LAS DOS DERROTAS RECIENTES DEL MOVIMIENTO POPULAR
CHILENO; SUS CONSECUENCIAS Y PERSPECTIVAS
Si bien esta elaboración data de julio de 2002, pensamos que no ha perdido vigencia el análisis realizado. Nunca será negativo retomar la vieja práctica de escribir, pues ello permite la circulación de las Ideas, siempre peligrosas para quienes quieren detener la Historia.
Les invitamos a leer, a reflexionar, a mirar lo dicho
a la luz del Chile 2018.
Este
Capítulo IV, al igual que el tercero, resulta imprescindible para comprender,
de algún modo, cómo los efectos de la Segunda Derrota del MP se hacen presentes
en la actualidad.
BRIGADA DE PROPAGANDA MIR-REARTICULACIÓN LUIS BARRA GARCÍA
Octubre 26 de 2018
2) ¿CÓMO SE LLEGO A ESTA SEGUNDA DERROTA?
El año
“86, además de lo reseñado para el campo popular y como contrapartida, señaló
la recuperación de la iniciativa por parte de la dictadura y sus aliados para
su proyecto de perpetuación del Estado burgués y también del sistema de
dominación. Su base de apoyo estaba
constituida por las FFAA, la derecha política y la gran burguesía. Se reconstruyó la derecha política con los
sectores que desde 1983 estaban en la oposición, junto a la OB. No les bastaba con la democracia restringida
y el que las FFAA continuaran cumpliendo su papel tutelar desde los
cuarteles. Consideraban que sólo un
proceso de transición más prolongado hacia un régimen democrático restringido y
encabezado por los militares, podría superar la crisis nacional y garantizar la
dominación del gran capital y sus intereses (posteriormente, la movilización
conducida por la OB les obligó a introducir reformas a la Constitución del “80
y a parte de su itinerario institucional, a lo cual se negaban). Por otra parte, este año, se afirmó la
tendencia de recuperación económica, alcanzando el PGB un crecimiento de un
5,7% con respecto al año anterior. El
gobierno norteamericano también morigeró sus presiones, comprendiendo que
ningún sector de la burguesía era capaz de ofrecer una alternativa viable
inmediata a la dictadura militar, de allí que pasara a apoyar su mantención
hasta 1989, limitando sus presiones a que la Junta Militar presentara para el
plebiscito un candidato civil, que lograra más consenso en la clase dominante
que Pinochet. A fines del “86 la
dictadura vuelve a impulsar la “modernización” e institucionalización del
Estado, reinició las privatizaciones de las últimas empresas públicas y
concluyó el “saneo” de los bancos y empresas intervenidas a raíz de la crisis
económica, devolviéndolos al sector privado
De otra parte, la OB y la
Iglesia impulsaron, el “86 y el “87, una campaña de “Conciliación
Nacional”. Pero, esta campaña tuvo pocos
efectos en el régimen, que no redujo la represión y se mantuvo firme en su
propósito de perpetuación. La OB,
aprovechando el repliegue del movimiento popular (más prolongado y profundo que
los anteriores) y la crisis de los partidos de izquierda, ganó la conducción de
la movilización antidictatorial, imponiéndole su sello conciliador y dócil al
modelo de explotación y con reparos sólo a aspectos formales del sistema de
dominación: reformas a la Constitución del “80, elecciones con campaña de TV,
cambios superficiales a instituciones
tales como el Tribunal Constitucional, Consejo de Seguridad Nacional,
etc. Esta conducción, hegemónica en lo
sucesivo, impuso un cambió ideológico vital al interior del movimiento popular,
inhibiendo toda movilización activa en contra del modelo y asentando en amplios
sectores populares y en dirigentes medios y de base, la seguridad de que se
debía esperar hasta después del “89 para recibir respuesta a sus demandas
(luego, en la administración Aylwin, las elites y los partidos de la
Concertación, generaran en ellos la creencia de que el aumento de la presión
popular podría traer como consecuencia el retroceso de la “transición política”
y/o caer nuevamente en la dictadura).
Junto con el repliegue
popular, desde septiembre del “86, comenzaron a agudizarse las contradicciones
entre las corrientes más reformistas y vacilantes y las corrientes
revolucionarias, al interior de los partidos de la izquierda. Los sectores reformistas se agruparon en la
Izquierda Unida (IU), que vendría a reconstituir la UP. De hecho, sus orientaciones prográmatica y
estratégicas reeditaban los mismos lineamientos centrales de ese referente, con
un camino hacia el socialismo escalonado, reconquistando la democracia formal
burguesa y aspirando a un régimen democrático liberal de colaboración de
clases. Luego, sus postulados la
llevaron a subordinarse a la OB sin más.
