Sólo la mancha veo del amor que
nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o
no con aguarrás o sosa
cáustica, escobíllenla
con puntas de acero, líjenla
con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla
por todas las pantallas de
la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.
“Sebastián
Acevedo”, Gonzalo Rojas
Aquel 11 de noviembre de 1983 era
viernes. Alrededor de las 15:00, llegaba hasta las escalinatas exteriores de la
Catedral de Concepción Sebastián Acevedo Becerra, 52 años, coronelino, quien
prorrumpe en gritos exigiendo la libertad de sus dos hijos secuestrados un par
de días antes por la siniestra CNI. Prosigue su denuncia mientras se impregna
las ropas y el cuerpo con combustible, el cual enciende cuando advierte que un
carabinero se le abalanza. Convertido entonces en un remolino de llamas, cruza
desacompasadamente calle Caupolicán y consigue llegar a la contigua Plaza
Independencia, donde se desploma convertido en una pira humana ante la mirada
estupefacta de los que recorrían a esa hora el centro penquista. Su inmolación
impactó a Chile y al mundo.
Con anterioridad, el 9 de noviembre, civiles no identificados
y armados detienen a dos de los hijos de don Tan: María Candelaria y Galo Fernando; la primera en Coronel y el
segundo en San Pedro. Durante los dos días siguientes, junto a su esposa Elena
Sáez, se había levantado a las 5 de la mañana a recorrer comisarías y cuarteles,
pero en ninguna parte habían reconocido que sus hijos estuvieran detenidos o
les daban alguna seña sobre su paradero. Era el modus operandi que durante 17
años de dictadura militar desarrollaron los organismos represivos, los que acostumbraban
-según reconoció oficialmente el Estado chileno en los informes de las
Comisiones Rettig y Valech- no solamente a detener personas en lugares
secretos, sino también a torturarlas y a asesinarlas (en algunos de estos
últimos casos, simulando falsos enfrentamientos).
Sebastián Acevedo, militante comunista, igual que sus dos
hijos, sabía bien lo que podía sucederle a los suyos. Lo habían sabido en su
familia por generaciones. En 1947, el gobierno de González Videla había
perseguido a sus padres. Así es que en esos aciagos días de noviembre de 1983,
Sebastián y su esposa Elena podían temer cualquier cosa.
Una hora después del terrible sacrificio del padre, su
hija fue liberada y alcanzó a hablar con él en el hospital, quien le encargó que
cuidara de su hermano y que no abandonara a su madre. Sebastián moriría a la
medianoche del mismo día. María Candelaria caería detenida nuevamente el 30 de ese
mismo mes, permaneciendo presa un año y dos meses. Por su parte, su hermano Galo
estaría detenido durante dos años. Ambos sobrevivieron, pero las heridas por la
pérdida paterna y por las torturas sufridas son profundas y para siempre.
Ahora, a más de tres décadas que un padre tuviese que
llegar al extremo de sacrificar lo más preciado para que aparecieran con vida
sus hijos secuestrados, quienes efectivamente estaban siendo torturados por la
policía política de la dictadura, nos preguntamos, con algo de pesadumbre, ¿de
qué sirvió tanto sacrificio? ¿Es que acaso luego del fin del régimen de excepción
militar llegó la democracia o un buen sistema político? ¿Logramos rescatar del
olvido esa y otras inmolaciones, mediante las cuales sus protagonistas querían
que Chile fuese un país más humano? ¿Es esta democracia de pacotilla lo que los
caídos en 17 años de dictadura cívico-militar pretendían entregar a su
descendencia?
Y luego de la aflicción, la rabia. Desde este año, el
partido de toda la vida del Tan y de sus hijos, pasó a ocupar un puesto en el
gobierno de los que han administrado tan bien el negocio de los de arriba por
más tiempo de lo que duró la dictadura cívico-militar. Y desde que tenemos
ministros y congresales y funcionarios del PC, poco o nada ha cambiado el país,
pero, lo peor, es que los que han cambiado y mucho, son esos mismos y mismas y
toda la dirección del partido que tan orgullosamente se autoproclamara la “vanguardia del proletariado”. Hoy por
hoy, esa ‘vanguardia’ calla frente a la militarización del Wallmapu y respecto
de la persecución del pueblo Mapuche, que nada más lucha por lo suyo; frente a
las precarias condiciones laborales del conjunto de los trabajadores, pero, en
especial, nada dice del tercio ‘tercerizado’ de la fuerza de trabajo; frente a
la criminalización y judicalización de la demanda y las movilización populares;
frente a la burla a las aspiraciones de amplios sectores de la población que
son las reformitas al peo de la nueva (mini)mayoría en educación, tributación y
lo laboral; frente a una nueva CNI, encarnada en la ANI.
¿Quién más vio a las gentes del PC en alguna marcha que
reivindicase las mil y una carencias del pueblo y los trabajadores luego que la
dirección del partido decidiera gustoso avenirse con la ex Concertación? A lo
Recabarren, ¿alguien ha visto alguno de los y las congresales del PC haciendo
agitación y propaganda de la revolución proletaria en el hemiciclo? ¿Es qué eso
ya pasó de moda? ¿Tanto vale la pena la teta de la que chupan Teillier y Cía.,
como para olvidarse de que alguna vez fueron un partido popular?
Querido Tan, ojalá donde estés no sepas a que se dedica
hoy en día el partido llamado comunista, el que te motivó a entregar tanto por
la causa popular.
¡NI OLVIDO NI PERDON: VERDAD, JUSTICIA Y
MEMORIA!
Noviembre
11 de 2013
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