa de la Agencia de Noticias Red-Acción, cuenta: “Mientras todos
iban hacia la 9 de Julio, quedó una Madre parada, rodeada de gases. Es la
famosa foto que después recorrió el mundo, ella sola tomándose la cara. Yo
estaba tan ahogada que no pude socorrerla, pero alcancé a ver que dos hombres
se la llevaban. De pronto, a nuestras espaldas patrulleros de la policía, con
medio cuerpo afuera de la ventanilla, disparaban sus armas largas”.
La televisión transmitió esas imágenes y miles de personas se
autoconvocaron para recuperar los espacios públicos, símbolos históricos del
poder político. Durante todo el día, entre las 11 y las 19, unas 150 mil
personas enfrentaron a la policía, atosigándola permanentemente y reduciéndola,
en un radio circular de 500 cuadras del microcentro, entre la calle Juncal por
el norte, y las avenidas Leandro Alem por el Este, Independencia por el Sur, y
Pueyrredón por el Oeste. El saldo en Capital fue de más de 100 heridos y 6
muertos, que se sumaron a otros 32 asesinados por fuerzas de seguridad en el
resto del país. Unas 4.500 personas fueron detenidas en todo el territorio
nacional y liberadas progresivamente hasta el 21 de diciembre. Los estallidos
se repitieron, con distintos grados de violencia, en las provincias de Buenos
Aires, Córdoba, Santa Fe, Entre Ríos, Neuquén, Chubut, Río Negro, Tucumán, Corrientes,
Misiones y Mendoza, en todas con el mismo objetivo político: la renuncia de De
la Rúa.
4. Los movimientos de trabajadores desocupados no
movilizaron en su conjunto, pero sus grupos de militancia más activos,
provenientes del Conurbano y de zonas pobres de la Capital, participaron
enérgicamente, con mayores conocimientos y disposición para la lucha urbana,
armando barricadas infranqueables con baños químicos y teléfonos públicos,
usando gomeras con munición de plomo, incendiando vehículos policiales con
bombas molotov, cruzando cables en las calles para tirar a los caballos, entre
otras cosas. No se registraron armas de fuego por parte del pueblo.
Pablo, de la Coordinadora Aníbal Verón de Lanús, cuenta cómo se organizaron
para marchar hacia la Capital: "El 20 a la mañana nos convocamos en
asamblea en el barrio La Fe de Monte Chingolo. Pedro trajo el televisor de la
casa y era la hora donde pasó lo de los caballos a las Madres. Son esos
momentos que te quedan grabados, una de las asambleas de opinión más maduras
que presencié en mi vida… De cuarenta salimos treinta; telefoneamos a los
compañeros de Brown, Solano y La Plata para ver quién estaba yendo. Como hay
que cruzar Camino General Belgrano que divide Lanús de Avellaneda, nos marcaron
las patrullas, porque éramos un grupo grande y hubo saqueos el día anterior.
Nos dispersamos un poquito, llegamos a la terminal y nos pedimos un colectivo,
como hacíamos siempre. Nos siguieron dos patrullas y una se cruzó adelante.
Pispearon desde abajo con las itakas y le dijeron al chofer: ‘¿Vos sos el que
tomaron el colectivo los piqueteros?’ El flaco titubeó un poquito y contestó:
‘No, acá son pasajeros’. Y seguimos. Si no, íbamos presos todos. Pero como
éramos treinta, todos sentaditos y prolijos… después nos arrimamos a hablar con
el chabón: ‘Che, gracias loco’... ‘No, sabés que pasa, a veces ustedes joden,
pero entre ustedes y estos…’ Al final, nos llevó él mismo hasta la Capital.”
En colectivos, en tren o en camionetas, los movimientos del sur del
conurbano se hicieron presentes ese día. Unos 250 militantes del MTR,
encabezado por Roberto Martino, y otros movimientos del sur del conurbano
llegaron en el Roca a Constitución, luego marcharon en Subte, a pesar de la
custodia policial que encontraron en todo el trayecto. Apenas pusieron un pie
en Plaza de Mayo empezó la segunda represión, que si bien contó con una primera
resistencia, logró dispersar a los manifestantes, que se dividieron en grupos
pequeños para seguir actuando. En uno de esos primeros grupos estaba Petete.
Alejandro, del MTD Cláypole, describe la acción de los grupos piqueteros:
“Cuando llegamos al monumento de Roca, en Diagonal Sur, y vimos el despliegue
policial, pensamos en descentrar el conflicto de la Plaza de Mayo y expandirlo
hacia todos los lugares del micro y macro centro, destrozar principalmente los
bancos y grandes empresas. Invitamos a algunos y nos encontramos con un grupo
del MTD de Lanús, entre quienes estaban Darío Santillán y Pablo Solana, con
quienes constituimos rápidamente una alianza y formamos un grupo de 30. Nos
fuimos por Perú hacia hasta México, y en el camino encontramos una obra en
construcción con unos baños químicos, que los hicimos arder en medio de la
calle. De la misma obra conseguimos cables que cruzamos de lado a lado para
impedir el paso de la policía motorizada, que nos enteramos que estaban dando
vueltas por ahí. Después salimos hacia la 9 de Julio, recuerdo que tratamos de
frenar a jóvenes que querían quemar kioscos de diarios. Arrancamos un poste de
la calle y conformamos una especie de arriete para destrozar la puerta de
entrada de un banco. Al frente estaba Darío, ciego, dándole con todo, Pablo
atrás empujando, y mi viejo en el medio mirando para todos lados, para ver si
venía la cana, una actitud típica de tres generaciones distintas. Lograron
romper la puerta y entraron todos, rompieron computadoras y todo lo que
encontraban. En un momento sale una compañera del MTD Lanús con el botiquín del
banco y dice que ahora es patrimonio del área de Salud del Movimiento. Todos
aplaudimos. De ahí nos fuimos a romper un negocio de autos, hasta que pasan
patrulleros disparando balas de plomo en dirección a Av. de Mayo y nos tenemos
que replegar. Ya eran las 4 de la tarde.”
