LAS DOS DERROTAS RECIENTES DEL MOVIMIENTO POPULAR
CHILENO; SUS CONSECUENCIAS Y PERSPECTIVAS
En función de producir la necesaria discusión en el
momento actual de la formación social chilena, es que publicamos un trabajo redactado
por el destacado Compañero Juan Díaz. Si bien dicha elaboración data de julio de 2002, pensamos que no ha perdido
vigencia el análisis realizado.
Les invitamos a leer, a reflexionar, a mirar lo dicho
a la luz del Chile 2018. Nunca será negativo retomar la vieja práctica de escribir, pues ello permite la circulación de las Ideas, siempre peligrosas para quienes quieren detener la Historia.
El proceso de Rearticulación en marcha requiere de
insumos teóricos para desatar la discusión, necesita de escritos y por sobre
todo busca la voluntad puesta en marcha.
Este
Capítulo IV, al igual que el tercero, resulta imprescindible para comprender,
de algún modo, cómo los efectos de la Segunda Derrota del MP se hacen presentes
en la actualidad.
BRIGADA DE PROPAGANDA MIR-REARTICULACIÓN
LUIS BARRA GARCÍA
Octubre 26 de 2018
II LA SEGUNDA DERROTA DEL MOVIMIENTO
POPULAR CHILENO, 1986
En su conjunto, la modernización y la
institucionalización del Estado contrainsurgente se propuso fundar un nuevo
sistema de dominación burgués, diametralmente opuesto al que imperó en las
décadas anteriores. El nuevo sistema
busca atomizar la organización y segmentar las demandas sociales, restringiendo
al máximo el rol que tuvieron anteriormente los partidos políticos como
mediadores entre las fuerzas sociales y el Estado. Se trataba de reducir la participación
ciudadana al ámbito local, fragmentando los movimientos sociales nacionales:
era el municipio ( a través de los CODECOS) el que debía ejercer el control
social y a la vez ser colchón a la presión social sobre el Estado. Las “modernizaciones” apuntaban a un doble
propósito: el imperio de la propiedad privada y del mercado, como reguladores
de la vida social y al mismo tiempo romper el espíritu solidario y colectivo,
fomentando el individualismo. Esto se
acompañó del bombardeo ideológico permanente, que exaltaba el progreso individual
a través del trabajo, el consumismo como parámetro del éxito personal, la
propiedad y riqueza particular como base de la seguridad, la competencia como
arma de triunfo y la promesa de un futuro mejor al cual todos pueden acceder. La institucionalización aspiraba a construir
una base de apoyo social mayor al régimen. La represión también tenía un dispositivo ideológico que la respaldaba y
que es la propuesta de construir una “nueva democracia”, capaz de protegerse
del enemigo interno.
El
proceso de institucionalización descrito, impulsado por la dictadura, chocó con
la transformación de la tendencia del reflujo popular que había imperado desde
el golpe. Desde fines del “77 la lucha
por los DDHH adquirió fuerza con la primera huelga de hambre de los familiares
de DD y PP, así como otras actividades de denuncia; se apreciaban signos de
reanimación en el movimiento sindical (1° de mayo del “78) y se habían
conformado las bolsas de cesantes, etc.
A partir de entonces se inició lenta y tímidamente un proceso de
reanimación de masas que, acompañado de una activación de la resistencia
clandestina, abrió paso una nueva etapa de remontamiento de la lucha
antidictatorial. No cambiaba el carácter
contrarrevolucionario del período, pues la dictadura, fortalecida, se propuso
avanzar en su institucionalización (conservando, como en todo el período, una
favorable correlación de fuerzas); lo nuevo fue que el movimiento popular
comenzó lenta pero gradualmente a retomar la iniciativa, a recuperar fuerzas, a
desarrollar enfrentamientos tácticos más continuos contra la dictadura.
