“Opinión
Del lanzazo al robo uniformado”
Por Paul Walder
En El Ciudadano –public. 3/4/17
La seguidilla de
piezas del gran mapa de la corrupción nacional conforma una figura en expansión
que abarca a todos los poderes del Estado, la mayoría de sus organizaciones y
al otrora conspicuo sector privado. Esta gran construcción, tal vez emblema y
ejemplo, o quizá muestra aleatoria y precisa estadística, es también nuestra
imagen, el gran espejo nacional. En esta figura están no sólo los excesos, sino
nuestros deseos. Chile es una gran obsesión, un deseo incontenido, una ambición
impúdica por la riqueza. En la búsqueda de tal deleite, cualquier medio es
posible. Desde el desfallecimiento en el trabajo, desde la humillación en el
transporte público, la estafa, el robo y el crimen. El fin, el objetivo del
consumidor total y perfecto, merece estos y otros medios.
Si
estos son los medios, la riqueza es fin en sí misma. Epifanía, paraíso del
consumidor, espacio en el que confluyen todas las identidades, todos los
chilenos buscando con desesperación no sólo en los malls y créditos bancarios o
en las distintas categorías privadas de la civilidad. La fruición irrefrenable
por la riqueza instantánea penetra todas las capas del Estado, corroyendo y
haciendo estragos en todas las organizaciones.
De
los políticos y sus financistas no hace falta hablar. Tampoco de las elites
privadas y sus correas de transmisión a través de oscuros funcionarios
públicos. Sus estafas, boletas falsas, evasiones de impuestos son parte de la
crónica roja habitual. Lo mismo que los lanzazos y uno que otro cogoteo, los
robos de cuello y corbata son pauta diaria. La novedad, que pronto dejará de
serlo, es el robo uniformado.
Si
hace un tiempo los militares demostraron con la obscena precisión de una
película porno su incontinencia por la riqueza fácil y su lenidad ante la
rutilancia de las máquinas tragamonedas, los carabineros han mostrado también
el arribismo sin freno propio de las clases medias con acceso al poder. Qué
mejor muestra que la operación montada en el corazón de esta institución
jerarquizada y militarizada, que ha usado los canales internos para armar
organizaciones criminales. Son más de diez mil millones de pesos (unos 15
millones de dólares) los que se sabe han sido cursados hacia cuentas privadas
de oficiales, en un caso más de enriquecimiento ilícito que ha puesto este tipo
de hazaña en nuevos e históricos registros.
Si
estas son algunas últimas muestras de la corrupción en el sector público, el
área privada es sólo su reflejo, el otro lado de esta balanza. Masivas estafas
financieras bajo la fachada de emprendimientos, carteles y colusión en
artículos de primera necesidad, desde el papel tissue a los medicamentos,
forman parte de los modelos de negocios destapados durante los últimos meses.
En todos estos eventos y redes de corrupción hay un solo denominador común: el
lucro y la codicia como paradigma económico y forma de vida. Chile, mall y zona
franca, casino de apuestas, que llevó el modelo de mercado a niveles jamás
experimentados, hoy recibe sus efectos. De individuos, de sujetos colectivos,
hoy somos prisioneros del consumo como fin de vida.
El
país que se ha vanagloriado por décadas de haber hallado nuevos límites y
experiencias sublimes en el modelo de libre mercado, hoy sufre su precipitación
y desplome. No sólo en su economía, que se mueve por inercia, ni solo en sus
elites, piezas ejemplares en maniobras turbias y corrupción, sino en la misma
base social, torcida por el peso de la corrupción y el dinero.
La
corrupción no solo es una actividad de las elites. No solo son eventos,
operaciones oscuras, abusos de posiciones de poder, que son la expresión más
evidente, la punta del iceberg de un modelo de sociedad corrupto bajo el cual
ha caído el país completo. En las bases del neocapitalismo, del mercado
desenfrenado y furibundo que ha llevado a algunos especuladores chilenos, con un
expresidente incluido, a formar parte del club Forbes en un par de décadas,
está el germen de la corrupción. Nuestra destrucción fue canjear, durante los
primeros años de la transición, nuestra condición de ciudadanos, de sujetos
colectivos, por la de consumidores.
Paul Walder
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