Por
Nelson Villagra Garrido[1]
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Qué
diferencia abismal existe entre el volumen de información que manejan hoy mis
contemporáneos y yo, al volumen manejado por mi padre, para no ir más lejos.
Recuerdo
a mi padre sentado en el portal de la casa que daba al jardín, leyendo el
Diario La Discusión de Chillán, los días domingo. También era radio La
Discusión, el medio masivo de comunicación para los chillanejos. Y tiempo
después, como gran adelanto, lográbamos escuchar alguna emisora de Santiago,
sufriendo el “chicharreo” de onda corta, audición que efectivamente nos llegaba
en intermitentes “ondas”.
¿Como
todo tiempo pasado, aquél era mejor? En absoluto. Esa idea no es más que una
simple idealización consoladora.
Mi
padre, un honrado trabajador (paramédico en Ferrocarriles del Estado), con la
poca información que manejaba era suficiente para que se indignara. Quiero
decir, ayer como hoy, los hombres elegidos para gobernar, los industriales (no
recuerdo la palabra “empresario”) nacionales e internacionales, en fin, todos
aquellos que debido a sus cargos públicos tenían una responsabilidad pública,
se olvidaban constantemente de esta última calidad.
Todos
esos señores, desde el edil del municipio chillanejo, hasta el señor Truman de
los EEUU, eran motivo de la indignación de mi padre, debido a las acciones
“irresponsables” de muchos de
ellos.
¿Qué
podían tener en común esos señores públicos, con un hombre que se levantaba a
las 5 y media de la mañana (invierno o verano), y montado en su bicicleta
partía a poner inyecciones a domicilio a los enfermos en tratamiento?
¿Mi
padre era el único hombre o mujer honesto de ayer, de hoy, y mañana? La
respuesta es obvia. Tanto la honestidad como la indignación es una constante en
la historia universal. Y sin embargo - he ahí una paradoja -, esos valores han
corrido en líneas paralelas con el abuso de poder, la corrupción y el engaño de
los inocentes. Se podría decir que entre ambas, al parecer, existe una
simbiosis… ¿Indestructible?
Estas
líneas paralelas, en la historia han chocado muchas veces – y siguen chocando
actualmente a diario – con luctuosos resultados generalmente.
La
cuestión inquietante hoy día, incentivada por el volumen de información
recibida a diario que suele bajar del “pedestal de las estatuas” a moros y
cristianos, es la duda que nos invade a muchos: ¿cuál de las dos líneas ha
crecido más en el tiempo; cuál de las dos se ha hecho más sólida; cuál de las
dos ha contagiado más a la otra. Y sobre todo, ¿la simbiosis aludida, es
intrínseca a nuestra especie?
Tal
vez hoy más que nunca el combate debería comenzar por nosotros mismos. ¡Ojo con
la primera piedra!
Recuerdo
el texto de un film en el cual trabajé como actor. En medio de una batalla mi
personaje, un dictador latinoamericano, le ordenaba algo así a su comandante:
-General,
no gastemos más pólvora. ¡Mándele a ese cabrón un cañonazo de 100.000 dólares y
terminamos con esta guerra!
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