“Cuba: Después de Fidel. Dossier”
En SinPermiso
–public. 10/12/16
“’Contra el polvo del alma’: el legado de
Fidel y el futuro político de Cuba”
Rafael Hernández
Fidel
montó sobre Fidel un día/se lanzó de cabeza contra el dolor contra la muerte/
pero más
todavía contra el polvo del alma
-Juan Gelman
Uno
Los grandes
reformadores no siempre se han caracterizado por reunir detrás de sí el
consenso unánime de la humanidad, ni siquiera de su propio pueblo. Su mérito no
radica en haber conseguido la aprobación universal, sino en haber construido un
proyecto incluyente de progreso y justicia social, liberación y convivencia
humana —así como sus patrones de medida— cuyo significado real solo puede
asentar el tiempo.
Me pregunto qué
hubiera arrojado una encuesta nacional del New York Times acerca de Abraham
Lincoln, la mañana del 14 de abril de 1865, en víspera de su muerte, víctima de
una conspiración esclavista. Me pregunto si habría sido celebrado como el héroe
nacional que preservó a la Unión, y la salvó de la ignominia de la esclavitud (el
pecado, decía él), al enorme costo de 700 mil vidas, millones de lisiados
de guerra, y la ruina de vastos territorios, especialmente, de grandes
propiedades y haciendas en el sur –donde la disidencia de la Confederación
representaba nada menos que la tercera parte de los Estados Unidos.
Me pregunto si el
pensamiento de Lincoln hubiera convocado entonces el halo de reverencia
nacional y mundial que adquirió luego, y que solo se vino a materializar en un
monumento a la orilla del Potomac, 57 años después.
Los países de
nuestro sur que han conocido grandes reformadores, como Benito Juárez o Mahatma
Ghandi, saben que tuvieron enemigos atroces, internos y externos, muy
superiores por su fuerza y recursos; y que muchos los consideraron obstinados e
inflexibles, por su tenacidad, que algunos calificaban como pura terquedad. Fueron
precisamente esos rasgos polémicos los que inscribieron sus nombres, más allá
de fronteras nacionales, en la historia y el legado común.
Aunque a veces ese
reconocimiento se puede demorar. Me pregunto si los racistas norteamericanos
hoy mismo ya se habrán reconciliado con Lincoln.
Dos
Las lecciones de
Fidel Castro —para Cuba y muchos en el mundo— no son las de la conformidad, el
pragmatismo o el fatalismo geográfico. Sucesivas generaciones lo vieron como el
rebelde ante el orden establecido; capaz de cantarles las verdades a poderosos
de los más diversos signos ideológicos, sin arrodillarse ante ninguno; de
ejercer como nadie antes los postulados martianos de “Patria es humanidad” y
“Un pensamiento justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército.”
Sus ideas y
acciones, incómodas para algunos, no enseñan normas como evitar “buscarse
problemas”, callarse la boca ante los intereses creados, esperar que los
cambios vengan de otra parte o de afuera.
Como muchos saben,
ni en la guerra ni en la paz fue un temerario, sino un estratega minucioso, que
evitó siempre riesgos innecesarios; tampoco se comportó en política como un
sectario o un extremista, sino como artífice de alianzas que parecían
quiméricas, entre tendencias que a veces llegaban a pedirse la cabeza. Su
rol como árbitro entre esas tendencias logró finalmente juntarlas en un mismo
partido. Defendió sus ideas con vehemencia, pero no fue dogmático y mucho menos
fanático. Utilizaba razones y argumentos extraídos de una vasta cultura (era un
lector incesante), donde se reunía el dominio por las principales concepciones
políticas de su tiempo, la historia de Cuba y del mundo, junto a ristras de
simples datos que podía memorizar con un vistazo, de manera que lograba
dejar pensando incluso a interlocutores con ideologías muy ajenas.
