“Los revolucionarios y las elecciones”
Durante semanas, los miembros de la casta política que
sirve a los dueños del país y sus grandes medios de comunicación han vivido en
función de las próximas elecciones presidenciales y parlamentarias. Se multiplican
los llamados a votar y las encuestas manipuladas para arrastrar incautos a
votar por el favorito de los grandes capitalistas
Por
Reinaldo Vives, en Prensa Irreverente, 14/11/17
La gran mayoría del
pueblo, sin embargo, se ha mantenido al margen, en los últimos años, en este
tipo de procesos. Organizaciones de la izquierda revolucionaria han llamado a
no participar del denominado Circo electoral. En el discurso de todos los
candidatos asoma la preocupación por la
abstención, que quita legitimidad a los resultados y a las instituciones de la seudodemocracia
burguesa.
Incluso,
algunos sectores que se identifican como de izquierda, se suman al coro de los
llamados a votar, para «parar a la derecha» o «profundizar la democracia». El
riesgo de confusiones que esta ingenuidad conlleva hace necesario analizar, una
vez más, las razones de unos y otros, para decidir un camino que de verdad
acumule fuerza social y política para el proyecto popular.
El
sentido de la democracia
No
está de más recordar, para comenzar, algunas cuestiones básicas. Las elecciones
son sólo una de muchas herramientas de la acción política, conquistadas por los
pueblos en heroicas y extensas luchas por la democratización plena de la
sociedad. No son cosas inventadas ni «permitidas» por la burguesía ya que, si
fuera por ella, aún tendríamos reyes y parlamentos elegidos entre los grandes
nobles, cardenales y propietarios de tierras.
En
la lucha por la democracia plena, en su sentido original, el de la
participación en igualdad de condiciones de todos los miembros de una comunidad
en la toma de decisiones que afectan a todos, las elecciones juegan un papel
central. Así lo han comprendido los movimientos sociales de las últimas
décadas, las organizaciones populares y de la izquierda más consecuente, quienes
emplean las formas de discusión y participación más democráticas como una
herramienta básica en la toma de decisiones.
El gran
obstáculo
Maniobras
que limitan la participación democrática, como los votos «ponderados» con que
la CUT bloquea la participación igualitaria de todos los trabajadores en sus
elecciones, están cada vez más desprestigiados. Pero, lo que realmente impide
la participación popular en política es la propia Constitución de la dictadura
cívico-militar, que consagra el neoliberalismo, sobre todo después de los
tibios maquillajes que le han hecho los gobiernos post dictatoriales.
Una
búsqueda simple en Internet muestra que aún está vigente el Artículo 23 de la
Constitución pinochetista, que sanciona a dirigentes gremiales que participen
en actividades «político-partidistas» u ocupen cargos directivos en partidos
políticos. También, sigue vigente el Artículo 57 N° 7, que impide la elección
como diputados o senadores a «Las personas que desempeñan un cargo directivo de
naturaleza gremial o vecinal». Por supuesto, nada de esto impide que los
sirvientes de confianza de los capitalistas salten de cargos parlamentarios a
sillones en gremios patronales o directorios de empresas. La prohibición apunta
claramente contra los representantes populares.
Legitimando
la dominación
Aun
así, organizaciones que afirman ser de izquierda dedican todos sus esfuerzos y
recursos, durante meses, a participar en elecciones; y abandonan y descuidan la
organización independiente del pueblo, frenando y obstaculizando la
movilización directa por sus reales reivindicaciones. Con eso, sólo logran mirar de cerca las oscuras
maniobras y acuerdos de la casta política al servicio del capital, realizados
en almuerzos familiares y lujosas oficinas donde nunca les permitirán entrar.
Peor
aún, con su participación legitiman las desprestigiadas instituciones de la
dominación burguesa, creando confusión y vanas esperanzas en los sectores menos
politizados. Sacan a relucir lecturas surgidas en otros contextos para criticar
el rechazo de los revolucionarios a esos vacíos rituales: Que «la participación
en las elecciones parlamentarias y en la lucha desde la tribuna parlamentaria
es obligatoria para el partido del proletariado revolucionario precisamente
para educar a los sectores atrasados de su clase, precisamente para despertar e
instruir a la masa aldeana inculta, oprimida e ignorante» (Lenin, «El
izquierdismo, enfermedad infantil del comunismo»).
