WALTER BENJAMIN Y EL CAPITALISMO COMO RELIGIÓN
Por Giorgio Agamben*
Traducido para Rebelión por S. Seguí
1. Hay signos de los tiempos que, aunque
obvios, los hombres, que escrutan las señales en los cielos, no llegan a
percibir. Cristalizan en eventos que anuncian y definen la época, es decir,
eventos que pueden pasar inadvertidos y no alterar en nada, o casi nada, la
realidad en la que encajan y que, sin embargo, y precisamente por esto tienen
valor de signo, de indicio histórico: semeia ton kairon. Uno de estos
eventos tuvo lugar el 15 de agosto de 1971, cuando el gobierno de EE.UU., bajo
la presidencia de Richard Nixon declaró que la convertibilidad del dólar
quedaba suspendida. Si bien esta afirmación ponía fin, de hecho, a un sistema
que había vinculado durante mucho tiempo el valor de la moneda a una base
áurea, la noticia, que saltó en plenas vacaciones de verano, provocó menos
debate del que era razonable esperar.
Sin embargo, desde ese momento, la
inscripción que todavía se puede leer en muchos billetes de banco (por ejemplo,
en los de la libra esterlina o la rupia, pero no en los del euro): “Me
comprometo a pagar al portador la suma de...” refrendada por el gobernador
del banco central, perdió definitivamente su sentido. Esta frase pasó a significar
que a partir de ese momento a cambio del billete el banco central
correspondiente haría entrega a quien lo solicitara (si alguien era lo
suficientemente tonto como para hacerlo) no una cierta cantidad de oro (para el
dólar, 1/35 de onza) sino un billete exactamente igual. El dinero había quedado
desprovisto de cualquier valor que no fuera el puramente autorreferencial.
Tanto más sorprendente fue la facilidad con que fue aceptado el acto del
soberano estadounidense, que equivalía a cancelar el patrimonio de oro del
dueño del dinero. Y si, como se ha sugerido, el ejercicio de la soberanía
monetaria de un Estado consiste en su capacidad para inducir a los
participantes del mercado a emplear sus obligaciones como dinero, en ese
momento las obligaciones perdieron toda consistencia real, se habían convertido
en puro papel.
El proceso de desmaterialización de la
moneda se había iniciado muchos siglos antes, cuando las necesidades del
mercado llevaron a añadir a la moneda metálica, necesariamente escasa y engorrosa,
letras de cambio, billetes bancarios, juros, goldsmith’s notes,
etcétera. Todas estas monedas de papel son en realidad títulos de crédito, por
cuya razón se conoce como moneda fiduciaria. La moneda metálica, en cambio,
valía –o hubiera debido valer– su contenido de metales preciosos (cuestión,
como se sabe, insegura: el caso extremo fue el de las monedas de plata acuñadas
por Federico II, que apenas usadas dejaban a la vista el rojo de cobre). Sin
embargo, Schumpeter (que vivió, es cierto, en un momento en el papel moneda
había desbordado la moneda metálica), pudo afirmar no sin razón que, en última
instancia, todo el dinero es sólo crédito. Después del 15 de agosto de 1971,
habría que añadir que el dinero es un crédito basado sólo en sí mismo y que no
refleja nada más que a sí mismo.
2. El capitalismo como religión es el título de uno de los más penetrantes fragmentos póstumos de Walter Benjamin.
Que el socialismo era algo parecido a una
religión fue observado con frecuencia (entre otros por Schmitt: “El socialismo pretende dar vida a una nueva
religión que para los hombres de los siglos XIX y XX tuvo el mismo significado
que el cristianismo para los hombres de hace dos mil años.”) Según
Benjamin, el capitalismo no es sólo, como afirma Weber, una secularización de
la fe protestante, sino que él mismo es esencialmente un fenómeno religioso,
que se desarrolla como parásito a partir del cristianismo. Como tal, como
religión de la modernidad, se define por tres características:
1.- Es una religión de culto, tal vez la
más extrema y absoluta que ha existido jamás. Todo en ella tiene significado
sólo con referencia al cumplimiento de un culto, no con un dogma o una idea;
2.- Es un culto permanente, es “la
celebración de un culto sans trève et sans merci”. No es posible aquí
distinguir entre días festivos y días laborables, sólo hay un único e
ininterrumpido día de fiesta-trabajo en el que el trabajo coincide con la
celebración del culto;
3.- El culto capitalista no remite a la
redención o la expiación de la culpa, sino a la culpa misma: “El capitalismo es
quizás el único caso de un culto no expiatorio sino culpabilizador (…). Una
monstruosa conciencia culpable que no conoce la redención se convierte en
culto, no para expiar en éste su culpa sino para hacerla universal... y para
atrapar al final a Dios mismo en la culpa... Dios no ha muerto, sino que se ha
incorporado al destino del hombre.”
Precisamente porque tiende con todas sus
fuerzas no a la redención sino a la culpa, no a la esperanza sino a la desesperación,
el capitalismo como religión no tiende a la transformación del mundo sino a su
destrucción. Y su dominio es en nuestro tiempo tan completo que los tres
grandes profetas de la modernidad (Nietzsche, Marx y Freud) conspiran, según
Benjamin, con él, son solidarios, de alguna manera, con la religión de la
desesperanza. “Este paso del planeta hombre por la casa de la desesperación, en
la soledad absoluta de su recorrido es el ethos que define Nietzsche.
Este hombre es el superhombre, es decir el primer hombre que comienza a
darse cuenta conscientemente de la religión capitalista.” Pero también la
teoría freudiana pertenece al sacerdocio del culto capitalista: “Lo reprimido,
la representación pecaminosa... es el capital, sobre el cual el infierno del inconsciente
paga intereses.” Y, en Marx, el capitalismo “con los intereses simples y
compuestos, que son función de la culpa (...) se transforma inmediatamente en
socialismo”.