Sus principales
errores como dirigente se explican por sus propias virtudes. Estaba convencido,
como San Pablo y el Che Guevara, que la educación y la dedicación a la obra, en
un medio favorable, lograban transformar a cualquiera, y hacerlo un hombre (o
una mujer) nuevo. Que la teoría era imprescindible, pero no había aprendizaje
mejor que ponerse a hacer las cosas, incluso si conllevaba darles
responsabilidades de estado a veinteañeros. Creía que ganando los corazones y
las mentes de muchos se podía incluso quemar etapas. Y que esperar a que las
condiciones maduraran era puro inmovilismo. Que no era bueno mantener deudas
con una superpotencia aliada, aunque para eso todos tuviéramos que irnos a
cortar caña; que la ciencia y la técnica eran la base del desarrollo, y que si
los simples ciudadanos aprendían de genética pecuaria, íbamos a producir más
leche per cápita que Holanda o Nueva Zelandia. Que el socialismo realmente
existente en otras partes no era verdad; y que si se relegaba la meta de una
sociedad con igualdad, era probable extraviarse por el camino.
Tres
Se repite hasta la
saciedad que Fidel era el doctrinario, el intransigente ideológico, y Raúl el
pragmático, el político realista. (Curiosamente, hasta 2006, muchos pensaban lo
contrario).
En todo caso, la
historia nos revela otras cosas.
Los documentos
desclasificados de EE.UU. demuestran que él buscó el diálogo con los diez
presidentes norteamericanos que le tocaron. Se olvida a menudo que varios de
ellos intentaron liquidarlo (no solo política, sino físicamente) una y otra
vez. Y que ante la guerra de aislamiento impuesta a la isla, generó un
activismo para contrarrestarla, que se revertió en unas relaciones
internacionales y de cooperación globales, con gobiernos y movimientos
extremadamente diferentes, desde muy temprano, cuando nadie imaginaba la caída
del Muro de Berlín.
Seguramente es
cierto que Raúl lo supera como administrador, en el sentido de la organización
y el gobierno desde la institucionalidad, el cálculo de costos y el control de
gastos, el rigor sobre los presupuestos, la distribución de tareas y su chequeo
sistemático, la coherencia y la descentralización de responsabilidades, la
preeminencia de la ley y el orden como instrumentos de política. Si bien Raúl
ha sorprendido a muchos por sus cualidades como estadista, conductor de la
transición, digno relevo de una figura desmesurada como Fidel, y muy
especialmente, lúcido intérprete de los nuevos tiempos, incluida la dimensión
política de los cambios económicos, es probable que el estilo de dirección de
Fidel estuviera mucho más cerca de la cultura guerrillera que la del comandante
del Segundo Frente.
La mayoría de los
cubanos, incluso algunos de sus críticos, concuerdan que, en el ajedrez con los
EE.UU., su categoría de Gran Maestro no ha tenido rival. Y que si estamos aquí
todavía como país independiente, se lo debemos a él. Muchos dan por sentado que
la última negociación con EE.UU. (desde diciembre, 2014) ha contado con su guía
estratégica.
Al margen de
enunciados doctrinales a los que aportó como ningún otro dirigente, el lado
práctico de su legado en política exterior —ante EEUU y otros— se levanta sobre
dos premisas irreductibles: no doble rasero, no pre-condiciones. Esa herencia
suya es la piedra de Rosetta para entender la lógica y los límites de la
política cubana, y poder predecirla.
Ahora bien, nadie
debería llamarse a engaño sobre la naturaleza de ese realismo. Ni en ausencia
de Fidel ni después que se vaya Raúl, se debería esperar que un gobierno que
defienda el interés nacional de Cuba transforme el sistema para contentar a los
políticos del Norte o por algún beneficio económico. Mirándolo desde abajo,
donde arraiga la cultura cívica cubana, una política que negociara el modelo interno
con los norteamericanos perdería su legitimidad de fondo. O para decirlo al
revés: cualquier gobierno futuro debe saber que la idea de negociar los temas
de política interna con EE.UU. amenazaría un consenso imprescindible para
mantener la estabilidad política y hacer avanzar el nuevo modelo socialista.
Cuatro
Un tema reconocido
en la agenda cubana actual por el propio Raúl es la cuestión de un socialismo
democrático.