Lo que generó las condiciones para una fuerte reemergencia de las corrientes reformistas de la izquierda fue la derrota de la política de “sublevación nacional” y los reveses sufridos por los sectores revolucionarios, que habían logrado anteriormente imponer sus políticas al interior del MDP. En este sentido, la reaparición del reformismo es una manifestación de derrotismo dentro del movimiento popular; esto expresa la idea de que no es posible derrocar a la burguesía monopólica y sus aliados militares y por tanto, es necesario negociar con ellos. La reemergencia del reformismo era un factor nuevo dentro del período de ascenso de las luchas populares reseñado, que dificultó el proceso de acumulación de fuerza revolucionaria y que, inevitablemente, provocó, dentro de los marcos de la lucha común contra la dictadura, la intensificación de las divergencias políticas e ideológicas. Como era natural, esta situación obligó a los revolucionarios readecuar su política de alianzas dentro de la izquierda, pasando a alentar un proceso de reagrupación revolucionaria.
Lo que generó las condiciones para una fuerte reemergencia de las corrientes reformistas de la izquierda fue la derrota de la política de “sublevación nacional” y los reveses sufridos por los sectores revolucionarios, que habían logrado anteriormente imponer sus políticas al interior del MDP. En este sentido, la reaparición del reformismo es una manifestación de derrotismo dentro del movimiento popular; esto expresa la idea de que no es posible derrocar a la burguesía monopólica y sus aliados militares y por tanto, es necesario negociar con ellos. La reemergencia del reformismo era un factor nuevo dentro del período de ascenso de las luchas populares reseñado, que dificultó el proceso de acumulación de fuerza revolucionaria y que, inevitablemente, provocó, dentro de los marcos de la lucha común contra la dictadura, la intensificación de las divergencias políticas e ideológicas. Como era natural, esta situación obligó a los revolucionarios readecuar su política de alianzas dentro de la izquierda, pasando a alentar un proceso de reagrupación revolucionaria.
Pero la reagrupación de los
revolucionarios no fructificó. Sus principales
representantes, el FPMR y el MIR, atravesaron por situaciones de crisis
internas que, aún hoy, no logran superar.
Y creemos que un factor clave para ese fortalecimiento de las posiciones
revolucionarias hubiese sido la convergencia entre esos destacamentos, que
sumase a otros grupos existentes entonces, cuales eran el MAPU-L, los PS
Salvador Allende, Dirección Colectiva y Unitario. No se generó el dique que evitara el desbande
popular hacia las posturas reformistas, que estaban por la “salida política” al
régimen y no se conformó la alternativa que hubiera liderado una lucha más
ofensiva y por el socialismo; el movimiento popular fue conducido dócilmente
hacia el recambio pacífico, político, de la dictadura y se le engrilló a las
vicisitudes de la “transición”, en que la pelea se da por arriba, entre los
componentes del nuevo bloque en el poder.
3)
¿CUÁLES SON LAS IMPLICANCIAS DE ESTA
SEGUNDA DERROTA PARA EL MOVIMIENTO POPULAR?
1) La dictadura logró recomponer
la economía nacional, a instancias y en beneficio de la gran burguesía,
derrotando al movimiento popular y a los sectores que la cuestionaban,
despejando los obstáculos sociales y subordinando a la oposición burguesa. Durante este período, la dictadura llevo a
cabo un proceso acelerado de fortalecimiento del capital monopólico-financiero
sobre la base de una despiadada superexplotación de los trabajadores y del
despojo y desplazamiento de otras fracciones burguesas. La dictadura militar fue el instrumento que
permitió imponer las drásticas transformaciones de la economía, abriendo paso a
una nueva fase del capitalismo chileno: la fase del capitalismo monopólico
dependiente.
2) Era necesaria una fuerte
represión sobre el movimiento popular para aplastar el peligro revolucionario y
para imponer la superación de la crisis de acumulación capitalista, en
beneficio de la burguesía monopólica y sus aliados. El Estado se ve constreñido en algunas
funciones, pero, más que en el pasado, seguirá interviniendo en la creación de
las condiciones que inciden en la reproducción del capital, en especial
aquellas que tienen que ver con el trabajo.
Por otra parte, el nuevo patrón de acumulación, primario exportador, se
caracteriza porque propicia la expansión en profundidad de algunos rubros de la
economía, los que tienen ventajas para la exportación (fundamentalmente
materias primas, de bajo valor agregado), algunos servicios y el mercado de
consumo de altos ingresos, mientras el resto se deprime o destruye: esto
acarrea altos niveles de desocupación y empobrecimiento generalizados.