Olvidan
que el parlamento del que se habla era una conquista reciente de la lucha
democrática del pueblo ruso, con poco más de diez años de existencia. También
olvidan que ése pueblo venía saliendo del más atrasado feudalismo, sin
experiencia de participación social, compuesto, en su gran mayoría por «masa
aldeana inculta, oprimida e ignorante», como afirma el mismo autor en el texto
citado.
Era
una época en que había escasa escolaridad y pocas personas sabían leer los diarios
que circulaban; ni radio ni televisión, ni mucho menos Internet y redes
sociales. En esas condiciones era tal vez legítimo y necesario ocupar todas las
tribunas que permitieran difundir el incipiente proyecto revolucionario.
Una
historia de lucha
No
es el caso del Chile actual. Nuestro pueblo tiene una larga y gloriosa historia
de luchas en la que llegó a plantearse, como tareas concretas y urgentes,
construir el Poder Popular y avanzar al Poder político y el socialismo. Nuestro
pueblo está despierto, no necesitamos hacernos cómplices de parlamentarios
corruptos para dirigirnos a él, organizarlo o movilizarlo.
El
aplastamiento militar del proyecto revolucionario nos demostró con claridad
que, como dijo Marx, «El estado moderno
no es sino un comité que administra los problemas comunes de la clase
burguesa». La relación con ese Estado está regida por las leyes de la lucha de
clases, que es siempre una guerra, a veces encubierta, otras abierta e
implacable.
El
Estado chileno actual, su gobierno y su parlamento, son resultado de un acuerdo
espurio, surgido con el fin de interrumpir el creciente proceso de lucha
antidictatorial. En su aplastante mayoría, son los herederos y continuadores
del pinochetismo, y los traidores que se prestaron para limpiar y modernizar el
modelo económico y político impuesto por las armas.
No
es necesario explicar su ilegitimidad. Un Estado creado por la Constitución
pinochetista, que en los últimos años ha desnudado las pruebas de su
corrupción. Del Caso Penta a las platas
de SQM, repartidas por igual a concertacionistas y pinochetistas por el yerno
del tirano, se muestra quién realmente elige y quien paga a los “servidores
públicos”.
Trabajando,
¿para quién?
No
son casos aislados, el envilecimiento de las instituciones, en especial del
parlamento, el gobierno y los aparatos represivos, es un resultado directo del
modelo político impuesto. En ausencia de un control realmente democrático,
sometidos a legislaciones extranjeras por los Tratados de Libre Comercio con
otros países, legisladores, gobernantes y uniformados quedan disponibles para
los sobornos de los capitalistas o el descarado disfrute de su propia falta de
escrúpulos.
Al
mismo tiempo instala como única guía de la legislación el aumento de las
ganancias de las empresas o la reducción del rol social del Estado. Propuestas
que mejoren los ingresos o las condiciones de vida de los trabajadores
difícilmente serán acogidas entre legisladores y gobernantes elegidos con
dineros de las grandes empresas, usando mecanismos oscuros, boletas falsas y
contratos inflados.
La
elección del pueblo
La
abstención del pueblo no es indolencia ni ignorancia. Es la lucidez que viene
de la experiencia continua de ver los candidatos mintiendo y ofreciendo
ilusiones durante las campañas, para servir después al mejor postor,
olvidándose de los ciudadanos hasta la elección siguiente. Es la certeza que
las inútiles elecciones no van a cambiar la esencia de este sistema.
Tampoco
es resignación ni derrota, como lo demuestran las continuas movilizaciones, que
poco a poco van aumentando la experiencia y la organización de las fuerzas
populares. La abstención del pueblo es el rechazo mudo de un sistema
despreciable, que no tiene reparación ni reforma posible.
La
tarea de los revolucionarios es presentar una alternativa clara, que articule
las diversas luchas del pueblo, dándoles un sentido solidario y un norte común;
que retome el proyecto revolucionario interrumpido por las armas en 1973,
adecuándolo a los cambios ocurridos en Chile y en el mundo. Un programa creado
en el pueblo y por el pueblo, con control comunitario de su ejecución y de sus
representantes. Una revolución socialista para nuestro tiempo y nuestra
realidad.
Recordando
en octubre al guerrillero heroico que cayera en Bolivia para indicar el camino
a todo el continente, podemos reafirmar su llamado,
¡O revolución socialista, o caricatura de
revolución!
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