El argumento típico
que algunos asumen sin más, en el escenario de “una Cuba post-Fidel Castro”, es
que su ausencia permitiría avanzar rápidamente hacia una cierta
“democratización”. Esta idea, tan convincente para algunos como un buen deseo,
padece sin embargo, de ambigüedad conceptual y simpleza política, y más bien
puede tener un efecto contraproducente para un socialismo democrático.
Las cinco razones
que la resumen no son teóricas o ideológicas, sino de realpolitik:
- Malinterpreta
el clima político realmente existente en Cuba, al cifrar la agenda de la
democracia en la política de partidos, en vez de hacerlo en el poder
ciudadano para influir y controlar las políticas desde abajo. Claro que la
calidad del proceso electoral, y la superación de sus principales defectos
(la nominación cerrada y el voto negativo) son parte integral de esa
democratización. Pero más allá del momento electoral, su eje radica en el
funcionamiento de las instituciones representativas del sistema político,
según son descritas en la Constitución –incluida la transparencia y la
rendición de cuentas (eso que en el norte llaman accountability) de
todos los cargos elegidos y también de los organismos de la administración
central del Estado.
- Una
“democratización” reducida al multipartidismo implica una lógica “desde
arriba”, consistente en que el Partido convierta el orden político actual
en un cierto “sistema de partidos” (quizás mediante una negociación
inter-elites al estilo post-franquista español), en lugar de promover que
el propio PCC adopte un funcionamiento cada vez más democrático, desde sí
mismo (como ha planteado el propio Raúl), y en respuesta a sus bases
(cerca de un millón de militantes, incluida la UJC), a las actuales
demandas y problemas del sistema político y de la sociedad cubana. Se
trata de que todos los grupos sociales encuentren su espacio bajo esta
institucionalidad, así como que todas las corrientes del pensamiento
cubano, ajenas al interés de una potencia extranjera, se puedan expresar y
debatir en la esfera pública.
- Relega
a un segundo plano la condición fundamental de una reivindicación democrática,
en los términos del propio orden constitucional cubano: asegurar la
participación ciudadana en las instituciones existentes, y sobre todo, en
el sistema del Poder Popular, desde las circunscripciones hasta la
Asamblea Nacional, de manera que este pueda ejercer el poder que se le
reconoce, como columna vertebral de la soberanía nacional. Son canales de
esta condición ciudadana, y de sus intereses, las organizaciones
sindicales y todas las demás, así como el mismo Partido, no solo es
sujeto, sino objeto de los cambios. Antes de lanzarse a un cambio
estructural del sistema de partidos, o algo igualmente impredecible, se
requiere poner a prueba la capacidad para la participación efectiva en el
sistema político existente (no solo en el acto de votar), así como la
cuota de poder real de las instituciones representativas sobre la
administración y las instancias del gobierno.
- Leer
la muerte de Fidel como el “momento democratizador”, según hacen algunos,
ignora los últimos diez años, llenos de acontecimientos y desarrollos
nuevos, la emergencia de un consenso más heterogéneo y contradictorio, la
expansión de la esfera pública cubana dentro y fuera de la isla, la
naturalización del disentimiento, el relevo actualmente en curso, y la
propia índole del proceso político que transcurre bajo el arco de la
Actualización del modelo. Esta lectura distante de la desaparición de
Fidel lo identifica con una especie de regulador de voltaje, que hubiera
dejado de proteger al sistema. Al hacerlo, por tanto, se refuerza una reacción
defensiva típica, en las instituciones del sistema y la propia sociedad
civil, que tiende a interpretar en clave conservadora el legado de Fidel,
en el sentido de promover el cierre y endurecer, a fin de cuentas, las
condiciones políticas propicias para el cambio.
- Este
argumento se salta el papel real de Raúl Castro y el contenido democrático
de su plan de reformas, su dimensión política, alcance radical, y
convocatoria a la totalidad de la ciudadanía, no solo a los socialistas y
a los militantes, en una agenda realmente nacional. Los que no ven
contenidos políticos en la agenda real de la Actualización parecen no
haber escuchado las instrucciones de Raúl a los dirigentes políticos
acerca del diálogo constante con los ciudadanos (más que con “el pueblo”,
y nunca con “la masa”), su crítica directa a la ineficacia del sistema de
medios de difusión, la toma de decisiones colegiada e institucional, la
consulta ciudadana sobre las direcciones principales de la política, la
confrontación pública a la mentalidad burocrática resistente al cambio, e
incluso algunos temas en el diálogo con EEUU, que no reproducen
exclusivamente la existente bajo el mandato del Comandante.