La
recuperación económica y el propósito de la dictadura de avanzar a su
consolidación fue percibido por sectores de izquierda como la “segunda derrota”
del movimiento popular. Fue justamente a
partir de 1977 que la UP entró en su crisis definitiva. La política de “Frente Antifascista”, que
propiciaba una vez más una alianza con sectores, ahora opositores, de la
pequeña y mediana burguesía (la “oposición burguesa”), no logró
concretarse. Surgió desde la UP una
nueva corriente reformista, llamada “Convergencia Socialista” que, fuertemente
influida por la socialdemocracia y el eurocomunismo, ganó influencia entre
intelectuales, dirigentes y sectores del pueblo. El PS y el MAPU sufrieron una
prolongada crisis que los llevó a sucesivos fraccionamientos. El PC, replegado, encaró también
contradicciones internas. El MIR,
recuperado del acoso y del cuasi aniquilamiento, se propuso remontar la
resistencia popular más activa y la propaganda armada, enmarcando su accionar
en el denominado “Plan 78”, de carácter estratégico-táctico; este destacamento,
apoyándose en la reactivación del movimiento de masas desde el “81, comenzó a
recomponer su inserción en diversos frentes sociales, principalmente a partir
de los sectores más activos y decididos del movimiento popular. La DC, bajo la hegemonía de un freismo
desencantado de lo que esperaban del régimen, apareció como la única oposición
un poco más activa y liderando la oposición burguesa.
En
agosto de 1980 Pinochet anunció la realización de un plebiscito al siguiente
mes, en que se sometería a consulta la constitución dictatorial. Esto produjo
gran activación política en el país. La
DC convocó a participar en ese proceso votando por el NO y generó la expectativa,
de amplios sectores de masas, de que con ello se infringiría una abrumadora
derrota a la dictadura; se subordinó a la oposición burguesa el grueso de la
izquierda. El MIR y bases del PC y del
PS, advirtieron que el plebiscito era un fraude, que la participación en él
sólo contribuiría a legitimar al régimen y realizaron campañas de agitación a
favor de la abstención y por el camino de la lucha consecuente. El fraude se hizo efectivo, produciéndose un
gran desánimo entre los expectantes del cambio.
La oposición burguesa, después de su fracaso, se inmovilizó y replegó,
sin saber cómo encarar la nueva situación política. Pero los sectores más avanzados del
movimiento de masas no se replegaron; al contrario, su activación
continuó. Después del plebiscito, en
algunos sectores de izquierda antes replegados, como el PC, se inició el viraje
hacia una política rupturista, de aliento a la rebelión popular. En este proceso tuvo una importante
influencia la elevación de la resistencia armada y de masas conducida por el
MIR, así como el triunfo de la revolución Sandinista y el avance de la lucha
revolucionaria en Centroamérica. La
incorporación de combatientes del PC en Nicaragua dio paso, posteriormente, al
FPMR. Así, a fines de 1980 se comenzó a
producir una dinámica de convergencia entre las políticas del MIR y la nueva
línea del PC, que arrastró a bases del PS (dentro de Chile).
Pero las expectativas que se hicieron los partidos populares, de que el “81 sería un año de ascenso de la movilización y agitación social, se frustran a raíz del aumento de la represión dictatorial. Esta ofensiva combinó la acción represiva masiva (allanamientos en los Campamentos) y la selectiva, con medidas legales y demagógicas (50 mil subsidios habitacionales), tendientes a acentuar la división y atomización del movimiento popular. En este desalentador cuadro la convergencia entre los destacamentos de izquierda se rompe a principios del “82 y sólo siguen en la brecha el PS, el PC y el MIR, aunque en las palabras ya que la acción más unitaria se da recién en septiembre del “83, con el MDP.
En
la segunda mitad de 1981 se desató una violenta crisis recesiva, que redujo la
tasa de crecimiento global para ese año a 5.3% y que luego, en 1982, cayó a
–14.1%. Los grandes grupos económicos
habían aprovechado la alta oferta de créditos externos, haciendo ingentes
ganancias gracias a la especulación financiera, la compra de activos
inmobiliarios la expansión de los servicios, las importaciones y también el
crecimiento de algunos rubros de exportación.