5. Si bien es cierto que la revuelta porteña tuvo un fuerte
carácter espontáneo, durante el día se fueron complementando acciones
planificadas de pequeños grupos con las masas que se movían entre estas
iniciativas y las respuestas represivas. Como la idea común era recuperar la
Plaza de Mayo, todos se movieron en ese sentido, formándose tres columnas
principales que fueron las más nutridas, desde la 9 de Julio, por Diagonal Sur,
Avenida de Mayo y Diagonal Norte, hacia una o dos cuadras de la plaza que
estaba custodiada por el grueso de la policía. Es decir que los combates más
fuertes ocurrieron en esos recorridos, y los pasillos de conexión entre uno y
otro.
El Congreso Nacional también fue un foco fuerte de enfrentamientos, lo que
permitió ampliar el radio de acción de la protesta hacia zonas más despejadas y
dispersar a las fuerzas policiales que tuvieron que dividirse en varios grupos
para actuar. Guillermo cuenta: “Había demasiados focos de conflicto y demasiada
gente en cada uno. La policía no podía avanzar porque el frente se les abría
mucho y no tenían efectivos suficientes. Pegaban, disparaban. Sin mucho plan,
agarraban algún grupito y lo molían a palos, resistían en la línea de la Av. 9
de Julio, en el bajo, y de golpe aparecía algún grupo donde podía concentrar
más número y derrotar a los manifestantes.”
La división de los activistas en grupos de 20 o 30 por todo el microcentro,
armando barricadas en las esquinas y atacando símbolos de la crisis, fue
efectiva para el asedio permanente a la policía y para mostrar el carácter
político de la revuelta. El grupo más grande lo constituyó el sindicato de
motoqueros SIMECA, que desplegó 2 mil mensajeros motorizados, distribuidos en
tres grupos principales, 500 en Diagonal Norte, 500 en Av. de Mayo, 300 en
Diagonal Sur, y el resto dividido en pequeños grupos que realizaron golpes
aislados en todo el microcentro y acciones de asistencia y contrainteligencia
para el conjunto de los movilizados (ver recuadro).
El despliegue de la Policía Federal fue enorme pero tuvo también cierto
desorden, particularidad de las represiones de tipo “defensivas”, a diferencia
de la represión “ofensiva” como la que se realizó el 20 de junio de 2002 en
Avellaneda. El 20, la represión comenzó con los pelotones de la Federal
avanzando por las avenidas principales, decenas de caballos, la motorizada
recorriendo las calles laterales, el helicóptero persiguiendo a los grupos más
numerosos, y la dispersión de las multitudes con gases lacrimógenos en mal
estado y balas de goma. Los patrulleros salían desde las Comisarías 2ª, 3ª y 4ª
barriendo el microcentro con disparos al cuerpo. Avanzada la tarde, a medida
que el radio de combate se iba ampliando, fueron recibiendo refuerzos en
colectivos. “Vi bajar de un bondi a tipos que parecían civiles, pero luego
sacaron la 9 mm y dispararon a mansalva a la gente”, cuenta Leonardo,
estudiante de Trabajo Social de Lanús. A las 4 de la tarde, cuando el cansancio
de los efectivos amenazaba con bajar la guardia y los vecinos se negaban a
convidarles agua, se hizo evidente una decisión política que cambió el carácter
de la represión. Uno de los grupos comenzó a utilizar balas de plomo. Autos de
civil de la policía se sumaron a la cacería, disparando a la multitud, al
tiempo que los custodios de seguridad acuartelados en los bancos también dieron
un paso al frente. A esa misma hora, el presidente apareció por televisión,
haciendo un llamado a la unidad nacional, ofreciéndole al peronismo un esquema
de coalición. El entonces titular del Senado, Ramón Puerta, quien sería el
presidente sucesor, fue el encargado de comunicar la negativa del PJ, algo así
como empujar a De la Rúa con el dedo hacia el precipicio.
Fernando relata el momento máximo de la represión: “Cerca de la media
tarde, estábamos ganando la Av. de Mayo pero la policía mandaba cada tanto un
guanaco o autos civiles o patrulleros disparando a la gente. Había un Gol, un
Polo y una camioneta gris que solían meterse entre la gente amedrentando y
disparando… Vimos caer varios compañeros, algunos tropezando, otros con postas
de goma, nos fuimos auxiliando. El compañero Gustavo Bendetto (30) murió allí
asesinado por la gente que salió desde dentro del Banco HSBC… Un auto enfilaba
contra la gente disparando y eso aceleraba la desorganización y desbandada…
Fueron instantes, porque en general la calle estuvo en control de la gente,
pero esos momentos, aquel lugar por el que se pretendió desde el gobierno
cuidar la plaza, fue un infierno. Petete fue fusilado allí, otro compañero
quedó también asistido por varios más, luego supimos que también falleció
Diego. Todos tratábamos de protegernos y proteger a los nuestros, pero los
criminales fueron letales con algunos cumpas. Llegaban las ambulancias y no
sabíamos si dejarlas pasar o apedrearlas por temor a que trajeran vigilantes
emboscados. Fueron de mucha confusión esos minutos fatales. Esa avanzada
represiva desde el HSBC hasta los fusilamientos de Bernardo de Yrigoyen fueron
parte del mismo momento y del mismo grupo civil policial y parapolicial”.
Que las muertes no hayan amedrentado a los manifestantes fue una muestra
clara de la conciencia de lucha. La acción de los grupos militantes, unidos por
afinidad geográfica, afectiva o ideológica, fue clave en la batalla. Miles de
destacamentos dispersos pero con idea de conjunto, provenientes de la
militancia social y política, que durante todo el día acorralaron a la policía
devolviéndole las granadas de gases lacrimógenos, arrojándole piedras y armando
barricadas con basura y otros elementos. Pequeños agrupamientos, parte de un
movimiento social o de una organización política mayor, que de alguna manera ya
estaban preparados psicológicamente para soportar la represión e incluso las
muertes a su alrededor, por haber participado de piquetes y grandes
represiones, activistas ya templados en la lucha callejera, y que venían analizando
seriamente la posibilidad de una insurrección popular. Cuenta Natalia Vinelli,
docente y periodista: “Cada tanto la gente desde los balcones, o los que te
cruzabas, te iban diciendo cosas, ahí nos fuimos enterando de los muertos, eso
nos indignaba y nos empujaba a seguir, la bronca crecía cada vez más con eso,
en vez de asustarnos, la cosa crecía en bronca”.