El legado de Fidel
para el futuro de Cuba, parafraseando al poeta, es que solo sacando el polvo de
las viejas ideas se podrá vencer tanto el sentido común del capitalismo como
los malos hábitos del socialismo, hacia una sociedad que solo podrá ser más
justa y equitativa si logra ser más próspera y democrática.
La Habana, 29 de
noviembre de 2016.
***
“Después
de la emoción, la reflexión…”
Ricardo Torres
El mes de noviembre
de 2016 va a ser largamente recordado por los cubanos. Probablemente va a pasar
a la historia como un período de grandes sobresaltos y emociones. Apenas han
concluido los nueve días de duelo nacional declarados a partir del fallecimiento
del líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro. Antes también habían ocurrido
otros acontecimientos, entre los que sobresale la elección de Donald Trump como
próximo presidente de Estados Unidos. Parece que los cubanos estamos destinados
a vivir acontecimientos extraordinarios con bastante regularidad.
En el plano
doméstico, el ritmo de las reformas ha decaído. Cuesta nombrar una gran
iniciativa en los últimos doce meses. En ciertos ámbitos como la agricultura,
se podría argumentar que se ha retrocedido. El aumento de precios (una
preocupación legítima) se saldó con un retroceso hacia las mismas fórmulas que
no funcionaron antes y que llevaron a emprender las transformaciones en ese
sector tan temprano como en 2007. Muy lamentable que la respuesta haya sido
esencialmente administrativa, cuando el asunto es uno de economía básica.
Luego de casi siete
años de reformas, los resultados económicos tangibles son escasos. La dinámica
del PIB no mejoró, como tampoco las bases esenciales de la acumulación, o la
vulnerabilidad de la inserción internacional. El desastroso comportamiento de
las exportaciones tiene repercusiones de gran calado. No se logró consensuar y
mucho menos implementar medidas estructurales para destrabar el sistema
productivo. Llama la atención la baja capacidad de implementar iniciativas con
un potencial transformativo indiscutible como la atracción de inversión
extranjera.
Los documentos aprobados en el Congreso del Partido y luego discutidos en varios sectores
de la sociedad cubana deberán ser consagrados por la Asamblea Nacional, y
convertidos en políticas de Estado, la parte más difícil. Quedan aspectos
prácticos que resolver en el Plan Nacional de Desarrollo hacia 2030, como el
establecimiento de metas cuantitativas. El panorama económico actual y las
propias debilidades de la reforma implican que los objetivos de desarrollo
dibujados por este último, muy ambiciosos, parezcan ahora más lejanos. A ello
se agrega el desafío político que supone el relevo de Raúl Castro al frente del
gobierno cubano en un cercano 2018. Por si fuera poco, el entorno externo se ha
tornado mucho más complejo.
El panorama
político en América Latina se ha modificado notablemente. Países con gran peso
en el continente como Brasil y Argentina tienen ahora gobiernos de derecha. En
el caso del gigante sudamericano, después de la destitución de la ahora
ex-presidenta Dilma Rouseff. Esa también parece confirmarse como la opción más
probable en Chile y México. En Ecuador y Bolivia, dos países muy cercanos
políticamente a Cuba, dos presidentes con una amplia base popular no van a
continuar al frente del gobierno por diferentes razones. Es todavía muy
temprano para asegurar que sus respectivos partidos tienen garantizada la
permanencia en el ejecutivo.
En relación a
Venezuela, la situación política sigue siendo explosiva y la mesa de diálogo
actual no ha logrado traer más estabilidad. Hace unos días, el país ha sido separado como miembro pleno del Mercosur, a la espera de nuevas
decisiones sobre su estatus definitivo. Ni siquiera el signo político del
gobierno que emergerá de las próximas presidenciales es posible definirlo en
estos momentos.