3) En el período comprendido entre
las dos derrotas del movimiento popular analizadas, 1973 y 1986, la economía
chilena atravesó dos profundas crisis recesivas (en 1975 y 1981-82). En esos 13 años la economía decreció y estuvo
estancada por 6 años. Estas crisis
económicas coyunturales, potenciales hoy en día, evidencian que el actual
modelo de desarrollo monopólico ha profundizado la crisis estructural del
capitalismo dependiente chileno; ha acentuado su subordinación a los vaivenes
de la economía capitalista mundial; ha profundizado su dependencia (y
explotación) del capital financiero transnacional; restringe el desarrollo
productivo a algunas ramas de la economía, produciendo el estancamiento o
destrucción de otras; intensifica la explotación del trabajo y empuja a la
desocupación a vastos contingentes sociales; acentúa la concentración de la
propiedad y la riqueza, aumentando la desigualdad social; etc. Estas crisis coyunturales son aprovechadas
por el capital financiero nacional y extranjero para intensificar su proceso de
concentración de capitales, sin un desarrollo orgánico de la economía
nacional. Por el contrario, el modelo,
durante la dictadura tendió a profundizar cada vez más la crisis estructural y
empujó a que las crisis coyunturales se hicieran más continuas y más agudas,
siendo sus consecuencias sociales más desastrosas.
4) Se produjeron en la dictadura
importantes cambios en las clases y capas populares, en concordancia con las
transformaciones económicas. Al desarrollo
progresivo del área productiva más dinámica (primario exportador) y del sector
terciario no productivo, le acompaña la desintegración de las ramas
industriales tradicionales. Al mismo
tiempo, el Estado, con la salvedad planteada en 2), dejó de tener el
fundamental papel directo en la producción de antes del “73 y la economía se ha
privatizado. Así: a) en general, la
clase obrera ocupada y el movimiento sindical han reducido su tamaño; b) al
existir una alta tasa de desocupación permanente, limita la capacidad de
defensa de sus intereses; c) lo anterior se acentúa puesto que una amplia faja
de trabajadores fue desplazado del sector público; d) las ramas productivas
tradicionales, donde el movimiento sindical desarrolló históricamente sus
luchas (excepción hecha en la gran minería del cobre), ha perdido su anterior
peso estratégico; e) los sectores productivos ligados a lo primario exportador
absorben poca mano de obra estable y muchos tienen carácter estacional, están
dispersos geográficamente y en ellos el movimiento obrero es nuevo, sin una
historia de lucha, carecen de organización o esta es muy débil; f) la
organización y condiciones laborales en el sector terciario tienen las mismas
características anteriores; g) en su conjunto, el movimiento de los
trabajadores tiene las restricciones y limitaciones impuestas por las leyes
laborales dictatoriales, con arreglos cosméticos recientes que no cambian su
esencia, que restringen al mínimo sus posibilidades de presión legal; las
industrias y organizaciones interunidades productivas han dejado de ser
espacios eficaces de lucha; h) a todo lo anterior cabe agregar la ruptura de la
unidad sindical (CUT) que, aparte de su burocracia intrínseca, se transformó en
caja de resonancia de las posturas continuistas de los que integran la
Concertación y el gobierno; además, observamos la tendencia a consolidarse de
los grupos sindicales ideológicos que dividen al movimiento obrero.
5) El decrecimiento relativo de la
clase obrera ocupada se acompaña del aumento de sectores urbanos “marginales”
(aparentemente renovados, con ausencia de “callampas”), que agrupan a
desocupados y al sector “informal” de la economía (que expresa a la
desocupación disfrazada de los sectores proletarios). Esta masa marginal se caracteriza por su
atomización organizativa, débil capacidad de presión económica, insidioso
incremento del lumpen y de la droga, en donde el barrio es el espacio de
agrupación y de expresión populares.
6) En el campo las
transformaciones han sido igualmente profundas: a) los obreros agrícolas
permanentes han disminuido enormemente, debilitándose su organización sindical
y su capacidad de presión; b) en cambio, han aumentado grandemente los sectores
subproletarios que están formados por desocupados, trabajadores temporales,
minifundistas que deben salir a buscar trabajo, etc.; esto ha generado un nuevo
fenómeno en el campo: el surgimiento de poblados rurales donde se concentra
esta masa marginal del agro y que plantea el problema de nuevas formas de
organización; c) también, observamos el fenómeno de la “campesinización” de un
sector de trabajadores que, mediante la Reforma Agraria, accedieron a la tierra
y que vinieron a sumarse al campesinado tradicional de las áreas de pequeña
propiedad y al campesinado mapuche. En general, el campesinado quedó más
desprotegido, sin asistencia técnica y crediticia, las cooperativas casi
desaparecieron y los campesinos constituyen un sector sin ningún peso
estratégico en la economía nacional.