Pero la inversión productiva fue limitada y el endeudamiento externo,
creciente, acumulándose así un desequilibrio financiero que hizo
particularmente sensible la economía chilena a los vaivenes de la
internacional. Luego de la recesión e
inflación del “81, con flujo externo en cesamiento y alta tasa de interés, la
recesión se hace más cruda y violenta en 1982. El desempleo llega este año a 30.9% (datos oficiales que no contemplan
la cesantía disfrazada); cayó igualmente la producción industrial; quebraron
cientos de empresas; los agricultores no pudieron responder a sus deudas. El Banco Central protegió a los bancos
impagos, cerrando luego dos de ellos e interviniendo cinco para salvar el
sistema financiero. El “boom” económico
se derrumbó y la crisis golpeó a toda la economía y sectores sociales. El bloque dominante entró en un proceso de
desarticulación. Se fracturaron las
relaciones de algunos de los grandes grupos económicos y el gobierno, perdiendo
este la iniciativa y estancándose su
proceso de institucionalización. La
oposición burguesa aprovechó con rapidez la nueva situación, recobrando una
fuerte presencia nacional. A pesar de
que con la crisis económica el descontento social creció enormemente, el
movimiento popular no logró retomar la iniciativa hasta el segundo semestre del
“82.
Entre
1983 y 1986, nuestro país vivió una etapa de aguda crisis nacional, en todos los
planos, pero, al mismo tiempo, un período de enorme ascenso de las luchas
populares antidictatoriales.
Durante
1982 el bloque en el poder se vió afectado por fuertes contradicciones y su
base social de apoyo en la burguesía y en la pequeña burguesía se
debilitó. El régimen entró en una crisis
política “por arriba”. Los sectores de
trabajadores y de la pequeña burguesía, aunque sufrieron más duramente los
efectos sociales de la crisis económica, no se movilizaron de inmediato y hasta
mayo del “83 fueron sólo los sectores más avanzados del movimiento popular los
que manifestaron abiertamente su descontento.
Pero, desde mayo, en adelante, el descontento generalizado se transformó
en la protesta activa y ofensiva de amplias masas. Así, la crisis política iniciada “por arriba”
pasó a profundizarse “por abajo”, adquiriendo el carácter de una Crisis
Nacional que afectaba las relaciones de todos los sectores de la sociedad.
La
crisis nacional cerró el período contrarrevolucionario y abrió paso a uno nuevo
de la lucha de clases: un período de ascenso de las luchas populares. Esta etapa no fue un proceso continuo y de
acumulación de fuerza social antidictatorial siempre creciente. Más bien este proceso fue por oleadas, con
ciclos de ofensiva y de repliegue populares, lo que dependía de la coyuntura y
de las tomas de iniciativas por parte de los bloques en disputa: la dictadura,
la oposición burguesa y el campo popular y sus aliados.
Por
tanto, observamos una serie de ciclos de ofensiva popular en que se repetían,
pero sobre nuevas bases cada vez, diversos factores de la coyuntura: llamados a
paros productivos que más bien se traducían en jornadas de protesta y de paro
cívico; la conducción de la movilización social pasaba de la oposición burguesa
(Alianza Democrática) a la de los sectores populares y revolucionarios (MDP) y
viceversa; cuando la movilización del pueblo y sus aliados era muy aguda la
dictadura llamaba al diálogo a la oposición burguesa (OB), que constantemente
fracasaban (ya que este sector no quería aparecer cediendo en toda la línea) y
se proseguía el enfrentamiento; la dictadura lanzaba periódicas campañas de
reactivación económica y de medidas populistas para frenar o dividir al pueblo;
cuando se elevaba cualitativamente el nivel del enfrentamiento, la dictadura
aplicaba el estado de sitio lo que, como contrapartida, traía aparejado el
reflujo popular Por otro lado, hubo
factores que se fueron haciendo una
constante: la Alianza, que se había integrado por la DC, el PR, ex sectores del
PN y cooptado a la llamada “izquierda renovada” –Bloque y Convergencia socialistas -, se fue
erigiendo en portavoz de las demandas democráticas que movilizaban al
pueblo. Otra constante fue que la
actividad política de los partidos de izquierda (MDP) se fue haciendo más
abierta, cupular, de dirigentes, no logrando generar una real unidad por la
base y dando pie a que se fracturaran posteriormente, esto debido a que fueron
incubando fracciones que dieron prioridad a la lucha pública y dentro de la
legalidad, que se enfrentaban a los sectores más decididos en su interior que,
contrariamente, bregaban por una franca confrontación a la dictadura, con el
uso de todas las formas de lucha.