¿Qué puede hacer un funcionario como De la Rúa en esos momentos, cuando se
pone a prueba el material con que está hecho? Sudar, tomarse la cara con las
manos, temblar, agitarse, volcar la taza de café frío sobre papeles
importantes… El canciller Rodríguez Giavarini le entregó una hoja en blanco y
le pidió que escribiera la renuncia con puño y letra, tratando de no mirarlo a
los ojos. Eran las 19:30. La sombra de la tarde empezaba a enfriar el asfalto,
todavía ardiente y ensangrentado.
6. La actitud de la izquierda institucional durante la
jornada merece un punto aparte. Los partidos de izquierda y la CTA habían
convocado a una movilización a las 14 frente al Congreso Nacional, con el fin
de instalarse como interlocutor político del conflicto. Pero su rol pasivo le
jugó en contra y hasta el día de hoy debe pagar el costo de sus actos. Los
partidos trotskistas como el PO y el PTS, que meses atrás habían declarado una
especie de situación pre-revolucionaria, y habían anticipado fuertes estallidos
para fin de año, no parecían preparados para el combate. Acostumbrados a las
marchas testimoniales, sólo atinaron a movilizarse pacíficamente, repudiando la
violencia popular, y apartándose finalmente de los focos principales de lucha.
Natalia recuerda: “En un momento empezamos a juntar piedras y vino uno de un
partido trotskista, estábamos al final de su columna en un instante de
descanso, y nos preguntó ‘¿para qué están juntando esas piedritas?’… Un boludo…
Me acuerdo también que en una apedreada a un banco, uno de ellos nos gritó ‘no
tiren piedras’ y otro que le respondió ‘¿qué, tenés una cuenta?’”. Guillermo
cuenta que la izquierda tradicional estaba en otra sintonía: “La gente quería
pelear, cosa que no es muy común. Cuando llegó la izquierda al obelisco muchos
jóvenes les decían ‘al fin vinieron, dejen de hablar y peleen’”. Algunos
militantes sueltos, en cambio, no se pudieron aguantar las ganas y se sumaron
al torrente de violencia popular. Sólo la agrupación Convergencia Socialista
demostró cierta preparación, con tácticas grupales de autodefensa: “Tenían
tachos con arena para tapar las granadas de gas, y cada vez que disparaban se
tiraban al suelo, ya que el gas sube… estaban muy organizados”.
La CTA, por su parte, liderada por el estatal porteño Víctor De Genaro, que
había convocado a un paro desde las 0 horas, realizó una maniobra de repliegue
que también fue repudiada. Norberto Señor, de la conducción combativa de ATE
Gran Buenos Aires Sur, recuerda: “Llegamos con una columna de 70 compañeros al
Congreso y ya hubo enfrentamientos con la policía, pero mucho más amargo que
esos hechos fue la conducta de las direcciones del sindicato que inmediatamente
se enojaban con los compañeros que se tapaban el rostro y que mostraban más
disposición a confrontar, los sacaban afuera de los cordones. Eso duró muy
poco, porque terminaron encerrándose en el mismo local en el que habían
convocado y se fueron caminando despacito y de a uno. Los dirigentes de ATE, se
fueron sin ningún tipo de escaramuza, ni de movilización, ni de nada, fueron a
desensillar hasta que aclare, tomando cerveza fresca en el local de ATE,
mientras ya teníamos 3 o 4 muertos por lo menos”.
Eduardo Lucita, quien formaba parte de la Comisión de Economía de la CTA,
cuenta: “El 20 fui a la convocatoria de la CTA, llegué temprano y allí me
enteré por algunos dirigentes que la orden era dispersarse e ir cada uno a su
sindicato mientras los dirigentes se reunían con algunos diputados para debatir
‘el problema institucional’. Discutimos fuerte y llegamos hasta el local donde
funcionaba el movimiento de la Consulta Popular, a dos cuadras del Congreso.
Efectivamente en el fondo estaban Elisa Carrió y probablemente otros diputados.
Me retiré y regresé a la esquina de Rivadavia y Callao, allí había dos
compañeros de la CTA, de los viejos, de los que veníamos de los ’70, tan
enojados como yo, tratando de frenar a unos grupos de jóvenes que en realidad
provocaban a la policía hasta que llegó la motorizada… Un par de días después,
en la reunión del Seguro de Empleo y Formación, se intentó hacer un balance y
sacar un documento que muchos allí rechazamos, días más tarde uno de los
principales dirigentes decía ‘Nos robaron los tres millones de votos’, no
comprendía, o no quería hacerlo, que lo sucedido era una instancia superadora.
Esa noche tomé la decisión de retirarme definitivamente de la CTA. El grupo
vivió con preocupación por la represión y los compañeros asesinados, pero
también con la sensación de haber sido protagonistas de jornadas no previstas,
una de esas excepcionalidades que la historia da de vez en vez. Jornadas en que
lo extraordinario se vuelve cotidiano. Como pasó durante varios meses
posteriores.”
Durante las noches siguientes, con cada presidente que asumía, la gente se
autoconvocaba para decir presente, para que los gobernantes supieran que el
pueblo no confiaba, que seguía despierto cada movimiento de la clase política.
Pablo Llonto, periodista, lo ilustra como un río de gente hacia la Plaza de
Mayo: “Por las noches, veíamos avanzar las asambleas por la avenida Rivadavia,
ir caminando desde Caballito o Almagro hasta Plaza de Mayo. La gente era mucha,
pero no compacta, eran bloques de gente, en grupos, pero un río, con
separaciones entre grupo y grupo. En otra de esas noches, la de putear a
Grosso, llegamos primeros con mi compañera, bien temprano. Veníamos de casa y
estábamos cerca, Ana quiso pintar la pirámide y un viejo se le acercó a decirle
que no dañara los símbolos patrios. Y un pibe que venía atrás le dijo ‘señora
pinte nomás, no le haga caso al viejo ese que solo viene a la plaza a cuidar
sus ahorros’”.
7. La persistencia y la pasión con que las masas pelearon
ese día fueron los factores que cambiaron la historia, que desbordaron los
planes conspirativos del peronismo, que transformaron un ciclo de revueltas en
una insubordinación popular, que le ganaron de mano al golpismo justicialista,
hicieron que el sucesor, que por un momento se creía un salvador, se sintiera
un acusado… de ahí en más, cualquier nuevo gobierno debía concederle muchas más
cosas a este pueblo enardecido.
