Andrés Figueroa
Cornejo
1. Desde sus orígenes
(años 20 y 30 del siglo XX), la actualmente denominada ‘izquierda tradicional’
ha manifestado un comportamiento político institucionalista y electoralista.
Esto es, por variables complejas (entre ellas, la enorme capacidad de
adaptabilidad del régimen político dominante en Chile y su capacidad de
integrar subordinadamente y tras sus intereses a la mayoría oprimida y sus
representaciones político partidistas, como por elementos obreristas y propios
del populismo político), la izquierda tradicional adoptó tempranamente la
estrategia de modificar la realidad “por dentro y por arriba” del régimen
político del Estado de la minoría opresora. Sus medios, al menos los
proclamados de acuerdo a las diversas épocas del desenvolvimiento histórico del
capitalismo, pasaron desde modelos ‘bolcheviques’ (huelga general +
insurrección popular), hasta punch militares (“La República Socialista” de
Grove y Matte Hurtado), los ‘frentes populares (o populistas)’, la
radicalización de la democracia representativa, las reformas pro-populares
básicamente redistributivas y la lucha antifascista durante la última dictadura
cívico militar.
2. Amplias facciones
de la llamada ‘izquierda tradicional chilena’ abrazaron la política de la
conciliación de clases y supeditaron y recondujeron al movimiento popular y
real tras proyectos ligadas a la modernización capitalista gradual, bajo el
dogma de cierto marxismo económico, editado a conveniencia y secuestrado en sus
potencias transformadoras, que planteaba una necesaria industrialización y
crecimiento productivista como antesala a la creación de las fuerzas sociales
potencialmente emancipadoras (el proletariado clásico), pero en la realidad,
fueron sometidas por la dictadura del capital a cambio de prebendas eventuales
y movilidad social para sus militantes a través de su conversión en empleados
del Estado.
El
pueblo trabajador y los pobres, como los pueblos indígenas y las franjas
inestables de los sectores sociales medios, postergaron tanto su organización
independiente respecto de los poderes establecidos, como su autonomía,
autogestión, autodeterminación, autodefensa, su lucha e intereses históricos
ante la promesa incumplida de las izquierdas tradicionales de la “creación de
las condiciones materiales” para arribar por etapas al ‘socialismo’ a través de
la lucha institucional.
Entre
otras causas, lo anterior provocó, de arriba hacia abajo, de las direcciones
partidarias a la militancia de base actuante en sindicatos, gremios,
comunidades, graves confusiones políticas entre los oprimidos/as en general.
Entre las más notables se encuentran la homologación de ‘mientras más Estado,
más socialismo’; la liberación de las mayorías sometidas puede ofrecerse dentro
de los marcos de la institucionalidad dominante (el parlamentarismo, e incluso
mediante la conquista electoral del Ejecutivo); y la extraña convicción de que
el partido militar del Estado o su alta oficialidad, eran respetuosas de la
democracia representativa y constituían una fuerza coercitiva no política,
‘neutral’, ‘arbitral’, ajena a la lucha de clases. Como es de profuso
conocimiento, semejante ideología axiomática (hija de una lectura miope de las
relaciones de fuerza concretas y tutelada por las internacionales
socialdemócrata y comunista, y luego por la “guerra fría”) fue destruida
trágicamente en septiembre de 1973.
Por
su parte, las fracciones de los pueblos organizados y conscientes de sus
intereses, a modo de relámpagos históricos, procuraron desbordar la
institucionalidad de la opresión mediante insubordinaciones y el uso de la
acción directa contra el capital, sin éxitos perdurables. Así ocurrió con las
regiones enfrentadas al centralismo metropolitano, como en los combates por sus
derechos sociales, populares y humanos conculcados en los márgenes del campo y
la ciudad. Al respecto, un momento en común fue y es cierta subestimación del
enemigo y de la armadura de la opresión capitalista (que es local e
imperialista) y la ausencia de pericia a la hora de establecer alianzas
orgánicas con los llamados “sectores medios”. ¿Y qué son los denominados
“sectores medios”? En la nomenclatura tradicional, anterior a la mundialización
financiera de mediados de los 70 del siglo XX (ya caracterizada hace más de un
siglo por Lenin), los “sectores medios” se confundían con la “pequeña
burguesía”. Desde un comerciante hasta un profesional liberal o, aun, un obrero
calificado de la gran minería del cobre, fueron tachados de “pequeñoburgueses”.
En la actual fase que cursa el capitalismo, los comerciantes (o quienes
controlan una fracción cada vez menor del momento del intercambio económico
frente a la dominación del retailer o de la industria oligopólica y
transnacional de la gran venta minorista) y los profesionales, forman parte del
pueblo trabajador asalariado súper-explotado, y de grupos sociales
auto-explotados y sujetos a los precios impuestos por el gran capital, el
sistema bancario, la deuda, las bolsas. En el caso de los obreros calificados
de la gran minería del cobre, por ejemplo, además de sufrir su disminución
cuantitativa debido a la cuarta revolución industrial (inteligencia artificial
o robótica), su fuerza de trabajo sólo aumenta en la forma del subcontrato y
las relaciones laborales precarizadas. No vale la pena siquiera mencionar el
incremento de la cesantía en el sector por la caída de la inversión y
subsecuentemente de los precios de las materias primas a escala mundial y su
impacto en el extractivismo minero, forestal, pesquero y
agropecuario-alimentario, ejes del patrón exportador con pobre valor agregado
que caracteriza a los países dependientes en relación a los grandes centros de
acumulación capitalista. Vale indicar que Chile, por efecto de su historia y
situación geo-económica y política, también es plataforma de distribución
comercial y financiera (EEUU, China, UE) para parte de América Latina.
