Barcelona recuerda el paso de Roberto
Bolaño por el Raval
EL CONSISTORIO INAUGURA UNA PLACA EN LA CALLE TALLERS, DONDE VIVIÓ
EL ESCRITOR
Por
Mercé Pérez Pons
Familiares
y amigos de Bolaño acompañados de ediles
del Ayuntamiento, ayer en la calle Tallers
del Ayuntamiento, ayer en la calle Tallers
Tenía
24 años y muy poco dinero cuando en 1977 el escritor chileno Roberto
Bolaño (1953-2003) se mudó a Barcelona, donde ya se encontraba su madre,
procedente de México. En la ciudad “de las genuflexiones y de los cordeles”,
como describió en un verso de Los Perros románticos, Bolaño vivió
en un piso humilde en el número 45 de la calle Tallers. El habitáculo era tan
minúsculo, apenas medía 25 metros, que tenía que compartir un baño en el
pasillo con otras viviendas sin ducha. El piso se alzaba en las inmediaciones
de un antiguo convento, y en esa zona del barrio del Raval Bolaño leía y
escribía, como en un bucle, y jugaba al futbolín.
Casi
cuatro décadas después, el Ayuntamiento de Barcelona inauguró ayer una placa
conmemorativa en la fachada del edificio, en un acto que contó con la presencia
de la viuda y los hijos del escritor, hoy de culto. “Lo más seguro es que
hubiera sido muy feliz”, dijo su hijo, Lautaro Bolaño, acompañado del teniente
de alcalde de Cultura, Jaume Ciurana.
Cuando
tenía dinero el autor de Los detectives salvajes tomaba café por la
mañana en el bar Cèntric, en la calle Ramelleres, y té en la Granja
Parisien. También a pocos metros de su casa Bolaño compraba las libretas marca
Miquel Rius con las que escribía enfurecidamente y traducía poetas franceses
“para antologías que no nos habían encargado”, con su habitual cigarrillo
Ducados en la mano. Así lo recordó ayer su amigo, el también escritor Antoni G.
Porta, quien pronunció una glosa. “Se me hace muy extraño regresar aquí 37 años
después, ahora mismo no estoy seguro de poderlo llamar piso”, confesó.
Porta
conoció a Bolaño en 1978, cuando acudió a visitarlo al piso de Tallers junto a
Xavier Sabater, editor de la publicación La Cloaca. Forjaron una gran
amistad y en la vivienda Bolaño le recibía como si fuese una “duquesa”
francesa. Le ofrecía un refrigerio, que podía durar horas “no sé si porque
éramos pobres o porque no teníamos dinero”, explicó Porta. “Aquí hicimos planes
de vida y literarios. Aquí dijo que los años 80 serían nuestros, que solo
teníamos que leer y perseverar. Aquí hablamos de Ezra Pound y James Joyce. Aquí
descubrí que él vivía por la literatura, era su pasión, su obsesión”, sentenció
Porta.
El
amigo también recordó cómo Bolaño le hablaba desde el Raval de Edgar Allan Poe,
Arthur Rimbaud, Paul Valéry, Joan Vinyoli... “La
literatura era la vida. Llevaba en su ADN el gen de agitador literario”,
reconoció el compañero de aventuras de Bolaño, con quien escribió a cuatro
manos Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Pero,
a diferencia de la ebullición literaria, económicamente eran tiempos difíciles.
Tanto que el autor de 2666 se puso de vigilante nocturno en el camping
La Estrella de Mar en Castelldefels.
Bolaño
vivió hasta 1980 en Barcelona, “ciudad de las estelas y de las confidencias”,
escribió el chileno, y donde según él los crepúsculos estaban “habitados por
siluetas soberanas, magnificencia del sol y del mar sobre estas viviendas
colgantes o subterráneas para el amor construidas”. Después se mudó a Girona y
a Blanes. Allí decía que en el cabecero de la cama tenía colgada la frase
“Anarquía total”. En polaco. Ciurana afirmó que la placa era un deber pendiente
de Barcelona hacia el escritor, hoy universal.
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