Entendemos
tres ciclos de ofensiva popular: entre mayo del “83 y marzo del “84; entre
junio y noviembre del “84 y entre mediados del “85 y el tercer trimestre del
“86.
El primero se inicia con el llamado a paro del
11 de mayo del “83, por parte de los trabajadores del cobre que, queriendo ser
productivo, se transformó en una serie de protestas parciales, locales y
sectoriales. La gran activación del
período sentó las bases para que se conformaran la Alianza Democrática, el
Bloque Socialista y el MDP. En este
último, no todo fue de muy fácil desenvolvimiento, ya que en una reunión
ejecutiva en México, su Coordinación planteó un programa con insuficientes
medidas para esa etapa, las que fueron mejoradas posteriormente con el
“Programa de 12 puntos” (comienzos “84), que planteaba todas las formas de
lucha para acabar con la dictadura e implantar un orden socialista. Las posiciones revolucionarias se vieron
fortalecidas con la constitución del FPMR, a fines de este año, lo que vino a
incrementar las acciones más ofensivas y armadas al régimen. La dictadura, con toda la crisis encima,
generó programas de incentivo económico y llamó al primer diálogo, fallido, a
la AD, luego de las grandes protestas de agosto y septiembre. El ciclo se agota a principios del “84,
cuando la OB se impone en diversas organizaciones sociales y políticas,
logrando bajar el perfil del enfrentamiento.
El segundo ciclo se inicia gracias a que la
conducción es recuperada por el MDP, que conduce el vasto movimiento durante la
mayor parte del año. Surgió el MAPU
Lautaro, como escisión del tronco histórico del MAPU. El paro-protesta del 30 de octubre alcanzó
ribetes de verdadera paralización del país y con acciones de protesta que
incluyeron el sabotaje y la defensa activa de los sectores populares. El impacto de estas jornadas llevó a EE.UU. a
presionar al bloque dominante para que se facilitara el acuerdo interburgués,
pero estando de acuerdo con la represión dictatorial e incluso con la
imposición del estado de sitio de noviembre.
La vacilaciones en la oposición y con una pequeña burguesía más cerca de
la OB (que a su vez, coqueteaba con la derecha con su fracasado Frente Cívico),
llevaron al repliegue antidictatorial transitorio, con estado de sitio, hasta
mediados del “85. A su vez, se
mantuvieron las contradicciones al interior del MDP y de sus partidos
integrantes, entre las posiciones de subordinación a la OB y los que planteaban el fortalecimiento de la
alternativa democrático revolucionaria y la rebeldía antidictatorial. Cabe destacar que la represión siempre era
una constante y se expresaba de diversas maneras, masiva o individual, sobre
todo dentro de estos períodos de excepción.