El 20 cerró un ciclo de luchas ascendente que comenzó con los saqueos de
1989, donde los choques fueron entre particulares, y tiene un salto importante
en el Santiagazo de 1993, donde ya se apuntó al Estado y la clase política, y
en 1997 en Cutral Có y Mosconi, donde el desocupado se organizó y luchó con
fuerza, asumiendo una conciencia de clase, sobre todo cuando combinó su acción
con las huelgas generales.
Fue el primer golpe de estado popular de la historia argentina. Más allá de
las teorías sobre la conspiración pejotista (que existió), fue la acción de los
sectores más dinámicos de la sociedad la que puso en jaque la decisión final de
un jefe de Estado (es cierto) semi derrotado. Lo que es claro, es que el sabor
a victoria generó una conciencia de ejercicio del poder que, si bien no fue
canalizado hacia una salida popular, representó una lección en toda la
sociedad. Otra vez en la historia, los sectores dominantes temblaron. El pueblo
trabajador empobrecido superaba una oscura etapa de inmovilidad generada por el
terrorismo de Estado tres décadas atrás.
La titubeante clase media argentina, trabajadores que habían ahorrado toda
su vida, los tantos despedidos de una década infame que habían confiado en los
bancos para guardar sus dobles indemnizaciones, los (cada vez más) pequeños
comerciantes víctimas de la caída abrupta del consumo y la proliferación de
shoppings, se sintió estafada por el propio Estado y le otorgó al reclamo
popular el elemento pequeño burgués que le faltaba para ejercer un poder capaz
de voltear un gobierno.
Las tres centrales sindicales (CGT-MTA-CTA) formaron un bloque contra el
gobierno, realizando 8 huelgas generales, a las que se sumó la Asamblea
Nacional de Piqueteros con cortes de ruta en los principales accesos a las
ciudades. Sin embargo, aquel 20 de diciembre, las centrales sindicales
cumplieron roles diferentes. Ante el desborde popular, la CGT (liderada desde
1996 por Rodolfo Daer) llamó al paro general en horas de la tarde con el fin de
impedir el afluente de activistas a la Ciudad de Buenos Aires. El MTA (liderado
por el entonces díscolo Hugo Moyano) recién se sumó al paro el 21. El
peronismo, que había incitado a los saqueos en varias provincias para derrocar
a De la Rúa, ahora estaba dando marcha atrás.
Una combinación de estas características, con la división evidente en el
seno de la burguesía en torno al agotamiento del plan de convertibilidad,
produjo una crisis de hegemonía que duró varios años, y que las organizaciones
populares supieron aprovechar para crecer y consolidarse.
En 2002, las movimientos de desocupados obligaron al Estado a entregar 2
millones de subsidios al desempleo que los engordaron, les facilitaron la
inserción social y les impusieron una lucha sistemática (a pesar de las
contradicciones clientelistas que sufrieron muchas de ellas) que les permitió
ubicarse en la ofensiva de una lucha nacional. Con el correr de los años, el
kirchnerismo pudo hacerlos retroceder, no solo con la recuperación parcial del
empleo, sino con una política de concesiones asistenciales a nivel general y la
cooptación de grandes grupos con la dádiva de subsidios millonarios. De todas
formas, y debido al avance de conciencia que significó el proceso de puebladas
en su conjunto, nuevas formas de construcción y de lucha permitieron sobrevivir
a la fragmentación y crecer territorialmente a los movimientos sociales que se
mantuvieron autónomos del Estado y sobre todo a aquellos que se esforzaron por
tener un crecimiento sin depender de los planes sociales. Por otra parte, el
desplazamiento de la ayuda social que administraban los movimientos de vuelta
hacia el Estado, les permitió concentrarse en tareas de tipo más políticas.
Desde ese punto de vista, el 20 de diciembre hizo que las luchas previas
tengan un saldo positivo en la conciencia, un campanazo en la subjetividad, una
ruptura en el miedo de los 80 y la apatía de la sociedad civil en los 90, un
aprendizaje acelerado sobre las formas de ejercicio de poder de las acciones de
masas, del pueblo haciendo historia, etc. Sin embargo, este complejo proceso de
concientización, que el kirchnerismo supo aprovechar para una politización
generalizada a su favor, no pudo cristalizarse, por sus propias limitaciones y
contradicciones, en formas orgánicas que pudieran encarar un proyecto
alternativo al de las clases dominantes. Aquellos que vieron en este proceso
las condiciones de un doble poder sufren hoy la sensación de una derrota. El
trotskismo argentino, que agitó hasta el cansancio la falsa consigna del
“Argentinazo” y consideró los límites de la pueblada en términos de ausencia de
una dirección revolucionaria, confundió claramente las tareas de la etapa y
cayó en prácticas vanguardistas que profundizaron su sectarismo latente. En
realidad, los límites de la pueblada tenían que ver justamente con el rechazo a
la idea de política en términos generales, a las formas orgánicas (sobre todo
institucionales, pero también populares) de poder. Límites que explican la
incapacidad del pueblo trabajador organizado por conformar una alternativa a
corto plazo a medida que la clase dominante fue recomponiendo su crisis de
hegemonía. Lo cierto es que tampoco se podía forzar un proceso que sólo podía
darse a partir de una relación amistosa entre lo social y lo político. El saldo
positivo de las puebladas no podía ser otro que un proceso subterráneo a largo
plazo, en los márgenes de la conciencia, para la conformación de un espíritu
revolucionario en las generaciones que todavía hoy están resurgiendo de las
derrotas político-militar de los 70 y político-económica de los 80 y 90. En los
hechos, en estos diez años, el pueblo exorcizó la política, ejerciendo grandes dosis
de deliberación y movilización permanente. Si concebimos a las rebeliones como
procesos complejos y contradictorios, que siembran conciencia para procesos
nuevos, la pueblada del 20 es una victoria de la esperanza.
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“Sin las
motos, no hubiera durado tanto el enfrentamiento”
Entrevista con Luciano Schillaci, del Sindicato Independiente de Mensajeros
y Cadetes (SIMECA).