Por si fuera poco,
los problemas económicos acechan también a la región. Es válido apuntar que el
desempeño muestra grandes variaciones entre diferentes estados y subregiones,
pero la ralentización de la actividad económica es apreciable. Una combinación
de los efectos de la crisis económica internacional, la incertidumbre reinante después
de eventos como el Brexit
y la elección de Trump en Estados Unidos, la mala gestión pública en algunas economías del
continente, y el mantenimiento en su mayor parte de un modelo de crecimiento
basado en la exportación de materias primas, han pasado factura a las
perspectivas de progreso a corto plazo. Tres grandes economías como Brasil,
Argentina y Venezuela se han contraído por al menos dos años consecutivos, el
declive venezolano puede llegar a cuatro períodos. El futuro se ensombrece para
México, que ya sufre la mayor devaluación del peso en décadas. Casi todos ellos
son importantes socios comerciales de Cuba. Venezuela y Brasil tienen acuerdos
comerciales y de cooperación de amplio alcance que inciden en el más importante
rubro de las exportaciones cubanas, los servicios médicos.
El efecto sobre la
economía cubana puede ser sustancial. La emergencia de gobiernos de distinto
signo político no supone una actitud beligerante de estos hacia Cuba en el
plano internacional, pero sí anticipa menor activismo a favor de la mayor de
las Antillas y hace menos probable avanzar en acuerdos económicos
preferenciales. Aún más cuando esto ocurre en medio de una complicada agenda
doméstica para esos gobiernos. Los problemas que atraviesan varios de los
socios claves necesariamente debilitarán los beneficios económicos de la
cooperación, como ya es visible en el caso venezolano.
Asimismo, la
economía mundial no está definitivamente en su mejor momento. La resaca de la
crisis de 2008 continúa afectando el desempeño de gran número de países, tanto
avanzados como en desarrollo. La desaceleración de la economía china y la
debilidad económica generalizada han impactado negativamente en el comercio
internacional, otrora fuente predilecta de expansión para el mudo
subdesarrollado. Las exportaciones de América Latina arrastran tres años de
descenso, y se pronostica que durante algunos períodos el comercio se expanda a
tasas más bajas que el crecimiento del PIB global. Por si fuera poco, a falta
de las medidas prácticas que tomará su administración, el ascenso de Donald
Trump a la presidencia de Estados Unidos implica que por primera vez en décadas
el líder de una gran potencia se proclama abiertamente contrario a la
globalización. Al menos tres grandes iniciativas multilaterales de facilitación
de comercio corren grave peligro, al menos en su forma actual: el Tratado de
Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el Acuerdo Transpacífico (TPP), y
la propuesta trasatlántica (TTIP). Esto ahondaría el declive del intercambio
comercial, lo que es muy mala noticia para los países pequeños en desarrollo,
con economías abiertas dependientes del comercio y las finanzas
internacionales, entre los que se encuentra Cuba.
En el caso de
Europa, el proyecto de la Unión Europea (UE) atraviesa uno de sus peores
momentos. Varios gobiernos tienen que concentrarse en acorralar tendencias
antieuropeístas en el plano doméstico, en medio de una continua debilidad
económica, la crisis migratoria y el activismo yihadista. Esto presupone una
menor prioridad relativa para asuntos de agenda internacional con escasa
relevancia práctica. Como nota positiva, la UE acaba de levantar la Posición
Común sobre Cuba a partir de la firma del Acuerdo de Cooperación.
No obstante, para
Cuba quizá lo más relevante llega otra vez desde su Vecino del Norte. La
victoria del candidato republicano sorprendió y preocupó a muchos dentro y
fuera de la Isla. Después de la sorpresa inicial, se han sucedido algunas
señales preocupantes. El nombramiento de integrantes vinculados al ala más dura
de la comunidad cubana en ese país para el equipo que prepara la próxima
administración, junto a algunas mensajes en Twitter despertaron las alarmas en
amplios segmentos en Cuba y en Estados Unidos, que ven con preocupación el
retorno de una retórica de Guerra Fría y el daño inminente a lo logrado en los
últimos dos años. La afectación puede hacerse sentir en sectores como el
turismo o las remesas. Y también conformaría las advertencias de grupos reacios
al acercamiento en Cuba, en el sentido de que Estados Unidos no es un socio confiable.