El
tercer y último Ciclo se inicia con la movilización en contra del estado de
sitio, conducida por el MDP y que sumó a sectores de la OB, gremios de la pequeña burguesía, sectores de
base de la Iglesia, etc. El MDP captó
bien estas dinámicas impulsando la acción común de la oposición frente a la
situación de excepción y alentando las tendencias de la intransigencia
democrática. Así, desde julio en
adelante, comenzó un nuevo ciclo. Este,
desde un comienzo, evidenció características que no tuvieron las anteriores
olas de movilización popular. Una de
estas fue la tendencia a la ampliación de esa movilización de masas: las
fuerzas sociales motrices continuaron siendo las mismas, pero se activaron
sectores sindicales, se incorporaron importantes gremios profesionales, hubo
movilizaciones de comerciantes y transportistas, también hubo signos de
reanimación en algunos sectores rurales (mapuches, forestales y campesinos de
la zona central). Otra tendencia apuntó
a que las masas articularon más estrechamente la lucha reivindicativa económica
con la lucha democrática. Otra fue la
tendencia a la unidad y coordinación social antidictatorial. Finalmente, la tendencia a la radicalización,
que se expresó en la base de la OB y que se tradujo en que los sectores más
consecuentemente democráticos de la AD y la DC ganaron un mayor peso.. Simultáneamente se produjo un creciente
desarrollo de las actividades insurgentes, de autodefensa y milicianas. El FPMR intensificó el ritmo de sus acciones,
las que tuvieron gran repercusión. El PC
se propuso llevar adelante durante 1986, una política de carácter
insurreccional, que se conoció como de “Sublevación Nacional” (luego se
comprueba con el descubrimiento de las armas de Carrizal y el atentado al
tirano). El MDP acordó impulsar una
política que llamó de “Levantamiento de Masas” y que apuntó a la preparación de
un Paro Nacional para este año. Al
interior del MIR se enfrentaban dos visiones ya contrapuestas: los que estaban
por la ofensiva final y de lucha más abierta y política al régimen y los que se
planteaban la reconstrucción clandestina de su golpeada estructura, para dar
paso a una lucha en diversos planos y de más largo aliento. En general, en la izquierda se generó la
expectativa que la nueva ofensiva popular podría llevar a la caída de Pinochet
y del régimen y definió 1986 como el “año decisivo”.
No
obstante, decayó la movilización luego del gran paro nacional, con
características de paro insurgente, de julio de 1986. Las causas fueron la gran represión
dictatorial, la derechización de la OB que, dando por terminado el “Comité
Político Privado, instancia de amplia representación y convocatoria, rompió con
la izquierda y desalentó la movilización social; la DC aceptó la Constitución y
otros puntos de la llamada “transición democrática”, arrastrando a sus socios;
fallaron las tácticas insurgentes del PC y de su aparato armado (descubrimiento
de la internación de armas por Carrizal, fracaso del tiranicidio); posterior al
atentado se implantó nuevamente el estado de sitio, acompañado de muertos,
detenciones y relegaciones. Dentro del
campo popular, aparte de los reveses indicados, sufridos por el PC, el MIR se
enfrentó en los hechos al accionar de sus dos líneas internas ( que se habían
incubado en un proceso de años), una como vagón de cola de la OB y otra más
conspirativa y de guerra popular contra el Estado burgués, restándole
incidencia en la movilización y organización de masas. El PS decantó en dos sectores: uno dentro de
las políticas de la OB (PS Briones) y otro más cercano al centrismo (PS
Almeyda), de paso por la efímera Izquierda Unida (con el PC y el MIR
Renovación). Muy en general, la
izquierda sufrió el fraccionamiento y se fracturó su unidad más ofensiva (fin
del instrumento más avanzado del período, el MDP), la derrota interna de sus
líneas más consecuentes y la derrota de sus proyectos y tácticas; perdieron su
centralidad estratégica y su ligazón con los frentes y el movimiento de masas,
cuya conducción paso, sin contrapeso, a la OB y sus aliados de la izquierda
“renovada”.
En esta segunda derrota del movimiento popular
lo que resultó vencido fue un inmenso y valioso esfuerzo de unidad y lucha
antidictatorial de la clase trabajadora y de las capas aliadas, además de
sectores pequeñoburgueses. Todos estos
avanzaron en la conquista de sus derechos conculcados, ejercieron diversas
formas de lucha y de organización, aprendieron a luchar en su propio terreno contra el poder de los aparatos del
Estado. Los sectores más avanzados
llegaron a plantearse una nueva sociedad, de características socialistas, al
ser derrotada la dictadura.
Juan Díaz
Julio de 2002
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