Según Luciano, más de 2 mil motoqueros lucharon ese 20 de diciembre, el 10%
de los que trabajan en toda la capital. Se dividieron en 3 grupos principales:
alrededor de 500 por Diagonal Sur, 500 por Av. de Mayo y 300 por Diagonal
Norte. El resto se dividió en grupos y realizó acciones aisladas por todo el
microcentro. Gastón Riva (30), un motoquero humilde de Ramallo, con tres hijos,
recibió un disparo en el pecho mientras combatía en Av. de Mayo. Algunos hablan
de otro motoquero asesinado, pero no hay registros comprobables, “es una
leyenda”. Luciano luchó todo el día, cuando volvía se desmayó sobre la moto, a
causa de los gases absorbidos. Se despertó al día siguiente en terapia
intensiva, rodeado por la enfermera y un policía. Por suerte se recuperó
rápido, pero cuenta que el 20 “volvió a nacer”.
-¿Cómo tomaron la decisión de ir a la plaza?
-El 19 a la tarde se hace una asamblea donde se decide, en conjunto con la
organización HIJOS, movilizar a la Plaza de Mayo porque nos parecía que había
que salir a la calle para enfrentar la crisis que atravesaba el país, para
pelear por más justicia. Entonces, el 19 a eso de las 20 fuimos una de las
primeras organizaciones que entró a la plaza. El 20 a la mañana, empezó como un
día laboral para nosotros. El sindicato tenía organizados unos veinte
compañeros activos y una periferia de unos 30 compañeros más. Pero ese día unos
8 o 9 se empezaron a congregar en el local de la calle México, que nos prestaba
HIJOS. Cuando comienza la represión a las Madres, en vez de ir directamente a
la Plaza , salen a juntar compañeros, a recorrer las paradas de motoqueros del
microcentro, informando a la gente sobre la represión y convocando a la plaza,
hasta que después de un par de vueltas se forman las columnas de más de 300
mensajeros en moto que se dirigieron a la plaza por la Av. Roque Sáenz Peña,
donde ya comienzan los enfrentamientos con la policía. Yo llegué después de las
11 y ya había una columna de más de 500 motos, con miles de personas atrás, en
Av. de Mayo y 9 de Julio. Para los mensajeros ese era nuestro lugar de trabajo,
el microcentro, con nuestra herramienta que es la moto. O sea, luchamos en
nuestro lugar de trabajo con nuestras herramientas. El enfrentamiento más
grande, en ese momento, se dió sobre Diagonal Norte, donde la columna de motos
se dividió en dos, unos 300 en cada lado, en una acción premeditada, para
cercar a la columna policial, y ahí se produjo un enfrentamiento muy fuerte.
Los compañeros me cuentan que le tiraban a la policía con botellas de Rutini,
llenas, uno de los vinos más caros, porque lo que había a la mano era una
vinoteca. La frase era ¡¡le tiramos con Rutini!!
-¿En qué consistieron las acciones de lucha de los motoqueros?
-Yo venía por Corrientes y ya desde Av. Pueyrredón se sentían los gases, me
picaban los ojos. En la 9 de Julio y Rivadavia me encontré con tres compañeros
y uno de ellos me dijo ¡vos manejá!, me encapuché con la remera, cargamos un
casco con piedras y nos fuimos por Av. de Mayo hasta delante de todo; pusimos
la moto de costado y le empezamos a tirar piedras a la policía, y ellos nos
tiraban balas de goma. Entonces, lo que más hice yo ese día fue llenar el casco
con piedras, ir hasta adelante, tirárselas a la policía y volver. A veces nos
bajábamos de la moto, porque nos cansamos, y nos sumábamos a la gente que iba a
pie. Fueron momentos de mucha tensión, donde salían heridos, a mi compañero le
pegaron un balazo de goma muy fuerte en un brazo que lo lastimó mucho, vimos
sacar gente con sangre sobre la Av. 9 de Julio, heridos de bala de plomo, fue
un día muy furioso. Después nos sumamos a las columnas del Obelisco, que
combatían contra un retén policial en Diagonal Norte, después nos fuimos por 9
de Julio hasta Bartolomé Mitre, donde participamos de un saqueo al Supermercado
Norte, que prácticamente se vació. De ahí sacamos las provisiones: agua,
limones para resistir los gases, galletitas para que coma la gente. Salían los
changuitos llenos y quedaban ahí, la gente venía y se agarraba. Yo tenía uno
lleno de botellas de agua, y salimos a repartirlas, que venían muy bien.
Los combates se registraron mayormente en Av. de Mayo, donde la policía
retrocedía una cuadra, y nosotros íbamos y veníamos. El momento más largo fue
cuando la policía hizo una barricada con camionetas sobre el semáforo que da
sobre la plaza, para no retroceder más de ahí. Lo que pasa es que nosotros, en
un momento, debíamos ser más de 500 motos, pero teníamos miles de personas a
pie detrás de nosotros.
Ese día, la rebeldía de los motoqueros estuvo a flor de piel. Convivimos
con la muerte todos los días, con la bronca de que el patrón le robe, entonces
ese día descargó todo. El motoquero está muy acostumbrado al compañerismo, a la
solidaridad. Por eso ese día tomó ese rol de repartir limones, ayudando a los
que se caían, etc. Yo me acuerdo muy bien del mano a mano con la policía.
Poníamos la moto como escudo y teníamos al tipo a 50 metros apuntándote con la
escopeta de balas de goma, o que sacaba el chumbo y te apuntaba y vos ya sabías
que había siete muertos. Gastón Rivas, nuestro compañero, ya había muerto sobre
Tacuarí, a 100 metros de nosotros. Era una situación muy violenta, la muerte
estaba muy cerca, pero primó la solidaridad con el pueblo. Los motoqueros
fuimos parte de un todo, pusimos nuestro granito de arena, hubo grupos de motos
por todo el centro todo el día…
-¿Cumplían funciones que otros no podían cumplir?