Otra vez le daría la espalda a la Isla, precisamente cuando se requiere más
integración y relaciones con el mundo, para cimentar las bases del nuevo modelo
cubano.
Por ello, los
momentos actuales requieren más concentración que nunca antes. Los desafíos son
inmensos y el futuro se anticipa cuesta arriba. El esfuerzo de desarrollo
tendrá que ser mayor y más efectivo de ahora en adelante. La desaparición
física de Fidel no debería ser un pretexto para aferrarnos a fórmulas gastadas
que han probado ser inefectivas. Por el contrario, se ha reiterado el llamado a
“…cambiar todo lo que debe ser cambiado…”, aunque increíblemente eso se traduce
para muchos como continuar haciendo lo mismo o peor, no hacer nada.
***
“Los
cubanoamericanos y la política hacia Cuba”
Jesús Arboleya
La muerte de Fidel
Castro despertó sórdidas pasiones en la extrema derecha miamense.
Algunas personas
salieron a la calle a celebrar con aires de carnaval y los medios locales de
información divulgaron todo tipo de improperios contra el líder cubano, dejando
la impresión que la mayoría de la comunidad cubanoamericana se opone a las
relaciones con Cuba.
Sin embargo, la
realidad que se esconde detrás de esta imagen pública es bien distinta, como lo
demuestra cualquier investigación seria sobre esta problemática.
¿A quiénes
representa la extrema derecha en la actualidad?
Prácticamente todos
los estudios coinciden en que su base social ronda el 50 % de los
electores cubanoamericanos, en su mayoría personas de edad avanzada, con
escasos vínculos familiares y sociales en Cuba, que arrastran fuertes
sentimientos de oposición al sistema político cubano.
También a sectores
económicos asentados en el enclave miamense, que a través de estos grupos han
logrado alcanzar un alto nivel de control de las estructuras políticas y
administrativas de la localidad, lo que explica el éxito de sus candidatos en
las elecciones a esta escala y su impacto en la vida política norteamericana,
cuando son funcionales a la estrategia gubernamental.
La hostilidad hacia
Cuba devino el factor de cohesión social por excelencia para estos grupos, por
lo que cualquier avance en las relaciones entre los dos países pone en crisis
esta estructura de dominación. A su favor cuenta con la existencia de una
cultura de la confrontación, cimentada por más de medio siglo, que abarca a
sectores de poder norteamericanos, los cuales han servido de nicho a esta
corriente y comparten sus posiciones.
En el otro polo del
acontecer político cubanoamericano, aparece una población que responde a otras
experiencias de vida y una visión distinta respecto a las relaciones con Cuba.
Más que la política o la ideología, toda vez que este interés no puede
interpretarse como una muestra de apoyo a la Revolución Cubana, impera en estos
sectores una voluntad de convivencia, que se expresa a través de los contactos
filiales, sociales, culturales, incluso económicos, con la sociedad cubana.
Encuestas llevadas
a cabo en agosto pasado por la Universidad Internacional de la Florida,
indicaron que el 55 % de los cubanoamericanos eran favorables de las
relaciones con la Isla, mostrando un aumento porcentual en el caso de los
jóvenes y los inmigrantes más recientes, lo que permite hablar de una tendencia
que se proyecta hacia el futuro.
Aunque no es el
único factor, las contradicciones respecto al tema de las relaciones con Cuba
explican el incremento de la afiliación de los cubanoamericanos al Partido
Demócrata, la cual se ha duplicado en los últimos años, hasta alcanzar un
44 % de los electores.
Pero incluso en
sentido favorable a las relaciones también se manifestó un 41,6 % de los
que se definieron como simpatizantes de Donald Trump, lo que muestra que esta
posición no deja de tener un fuerte respaldo en los sectores conservadores
republicanos.
Con vista a tener
una visión más clara del diapasón de corrientes políticas que existen en su
seno, una investigación pendiente es determinar el apoyo que tuvo Bernie
Sanders en la comunidad cubanoamericana, pero es un hecho incontrovertible el
resquebrajamiento del monolitismo anticubano, que sirvió de base a la
preponderancia de la extrema derecha en el pasado.