¿Qué
se quiere decir? Que la recomposición del movimiento popular (o del movimiento
real, o sea de todas aquellas fuerzas sociales de los oprimidos/as que en su
devenir por la lucha de sus derechos sociales enfrentan los intereses de la
minoría opresora y se constituyen en la promesa de la superación del orden
dominante), entre sus tareas fundamentales cuenta la de incluir a esos llamados
“sectores medios” en su interior. En este sentido, el arte revolucionario
consiste en que el pueblo trabajador y los pobres hegemonicen en ese compuesto.
3. El carácter del
movimiento real y popular en Chile, fundado en la razón práctica, en el ethos
de los oprimidos/as (el aprender – haciendo o la praxis), es antifascista,
antiimperialista, anticapitalista, antipatriarcal, ecosocialista,
internacionalista, y su punto de llegada es el desmantelamiento y superación de
las relaciones de producción y culturales, materiales y simbólicas de la
reproducción del capital. Y si el capital se sostiene sobre la propiedad
privada del gran capital, incluso más allá de la propiedad privada de sus
medios de producción; en el trabajo asalariado y la súper-explotación de las
mujeres, los hombres, los jóvenes, los niños y los ancianos; en la razón instrumental,
desarrollista y objetivamente devastadora de la biodiversidad; en la
apropiación enajenada de la fuerza de trabajo; en consecuencia, el
desenvolvimiento concreto del movimiento de los pueblos es un proceso que se
sintetiza en la ruina escalonada de la propiedad privada; en la debacle
premeditada de toda relación de poder y de clase social (y del propio Estado
como manifestación madura de esas mismas relaciones); en el fin de la asimetría
estructural entre el centro y la periferia, entre las grandes ciudades y el
campo; y en la libertad plena. Entonces el movimiento real y popular en Chile
también tiene como horizonte de sentido el socialismo radical y la
socialización de la vida.
Lo
anterior puede resultar ‘teórico’ por efecto de los límites que supone un
simple texto. Sin embargo, en otro momento, cobra superiores determinaciones en
su devenir explicativo.
4. ¿Qué significa
Todas Las Luchas, Una Lucha? Antes que todo, no significa la unión o unidad sin
principios ni objetivos sociales y políticos claros. Arriba ya están esbozados
(que no terminados, que se trata de un proceso). En Chile significa colaborar
disciplinadamente con la articulación del conjunto de luchas por los derechos
sociales que, hasta ahora, aparecen desintegradas, pero que tras los fenómenos
particulares e incluso corporativos o de grupos de interés, son el resultado de
una misma causa orgánica: el modo de producción capitalista. Esto es, los
grupos de personas más organizados, solidarizan dinamizando la convergencia de
las luchas sociales y populares realmente existentes. Los grupos de personas
más organizados hoy pueden adquirir distintas formas (partidos, colectivos,
agrupaciones, etc.), pero no pueden sustituir al movimiento real y popular por
más balcanizado que se encuentre. Los/as comunes y oprimidos son los
protagonistas de su propia liberación. La delegación representativa de su
auto-emancipación sólo pospone y desplaza su rol fundamental. Por ello el
calendario electoral impuesto por el régimen político dominante apenas comporta
un accidente en su devenir. Más todavía cuando la crisis de representatividad
de la democracia liberal hace agua por sus cuatro costados. Claro, la población
está disconforme. Por más márquetin y afeites con los que se embadurne. Pero
semejante fenómeno no es obra de la ‘franca politización’ de la gente.
Simplemente la depresión y recesión mundial golpea las costas de Chile y la
inmensa mayoría de la sociedad vive peor que antes. De nuevo se enfrenta el
dilema entre barbarie fascista versus humanidad y vida. En este sentido, lo que
se aprendió es que el antifascismo es insuficiente para superar el capitalismo.
Y si el capital concentrado como nunca antes tiende a decrecer en su tasa de
ganancia, las contratendencias que emplea tienen directa relación con la
hegemonía del momento financiero sobre la totalidad capitalista. En breve: no
hay marcha atrás para el capital. Los procesos de acumulación capitalista se
montan sobre sí mismos, se combinan asimétricamente, pero siempre existe una
estrategia que predomina. Los llamados Estados de Bienestar (que en las
sociedades dependientes, como la chilena, jamás se conocieron), donde aún
existen, paulatina o violentamente se transforman en Estados que aplican
políticas económicas de “austeridad fiscal” y “ajustes de los servicios
sociales”. Así como no hay un “mal menor” (para los de abajo siempre ha sido el
mismo mal), tampoco hay un “capitalismo con rostro humano”.
Por
otro lado, la agenda de los grupos de personas más organizadas y que bregan por
la superación del capitalismo, está condicionada por la densidad de la
lucha de clases. No existen vanguardias auto-proclamadas. Pero eso no quiere
decir que no es necesario que exista la iniciativa, la audacia y las tareas
multidimensionales de los grupos de personas más organizadas. Lo cierto es que
no pueden estar más “adelante” que las facciones de pueblos en lucha más
conscientes de sus derechos arrebatados o por conquistar.
¿Que
tomará tiempo; que la lucha de clases no tiene mi edad biológica y entonces me
desespero; que los pueblos en Chile están en mejor pie de lucha que en los 90
pero menos que en los 80; que hay todo por hacer, aunque bastante que hemos
aprendido de nuestros errores; que la izquierda tradicional y el poder y el
imperialismo no duermen jamás; que cómo pasar del testimonio hasta ser uno y lo
mismo con el movimiento real?
Por
supuesto. ¿En la historia de Chile y de la humanidad hubo algo fácil para
los/as insumisos, disidentes, rebeldes? ¿Alguna vez los/as oprimidos han
vencido siquiera temporariamente sin luchar y sin la reunión virtuosa de sus
luchas?
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