-Sí, de repente se alejaban del centro, agarraban una verdulería y traían
los limones para repartir, llevar agua, la resistencia contra algunos coches de
la policía que venían muy fuerte, con elementos contundentes, recorrer el
centro y saber por dónde venía la cana, porque a veces aparecía por los
costados y te cerraba, había un grupo de 15 o 20 motos, los más militantes del
sindicato, que recorrían mucho, entonces llevaban la información de donde venía
la fuerte, la mala. Fue una tarea solidaria no entre motoqueros sino con el
pueblo. Los cóctel molotov que llevábamos no eran de los motoqueros. Vino un
grupo de gente con eso y nos dijeron “vamos con ésta que viene la pesada” y los
subíamos atrás. Hubo miles de enfrentamientos donde venía la gente y te decía
“vamos que tengo ésto” y bueno, “subí”. Cumplimos un eslabón importante. Yo
nunca estuve muy de acuerdo con la idea de que éramos la caballería del pueblo,
pero de alguna manera fue algo así, el rol de desplazamiento rápido como fuerza
contundente. Recalco la juventud de los pibes del sindicato, jugada a todo o
nada, cuando ya hablábamos de muertos, incluso arriba de una moto, y los pibes
no se iban. Y hubo momento en que la policía rebasaba la 9 de Julio, cientos de
policías, y atrás teníamos un pueblo, docentes, desocupados, pibes de otros
lugares, bancarios. Y el motoquero unió a todo ese grupo de gente desbandada. Y
se generó un espíritu de cuerpo muy grande. La participación de motos el 20 de
diciembre superó muchísimo la participación que tenía el sindicato en las
actividades gremiales, superando ampliamente la capacidad organizativa del
SIMECA. Y ver una columna de 500 motos da miedo, el ruido solo de los motores
da miedo.
-¿Y le dio al pueblo una idea de protección?
-Y, lo que se daba es que iban las motos adelante y el pueblo atrás,
entonces en cada columna donde se generaba un polo de resistencia había
alrededor de 300 motos adelante y el pueblo que se iba sumando atrás tuyo. Le
daba un valor importante a la lucha. Yo creo que sin las motos no hubiera
durado tantas horas el enfrentamiento. Incluso, cuando se ponía jodida te
tirabas atrás de la moto y ahí aguantabas los balazos de goma.
-¿Los caballos de la policía cómo reaccionaban ante las motos?
-Los caballos con las motos no se metían. Las motos estuvieron bien usadas.
Hubo compañeros que se fueron por San Telmo y le prendieron fuego a la moto de
un policía desprevenido. Cerca de ahí, otro patrullero que había quedado sin
conductor lo agarraba el grupo de 20 motos que había quedado dando vueltas y de
repente pum lo cagaban a piedrazas y se escapaban, y así todo el tiempo
acciones que iban dando fuerza. Capaz vos estabas en una esquina resistiendo
solo y de repente caían 20 o 30 motos y se mandaban una de comboy, y le iba
dando fuerza a todo el conjunto, la policía nunca se esperó lo que podía pasar
con las motos.
-¿El sindicato se sintió más unido después de esto?
-El gremio se sintió más unido, el sindicato se fortaleció, creció la
solidaridad, y el orgullo de decir que aguantamos la parada, no nos fuimos, yo
paraba laboralmente en Av. de Mayo y 9 de Julio, y la defendimos, no nos
corrieron, pagamos con la muerte de un compañero, pero nos quedó la dignidad de
haber estado ese día.
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"El
infierno son los otros"
Entrevista con el periodista Hernán López Echagüe
-¿Hasta qué punto la pueblada de diciembre de 2001 fue una jugada del PJ o
fue obra del mismo pueblo?
-Te confieso que nunca lo tuve muy claro. En todo caso, me inclino por una
conjunción de factores. La crisis política y económica era insoportable. Todas
las grietas y fisuras del sistema, y de esta democracia imprecisa, habían
brotado. Por otra parte, la actitud de Ruckauf, Duhalde y algunos intendentes
justicialistas del conurbano, fue obscena. Un par de meses ante de la caída de
De la Rúa, Duhalde anunciaba en Estados Unidos que al final del año se iba a
hacer cargo del gobierno; Ruckauf se la pasaba anunciando el caos. Hugo Moyano
no hacía más que amenazar con una revuelta. El intendente de Moreno, Mariano
West, incitó los saqueos en su región. La lista es larga.
El PJ en general tuvo una conducta por lo menos desdeñosa, le importaba un
bledo la democracia, las instituciones.
Tampoco podemos olvidarnos de Alfonsín. En su departamento de la avenida
Santa Fe se reunían periódicamente Leopoldo Moreau, Rodolfo Daer y Armando
Cavallieri; Carlos West Ocampo, secretario de prensa de la CGT; Ignacio De
Mendiguren, Pedraza, Ruckauf y Duhalde, para tramar el cambio de gobierno.
Por supuesto, las organizaciones sociales autónomas que comenzaron a salir
espontáneamente de su territorio y llegaron a la plaza, tuvieron también un
papel importante. Las mismas organizaciones que semanas después el gobierno de
Duhalde empezó a reprimir y perseguir con brutalidad, con la complacencia de
los benditos ahorristas.
En esos días, en fin, hubo una miscelánea de propósitos, de reclamaciones,
de intereses, que, al menos a mí, me cuesta mucho definir.
-¿Por qué a De la Rúa? ¿Qué clase de político representa?
-De la Rúa fue otro de los factores. Un tipo insípido, conservador,
pusilánime. El protagonista de la historieta Las puertitas del señor López.
Salvo sus amigos, familiares y unos cuantos trasnochados que lo votaron porque
creían ver en él a un hombre inteligente, con viveza y resolución, el resto de
los votos, la mayor parte de los votos que obtuvo, estuvieron fundados en el
hastío, en el cansancio, en la decisión de sacarse de encima a ese neomenemismo
que representaban Duhalde-Palito Ortega. Es decir, no fueron votos a favor de
algo, de una propuesta de cambio, menos aún fruto del carisma de De la Rúa,
sino contra algo, votos de rechazo. Y eso le quita legitimidad a cualquier
gobierno.
De la Rúa era un señor con campera de gamuza que no tenía capacidad ni para
administrar la vida en un edificio. Y ganó las elecciones. Eso habla más de la
ingenuidad de las personas que lo votaron, que de la ausencia de solidez de él.
-¿Por qué siguieron presentes algunas figuras nefastas a pesar del rechazo
popular?
-Es que, como dije antes, fue un rechazo por razones disímiles y
encontradas. Ahorristas, empresarios, dirigentes políticos, organizaciones
sociales, sindicatos, movimientos de trabajadores desocupados, todos
coincidieron en la urgencia de acabar con ese gobierno amorfo. No sólo se
quedaron todos, sino que además buena parte de esos dirigentes y empresarios
formó parte de los distintos gabinetes de Duhalde. Un crimen perfecto. Y los
sectores sociales que de modo genuino habían salido a la calle y exigían que se
fueran todos, se convirtieron en la presa exclusiva. Porque también tenemos que
recordar que durante el 2002 las protestas callejeras continuaron, y la
respuesta fueron balas y gases. A partir del asesinato de Kosteki y Santillán,
esas protestas declinaron, por razones obvias, hasta quedar en el recuerdo.