Contrario al mito
de que los votantes cubanoamericanos apoyaron masivamente a Trump para castigar
a Clinton por la política de Obama hacia Cuba, los investigadores Giancarlo
Sopo y Guillermo Grenier han demostrado que, a escala nacional, más del 50 % de
ellos votó por la candidata demócrata, superando los indicadores históricos de
cualquier otro contendiente de su partido dentro de este electorado.
Incluso en el sur
de la Florida, donde se concentra el llamado “exilio histórico” y las
maquinarias de la extrema derecha cuentan con su máximo potencial, el apoyo a
Trump apenas sobrepasó la mitad de los votantes y el candidato republicano
perdió todos los distritos con alta concentración de electores cubanoamericanos.
Cientos de miles de
emigrantes de origen cubano y sus descendientes viajan al país anualmente,
envían remesas a sus familias, incluso invierten en pequeños negocios en el
país, para no hablar de lo que ello ha significado en términos culturales y
existenciales. En la actualidad, se aprecia un clima donde impera un alto grado
de estabilidad en estos contactos, con resultados positivos para ambas
sociedades.
Poco se habla de
que en el sur de la Florida existe una inmensa red de negocios relacionados con
los vínculos con Cuba, ahora incrementada por el aumento de viajeros
norteamericanos, los vuelos directos y los cruceros, en su mayoría procedentes
de Miami.
Las declaraciones
de Donald Trump y el peso que ha dado a figuras de la extrema derecha
cubanoamericana en su equipo de transición, hace pensar que se planea una
reversión de esta política, cuyas consecuencias serían muy nocivas para la
comunidad cubanoamericana y sus familiares en Cuba.
No existe una
explicación racional para esta conducta, toda vez que antes ésta no era su
posición, el lobby de la extrema derecha miamense no apoyó su candidatura y se
está embarcando en una alianza condenada al fracaso, con grupos que muestran un
pleno descenso en el respaldo popular y ni siquiera cuentan con el apoyo de los
principales empresarios cubanoamericanos, la mayoría de los cuales respaldó la
política de Obama e incluso acompañaron el presidente durante su visita a Cuba.
Evidentemente, en
la solución de esta ecuación no funciona la lógica de los factores objetivos y
de nuevo tenemos que remitirnos a la existencia de una cultura del odio, que se
vio exacerbada por un cuestionable morbo triunfalista, resultante de la muerte
de Fidel Castro.
La extrema derecha
apuesta a la capacidad demostrada durante medio siglo para imponer sus
posiciones al resto de la comunidad cubanoamericana. Para ello han utilizado
todo tipo de mecanismos de coacción, incluido el terrorismo, creando un clima
que se extienden a muchos aspectos de la vida social, donde prima un alto nivel
de intolerancia.
En Miami la gente
tiene miedo expresarse y ello influye en la percepción de sus sentimientos. No
obstante, aunque las apariencias muestren lo contrario, en Estados Unidos la
mayor resistencia a esta cultura de la confrontación con Cuba se encuentra precisamente
dentro de la comunidad cubanoamericana, porque son los más perjudicados.
Para Cuba resulta
muy importante comprender esta situación y actuar en consecuencia. Tanto por
interés propio, debido a su impacto en las relaciones con Estados Unidos, como
por solidaridad con estas personas y sus familiares cubanos, lo más
recomendable sería impulsar medidas que faciliten aún más los contactos,
cualquiera sea la política norteamericana.
No solo la
ideología une a las personas, también las desgracias, y paradójicamente puede
ocurrir que, sin quererlo, la extrema derecha esté contribuyendo a la
conciliación entre cubanos.
***
Director
de la prestigiosa revista cubana Temas.
Economista.
Profesor Asociado del Centro de Estudios de la Economía Cubana de la
Universidad de La Habana. Colaborador de la revista Progreso Semanal.
Premio
Casa de las Américas. Doctor en Historia especializado en las relaciones
Cuba-EE.UU.
Colectivo
Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Diciembre 16 de 2016
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