7) La modernización y la
institucionalización del nuevo Estado de seguridad nacional logró fundar un
nuevo sistema de dominación burgués, diametralmente distinto al que imperó en
las décadas anteriores. En este sistema
se busca atomizar la organización y segmentar las demandas sociales, limitando
el importante peso que tenían los partidos políticos como mediadores entre las
fuerzas sociales y el Estado. Se trata
de restringir la participación ciudadana al ámbito local, fragmentando los
movimientos sociales nacionales; ahora es el congreso y la actividad política
cupular (de acuerdos) los que deciden por las grandes mayorías, ya no son las
masas y sus partidos de vanguardia los que luchan e intentan imponer sus
intereses. Bajo la anterior forma de
dominación burguesa (ámbitos económicos, político-institucional,
político-social, espacios legales de organización y presión social, etc.), el
movimiento popular pudo llevar a cabo un proceso más o menos gradual de
acumulación de fuerza y pudo construir posiciones de defensa institucionales
estables. Hoy en día, luego de la
institucionalización del sistema burgués, el proceso de acumulación de fuerza
social (incluido el movimiento sindical) y política ve restringidos esos
espacios, muy acotados, y debe desarrollar otras formas de organización y
lucha. Se da paso a las formas de
organización más vanguardistas, pero por su carácter, a ellas acceden sólo los
sectores más conscientes o radicalizados del movimiento de masas. Cobran importancia los espacios geográficos-sociales,
la organización y lucha locales y la estructuración social y política
aprovechando todos los niveles (clandestinos, semilegales y abiertos).
8) Durante la dictadura y gracias
a la represión, al autoritarismo, al bombardeo ideológico permanente, se
quebraron en nuestra población el espíritu de solidaridad, de organización, de
defensa de sus intereses y al contrario, se fortalecieron los antivalores del
individualismo, del progreso individual, del consumismo, de la propiedad y
riqueza particulares, de la competencia y de la promesa de un futuro mejor al
cual todos pueden acceder. En especial,
el autoritarismo, que se internalizó en todos los niveles, se implantó como una
nueva forma de relación entre el Estado y la sociedad, que rompe los agrupamientos
de clase, atomizando social y políticamente a las clases y capas populares.
9) Para los sectores consecuentes,
recobra vigencia el que su inserción comienza siempre en los sectores más
avanzados del movimiento de masas, desarrollando desde ellos las formas de
lucha y organización más radicales y rupturistas (en todos los frentes). Deben avanzar en la acumulación de fuerza
social y revolucionaria, como espacio fundamental, desde las organizaciones de
base o “naturales” y al mismo tiempo, ir desarrollando instancias que, en
general, no sean aparatosas, autolimitadas, que se comporten como instancias
superestructurales y que pretendan intermediar el accionar popular o
apurarlo. En resumen, deben tener en
cuenta que el proceso de reanimación y ascenso del movimiento de masas también
tiene características distintas en el actual sistema de dominación.
10) Los sectores vacilantes y
reformistas, que siempre rechazarán el desarrollo de las formas de lucha
popular más ofensivas, señalan la imposibilidad de comenzar una lucha
rupturista desde las franjas de vanguardia; siguen apuntando a la gradualidad
de la lucha consecuente, de la organización y de la unidad, no atendiendo a los
cambios fundamentales producidos en estas pasadas décadas dentro del sistema
burgués; también, conciben el enfrentamiento mayor sin combatir la represión
adecuadamente, aparatosamente, dejando en la pasividad a las masas. En general, estos sectores no asumen que la
construcción de la fuerza social transformadora se logra a través de su praxis
subversora y conducida por una vanguardia o instrumento político; lo que
algunos no comprendieron en este período es que las masas elevan su
organización, desarrollan su conciencia revolucionaria, radicalizan sus formas
de lucha, sólo sobre la base de la lucha práctica, del enfrentamiento concreto
y extenso en contra del Estado burgués.
11) Los trabajadores, en general y
salvo excepciones, participaron más a
través de la franja activa de pobladores, cesantes, subocupados, que como
tales, en la lucha antidictatorial, demostrando que desde estos planos también
pueden actuar como fuerzas motrices.