Salir a la calle a exigir un puesto de trabajo y un poco de comida, se
convirtió en un acto temerario. Nadie se toma a la ligera la posibilidad de
recibir un escopetazo en la espalda.
-¿Por qué este país no es capaz de juzgar a los
responsables políticos de los asesinatos del 19 y 20 de diciembre? ¿Es una
cuenta pendiente de la democracia?
-Es una sociedad que tiene el terrible hábito de tomar como lógicos o
correspondientes a derecho los crímenes que comete el Estado, porque así nos lo
enseñaron los medios de comunicación y en las escuelas y en las facultades
durante muchos años, y se vuelve histérica, con arranques de puro fascismo,
cuando el crimen lo comete un loco suelto. Pensemos, por ejemplo, en las
movilizaciones que causó el caso Blumberg. El solipsismo del argentino medio,
medio en todo aspecto, medio de entendimiento y de interés por lo que le ocurre
al vecino, medio de fidelidad e infidelidad, medio de billetera y del
sacrosanto consumo de gansadas, el argentino medio que vive en una soledad
absoluta y que tiene a la relación con el otro como un hecho fuera de
concierto. El infierno son los otros. Me acuerdo ahora de una reflexión de León
Rozitchner sobre la conducta de la clase media ante las protestas: “Quieren una
protesta sin ruido, una acción sin presencia, una existencia sin huella: una
protesta que no exista como protesta. Quieren que los despojados y condenados a
la lenta pena capital del hambre, la enfermedad y la muerte jueguen al oficio
mudo: sin hablar y sin reír, como juegan los niños. Que no ejerzan una
presencia que disturbe ese sueño sin pesadillas de los justos”.
-¿Qué significa un asesinato político para nuestra sociedad, después de
haber padecido el terrorismo de Estado?
-Significa exactamente eso: un crimen político, es decir, un crimen que la
mayor parte de la gente supone que no le compete. Una suerte de ajuste de
cuentas entre el Estado y una organización política. Nada que ver con su vida.
Cosas que pasan. Creo que la esencia del por algo será, continúa intacta, quizá
más cautelosa, más disfrazada por una cuestión de decoro. La política, que a mi
juicio debería tomarse como un oficio y nunca como una profesión o un empleo,
está teñida de actividad en la que caben los gajes del oficio, es decir, si
hacés política algo te puede ocurrir. Entonces, bancátela.
A veces me parece que al haber encapuchado y secuestrado a 30 mil personas,
la dictadura logró encapuchar y secuestrar la identidad y el libre albedrío de
millones. Lleva mucho tiempo recuperarse a sí mismo, reencontrarse.
Además, no todos padecimos el terrorismo de Estado. Algunos, lo gozaron; a
otros les sirvió para ganarse un sitio en la escala social y para hacer
negocios. Las mayores fortunas, incluso la de varios dirigentes políticos, se
construyeron durante esa época.
-¿Qué papel jugaron los símbolos en la pueblada? Me refiero a la plaza de
mayo, a las madres, al helicóptero, a los bancos, al Mc Donalds, etc.
-Símbolos, nada más que símbolos, que como todos los símbolos tienden a ser
equívocos y evanescentes. Lemas, banderas, emblemas. No se puede sacar nada en
limpio de un conjunto de imágenes. Sirven para recordar, para traernos a la
memoria determinados momentos de la historia, pero allí mueren si uno no se
pone a hurgar en ese símbolo, a intentar descubrir todo lo que esa imagen
inmóvil sugiere y aviva: el mundo circundante e invisible que le otorga alma y
sentido a la escena. ¿Qué puede decirnos una imagen del Che en la bandera de un
sindicato que tiene a un mafioso como líder? ¿Y en el hombro de un tipo que
según los soles apoya a Menem o a Fidel? Símbolos, nada más que símbolos. ¿Qué
nos quiere decir Alfredo Leuco, por ejemplo, cuando en un editorial trata de
figurarse la trascendencia que tendría Walsh, hoy, escribiendo en Clarín? Los
símbolos confunden, son utilizados para ocultar otras cosas. Engañan, los
símbolos. Cosifican. Crean un entusiasmo falso. Se usan para lavar culpas. Para
excusarse de ciertas responsabilidades. Los muertos de diciembre, y Kosteki y
Santillán y el Pocho Lepratti, por ejemplo, no pueden ser símbolos, no podemos
relegar esos hechos a la nebulosa del símbolo. Representan mucho más,
representan una entrega, un modo de vida, de relación con el otro, de cierta
generosidad, digamos.
-Al día de hoy pareciera que la crisis política del 2001
fue solo un sueño. ¿Por qué le cuesta tanto a la izquierda argentina presentar
una alternativa?
-No fue un sueño. Fue una espantosa realidad que tuvo como culminación el
asesinato de más de 30 personas, la llegada a la presidencia de la nación de un
personaje como Duhalde, la transferencia de la deuda privada al Estado y otras
delicias. Hace tiempo que la izquierda perdió el norte, si es que alguna vez lo
tuvo. Los partidos de izquierda cometieron la estupidez de llevar hacia su
interior los mismos vicios y las mismas taras que son el rasgo más distintivo
de los partidos burgueses y conservadores. Peleas internas por candidaturas,
discursos huecos, la declamación y el énfasis, y la retórica en lugar de
palabra directa.
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Entrevista con Atilio Borón
“La pueblada
asustó mucho a la clase dominante”
-¿Se puede decir que la pueblada produjo un cambio de modelo económico?
