“La domesticación del pensamiento”
Por Marcos Roitman Rosenmann, en La Jornada
–public. 25/6/17
Siga la flecha. En
una sociedad algorítmica, mutamos en robots. Muchos son los indicios. No busque
respuestas al margen del sistema. Compórtese. Sea políticamente correcto. Seres
acríticos, sin capacidad de juicio, incapaces de reflexionar, previsibles y
pendientes de la voz del amo. Nos dan órdenes y las cumplimos rauda y
velozmente. Cada vez que lo hacemos esperamos ser gratificados. El premio, a
diferencia de los animales domésticos, son mercancías, coches, apartamentos,
joyas, etc., o su equivalente general, dinero. Otras, el resultado es vanidad y
orgullo. Ego contenido para señalar las diferencias de estatus y posición de
clase. Nos complace el reconocimiento público. Ser los machos alfa de la manada
o en su defecto el líder.
Con
los animales, el proceso de domesticación sigue el mismo itinerario. Una orden
cumplida, una recompensa. Es cosa de observar espectáculos en los parques
acuáticos. Focas, delfines, orcas, obtienen, más o menos sardinas, en función
del ejercicio realizado. Si por casualidad los animales domésticos alteran
nuestra existencia, no hay rubor en someterlos hasta desfigurar su naturaleza.
La castración, sin ir más lejos. Así, el propietario, dueño del animal, evita
los cantos, aullidos o maullidos en periodo de celo. Los destruimos, a cambio
les brindamos seguridad, un techo donde vivir y comida. Nos sirven de compañía,
satisfacen nuestros deseos. Sólo les pedimos sumisión, y levantar la patita a
la voz del amo.
¿Pero
qué sucede si no cumple la orden? No hay que ser muy listo, el premio se
convierte en castigo. La desobediencia se penaliza. Si las recompensas no surten
efectos, el animal será declarado peligroso, no apto para vivir entre humanos.
Mejor sacrificarlo. Como mucho se le perdonará la vida, pasando el resto de su
existencia en una jaula, aislado y en condiciones miserables. Los ejemplos de
castigos son variados, no haremos una lista, pero sabemos cuál es su función,
crear miedo y violentar el cuerpo. Así, los vemos temblar cuando se les
recuerda que defecar y mear en el salón está penalizado. Saben la respuesta,
pero no han podido frenar sus instintos, la domesticación, tiene sus límites.
Cada cierto tiempo, se les recordará quien manda para evitar indisciplinas,
sublevaciones o malos comportamientos. Otro tanto ocurre con los seres humanos,
temerosos de perder el empleo, se someten a vejaciones múltiples. Es preferible
callar que levantar la voz. Amenazas, presiones, calumnias todo será utilizado
como mecanismo represivo y de coerción.
Seguramente
usted ya está reflexionando. Haciendo comparaciones y sometiendo lo dicho a un
juicio reflexivo. En otras palabras, ejerciendo la facultad de pensar. No somos
homo sapiens, somos dos veces sapiens; sabemos que sabemos y eso nos hace
únicos, como especie. Pensar, anticipa medir las acciones, enjuiciarlas y
contrastarlas por sus resultados. No es posible aceptar la injusticia, el
hambre, la esclavitud, el tráfico humano, la explotación, la desigualdad. Menos
aún justificar guerras, levantar muros fronterizos.
Sin
embargo, el miedo se ha ido apoderando lentamente de nuestra existencia.
Cambiamos derechos y libertades por seguridad. Asesinatos, secuestros, robos,
violaciones, catástrofes provocadas, crisis inducidas, guerras étnicas. No hay
espacio público que no se encuentre tocado por la inseguridad y el miedo.
Tampoco en la esfera privada. La dualidad público-privado ha perdido su
significado en un mundo en el cual se nos exige sumisión completa al poder.
Podemos ser asaltados, trasformados en rehenes, violados, convertidos en carne
de cañón del crimen organizado. La violencia se extrema y permea al conjunto de
actividades. El miedo se extiende y se generaliza. Vivimos con miedo. La salida
resulta obvia, trocamos miedo por seguridad. Somos capaces de renunciar a
cualquier cosa, ser sumisos, con tal de no padecer las angustias de una
sociedad sumida en la desconfianza.
Las
consecuencias son palpables. Si el poder piensa en verde, nosotros pensamos en
verde, si en rojo, nosotros en rojo, si en amarillo, pues en amarillo, y así
cuantas veces sea necesario. Nos adaptamos y queremos ser gratificados por
ello. Hemos aprendido la lección. No se puede ser la oveja negra, la manzana
podrida, el inconformista, el crítico. Mejor seguir el libro de instrucciones
para convertirse en un animal de compañía, dócil y siempre dispuesto a
complacer al amo. ¿Cómo hemos llegado a esta situación deshumanizante?
Primero,
renunciando a la conciencia. Acallando la memoria. Ya no juzgamos las acciones
del poder, acatamos órdenes. Segundo, disciplinando el pensar, obedeciendo
ciegamente y creyendo ser libres, cuanto más esclavo somos. Tercero, siendo
sumiso y socialconformista. Llevando una vida sosegada y placentera,
convertidos en caricaturas de seres humanos.
El
proceso de domesticación teje sus redes, creando un sucedáneo para la facultad
de pensar, la llamada inteligencia artificial y el consabido pensamiento
positivo. Aunque usted sea explotado, ninguneado, insultado y menospreciado,
siempre habrá una acción positiva que le alegre el día. Todo está dispuesto
para hacer de la actividad de pensar un delito. A partir de ese instante su
ejercicio será perseguido y criminalizado.
El
proceso de deshumanización se yergue para apuntalar un orden social totalitario
y represivo. Es necesario, enfrentarse al proceso de domesticación, recuperar
la capacidad de pensar secuestrada por el sistema, y perder el miedo, sin caer
en actitudes imprudentes y temerarias. Hay que ser osados pero no idiotas.
Hablamos de no dejarse avasallar, de romper el círculo del miedo, en nuestra
especie, ser indomables.
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