Buscaron estos sectores la unidad política y social como una necesidad,
vital para coordinar sus luchas reivindicativas y sectoriales, extendiéndolas
local, regional y nacionalmente.
12) La crisis nacional abierta en
1983 no tuvo el carácter de una crisis del sistema de dominación, sino que fue
de un tipo menos profunda que la del 70-73, toda vez que nunca la dictadura y
las clases dominantes perdieron la correlación de fuerzas. Todas las crisis sociales y políticas pueden
ser potencialmente una amenaza para el sistema impuesto, pero el actual Estado
y este sistema de dominación, implantado por la dictadura y posteriormente
aplicado por los gobiernos concertacionistas, están mejor preparados para
resistirlas, aunque sean más continuas y prolongadas. Y serán más recurrentes porque el capitalismo
dependiente chileno, su patrón de acumulación y la forma excluyente del sistema
de dominación burgués, las provocarán.
Cabe resaltar la vigencia del acierto propuesto por Engels, acerca de
que estos períodos de convulsión son verdaderas escuelas de educación política
popular; en este aspecto la lucha antidictatorial fue una excelente escuela,
cuyas enseñanzas aún esperan un merecido estudio en profundidad.
13) En Chile, durante 1986, triunfó
el modelo de transición política pacífica y estable hacia un régimen de
democracia restringida. Fue la salida
interburguesa a la crisis nacional, avalada por EE.UU., la Iglesia oficial,
organismos internacionales imperialistas o movidos por esos intereses y
aceptado por la oposición burguesa y sus aliados de la izquierda renovada,
proponiendo estos últimos cambios menores para lograr el acuerdo final.
14) El autoritarismo, la
restricción de las libertades democráticas, la represión, pasaron a ser lo
normal y legítimo en nuestra sociedad.
Son las formas de dominación y de relación permanentes, tanto entre los
ciudadanos como en su relación con el Estado.
Lo anterior se debe fundamentalmente al carácter que adquiere el capital
en la actualidad, en su fase monopólico-financiera (como señalamos en el punto
12 anterior) y la estructura sociopolítica y jurídica que le sigue; se hacen
evidentes la exclusión, las dificultades en generar amplias bases de apoyo
social y en la construcción de consensos mayores.
15) Si bien los sectores de la
izquierda consecuente fueron derrotados en sus estrategias y tácticas, hacia
1986, para dar una salida revolucionaria a la crisis nacional de los ochenta y
romper el sistema de opresión y explotación, en realidad podemos decir que
también lo fueron la gran mayoría de nuestro pueblo y amplios sectores
populares, adscritos a la opción socialdemócrata y al populismo de la mediana y
pequeña burguesías, pues esta conducción no ha hecho más que operar sobre las
bases que le legara la dictadura y que sostienen al modelo de superexplotación
y marginación. El modelo sigue
existiendo al servicio de los dueños de este país: la gran burguesía, aliada al
capital transnacionalizado, sus aliados y servidores.
16) Como el movimiento popular y
revolucionario, las masas y sus vanguardias políticas, sufrieron una profunda
derrota y desarticulación, el régimen excluyente no ha enfrentado situaciones
recurrentes de conflictos sociales que lo cuestionen en su conjunto (sólo
asistimos a movilizaciones locales o sectoriales parciales) o tensiones
políticas o diversas formas de insurgencia.
Con toda la dificultad en lograr remontar la crisis de organización y
dirección actuales, es evidente la facilidad con que aparecerán las trizaduras
en el régimen de darse una situación de convergencia de las luchas aisladas y
su desarrollo dentro de una estrategia de poder.
17) Los dispositivos y contenidos
ideológicos impuestos al pueblo, al movimiento popular más organizado, a sus
dirigentes de base y de nivel medio, por los intelectuales de la concertación y
sus asesores, por la Iglesia oficial, las diversas instituciones del Estado
(las más ligadas al gobierno) y proceso en el cual coadyuva la derecha política
y económica (esta última a través de su inmenso poder e influencias), nos
pueden explicar fundadamente la desarticulación y debilidad de las luchas
populares en estos años de concertación.
Esta lamentable situación se retroalimenta con la derrota ideológica que
sufrieron las organizaciones políticas de la izquierda tradicional y vemos que
este desarme y atomización van más allá de lo que explicaría la teoría del
“modelo de transición”, planteada por intelectuales de estos sectores (T.
Moulian). Por otro lado, está por verse
aún si los sectores de la izquierda revolucionaria han llegado a este nivel de
derrota, la más definitiva, la derrota ideológica.
JUAN DÍAZ
Julio de 2002
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