-No, el modelo económico, en lo esencial, se ha mantenido, a lo largo de
los años. Cuando digo lo esencial qué te estoy diciendo, un modelo en donde se
privilegia la extranjerización de la economía. Ahora habría una tentativa de la
presidenta de poner límite a eso en materia agropecuaria, pero las dos
apariciones públicas de Cristina (Fernández) en el medio empresarial fue en la
General Motors y en otra fábrica del sur, una fábrica recuperada que quedó en
manos de una empresa extranjera. O sea, la extranjerización es un rasgo
decisivo del viejo modelo pro-gran capital, la concentración de ingresos es un
rasgo decisivo que sigue su curso; la Argentina hoy tiene un índice de
polarización económica en donde el 10% más rico gana 27 veces más que el 10%
más pobre, y eso que el gobierno hizo un esfuerzo para bajar esto, porque
estaba en 32 o 33, pero cuando empezamos el período democrático estábamos en
13. O sea que hoy en día tenés un orden económico-social que es el doble de
injusto de lo que era hace 30 años atrás. Otro rasgo decisivo del modelo pro-gran
capital es una estructura impositiva profundamente regresiva, en la que si por
ejemplo vos tenés un autito, un Renault 12 modelo 75, y lo vendés en Florencio
Varela, tenés que pagar un impuesto a la transferencia de activo, una tasa
municipal, que fluctúa entre el 5 y el 7%, depende del caso. Pero si vendés una
gran empresa como YPF, como se la vendió a Repsol en 16 mil millones de
dólares, y eso generó un impuesto “cero” para el Estado. Pagás ganancia si sos
un maestro o un camionero, pero si sos un depositante de plazo fijo que al cabo
de un año tiene una ganancia muy sustancial, no pagás ni un peso, porque el
plazo fijo está exento del pago de ganancias. Son todos los rasgos típicos del
modelo pro-gran capital, que lamentablemente todavía persisten entre nosotros.
-¿Qué cambios políticos se produjeron a partir del 20 de diciembre?
-Hubo cambios importantes, pero no te olvides que el 20 de diciembre pone
fin a un caso de aplicación rabiosa de pro-gran capitalismo, que da lugar luego
a la aplicación de un modelo pro-gran capital mucho más pulcro y mejor
ordenado. No te olvides que quien se hace cargo de la reestructuración del
modelo económico es el ministro (Roberto) Lavagna, que fue el ministro de los
primeros dos años del gobierno de (Néstor) Kirchner, o sea que hay un elemento
de continuidad indiscutible. Hubo algunos cambios importantes que hizo el
gobierno, pero no cambiaron la estructura fundamental del modelo pro-gran
capital. ¿Cuáles fueron? Primero y más importante, la quita de los bonos de la
deuda externa. El segundo cambio importante es la Asignación Universal por
Hijo, que de hecho era una bandera de la oposición al kirchnerismo los primeros
años y que luego por suerte la presidenta adoptó ese programa sin preocuparse
de quién lo había propuesto y gracias a eso se produjo una mejoría muy
significativa de un sector muy importante del campo popular. Aparte, cambiaron
algunos elementos como la reestatización de las AFJP, cuya privatización había
sido votada por gente de este mismo gobierno. Es decir, son cambios
importantes, pero que no alteran las estructuras fundamentales del modelo del neocapital,
que todavía tiene, como uno de sus puntales, la ley de entidades financieras,
que rige todo el sistema financiero y bancario de la Argentina, que es la ley
de Martínez de Hoz. Esto es importante, para señalar la magnitud de las tareas
aún por hacer en el terreno económico.
-¿Se recompuso la hegemonía de la clase dominante, que estaba bastante
rota en aquel momento?
-Se recompuso ciertamente, pero teniendo que hacer una serie de
concesiones. Porque la pueblada del 19 y 20 de diciembre los asustó mucho,
entonces estuvieron dispuestos a aceptar cosas que antes no aceptaban, pero de
todas maneras hay un dato muy significativo, que más allá del debate que
algunos sectores en algún momento pueden tener con el gobierno nacional, pensá
el debate con los campestres en el 2008, no en la actualidad, lo que uno nota
es que la clase dominante ha respaldado de manera muy fuerte la gestión del
actual gobierno. Incluso las declaraciones de Franco Macri hace ya tiempo
diciendo que éste es el mejor gobierno, la forma en que actúa Ignacio de
Mendiguren en la Unión Industrial Argentina, y algo mucho más contundente
todavía, fijate cómo fue el voto agrario en las provincias en los distritos
sojeros que fue abrumadoramente favorable a Cristina. Más allá de chisporroteos
ocasionales, que son inevitables, hay una muy buena relación entre el Estado y
las clases dominantes.
-¿Qué diferenciás de los saqueos del 89 con respecto a esta pueblada?
-Ahora ha habido una situación de mejoría que es indiscutible. La Argentina
ha tenido 8 años de crecimiento económico muy significativo, que no se puede
atribuir solo al viento de cola del comercio internacional, que existe, pero
que el gobierno supo aprovechar muy bien, es un mérito del gobierno. Que ha
implementado políticas sociales de alcance universal muy significativas, no
solamente la Asignación, sino también la extensión del régimen jubilatorio a
amas de casa y a personas que, debido a la informalidad en la relación laboral
de la Argentina , no tenían cobertura provisional. O sea que ha habido una
serie de medidas concretas que favorecieron a los sectores más postergados de
la sociedad argentina y eso explica la posición tan impresionante que tuvo la
presidenta en las elecciones del 23 de octubre. Y en ese contexto, respondiendo
a tu pregunta, lo que antes aparecía como única alternativa al saqueo, producto
de la hiperinflación, hoy en día aparece como una alternativa absolutamente
marginal, poco atractiva, y totalmente innecesaria.
-Este proceso de puebladas que tuvo el país en la década pasada, ¿se
corresponde con procesos similares en otros países de Latinoamérica?
-Yo diría que lo de las puebladas tiene que ver con una serie de cambios
que se fueron produciendo en América Latina, sin ninguna duda, que tienen que
ver con la emergencia de un fenómeno como el chavismo en Venezuela, la
experiencia de Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, la misma
supervivencia de la Revolución Cubana , demostrando que si vos te apartás de
las políticas pro-gran capitales no necesariamente te caés en el infierno, Y yo
creo que el 19 y 20 en ese sentido estuvo favorecido por todo eso que estaba
ocurriendo y que por ejemplo ya habían ocurrido los grandes incidentes en
Seattle, en la Asamblea Conjunta del Fondo Monetario Internacional y el Banco
Mundial, había transcurrido la primera edición del Foro Social en Porto Alegre.
O sea, había un clima de ascenso de la lucha de masas en América Latina que se
reflejó en Argentina y el carácter reaccionario del gobierno de De la Rúa, la
torpeza con la cual se implementaron esas políticas y el grado muy fuerte de
insatisfacción popular, provocó lo contrario.
Colectivo
Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Diciembre 21 de 2016
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