3. Vamos a tratar de tomar en serio y desarrollar la hipótesis de Benjamín. Si el capitalismo es una religión, ¿cómo podemos definirlo en términos de fe?, ¿en qué cree en el capitalismo? ¿Qué implica, en lo que respecta a esta fe, la decisión de Nixon?
David Flüsser, gran estudioso de la ciencia
de las religiones –hay también una disciplina con este extraño nombre– estaba
trabajando sobre la palabra pistis, palabra griega que Jesús y los
apóstoles utilizaban para “fe”. Un día se encontraba en una plaza de Atenas y
en un momento dado, al levantar los ojos, vio escrito en grandes caracteres
ante él Trapeza tes pisteos. Aturdido por la coincidencia, miró mejor y
después de unos segundos se dio cuenta de que simplemente estaba ante un banco:
trapeza tes pisteos significa en griego “banco de crédito”. He aquí el
significado de la palabra pistis, que llevaba meses tratando de averiguar: pistis,
“fe” no es más que el crédito de que gozamos ante Dios y del que la palabra de
Dios goza en nosotros desde el momento en que creemos en él. Por esta razón
Pablo puede afirmar en una famosa definición que “la fe es la sustancia de las
cosas esperadas”: es lo que da credibilidad a la realidad y a lo que no existe
todavía, pero en lo que creemos y tenemos fe, en lo que hemos puesto en juego
nuestro crédito y nuestra palabra. Creditum es el participio pasado del
verbo latino credere: es aquello en lo que creemos, en lo que ponemos
nuestra fe, cuando establecemos una relación de confianza con alguien tomándolo
bajo nuestra protección o prestándoles dinero, confiándonos a su protección o
tomando dinero prestado. En la pistis paulina pervive, es decir, la
antiquísima institución indoeuropea que Benveniste ha reconstruido, la
“fidelidad personal”: “El que detiene la fides puesta en él por un
hombre tiene en su poder a este hombre (...) En su forma primitiva, esta
relación implica una reciprocidad: poner nuestra fides en alguien
procuraba, a su vez, su garantía y su ayuda.”
Si esto es cierto, entonces la hipótesis de
Benjamin de una estrecha relación entre capitalismo y cristianismo recibe una
confirmación ulterior: el capitalismo es una religión basada enteramente en la
fe, una religión cuyos seguidores viven sola fide (sólo por medio de la
fe). Y como, según Benjamin, el capitalismo es una religión en la que el culto
se ha emancipado de todo objeto y la culpa de todo pecado y, por lo tanto, de
toda posible redención, así, desde el punto de vista de la fe, el capitalismo
no tiene objeto: cree en el hecho puro de creer, en el puro crédito (believes
in pure belief), es decir: en el dinero. El capitalismo es, por ello, una
religión en la cual la fe –el crédito– ha sustituido a Dios. En otras palabras,
en tanto que la forma pura del crédito es dinero, es una religión cuyo dios es
el dinero.
Esto significa que
el banco, que no es más que una máquina de fabricar y manejar crédito, ha
tomado el lugar de la iglesia y, mediante la regulación del crédito, manipula y
administra la fe –la escasa e incierta confianza– que nuestro tiempo todavía
tiene en sí mismo.
4. ¿Qué ha significado para esta religión la decisión de suspender la convertibilidad en oro? Ciertamente, algo así como una aclaración de su propio contenido teológico, comparable a la destrucción mosaica del becerro de oro o al establecimiento de un dogma conciliar. En cualquier caso, un paso decisivo hacia la purificación y cristalización de su propia fe. Ésta –en forma de dinero y crédito–se emancipa ahora de todo referente externo, cancela su nexo de idolatría con el oro y se afirma en su carácter absoluto. El crédito es un ser puramente inmaterial, la parodia más perfecta de esa pistis, que no es sino “la sustancia de lo que se espera.” La fe –así rezaba la famosa definición de la Carta a los Hebreos– es sustancia – ousia, término técnico por excelencia de la ontología griega– de lo que se espera. Lo que Pablo quiso decir es que el que tiene fe, el que ha puesto su pistis en Cristo, toma la palabra de Cristo como si se tratara de la cosa, el ser, la sustancia. Pero es precisamente este “como si” lo que la parodia de la religión capitalista elimina. El dinero, el nuevo pistis, es ahora inmediatamente y sin residuos sustancia. El carácter destructivo de la religión capitalista, de la que hablaba Benjamin, aparece aquí en plena evidencia. La “cosa esperaba,” ya no existe, ha sido destruida, y tiene que serlo porque el dinero es la esencia misma de la cosa, su ousia en el sentido técnico. Y, de esta manera, se quita de en medio el último obstáculo a la creación de un mercado de la moneda, a la transformación integral del dinero en mercancía.
5. Una sociedad cuya religión es el crédito, que sólo cree en el crédito, está condenada a vivir a crédito. Robert Kurz explicó la transformación del capitalismo del siglo XIX, todavía basado en la solvencia y la desconfianza respecto al crédito, en el capitalismo financiero contemporáneo. “Para el capital privado del siglo XIX, con sus propietarios personales y sus respectivos clanes familiares, eran todavía válidos los principios de honorabilidad y solvencia, a la luz de los cuales el incremento del uso del crédito era casi obsceno, como un comienzo del fin. Las novelas por entregas de la época están llenas de historias donde las familias numerosas se arruinan a causa de su dependencia; en algunos pasajes de Los Buddenbrook, Thomas Mann llegó a crear un tema de Premio Nobel. El capital productivo sujeto al pago de intereses era, por supuesto, esencial para el sistema desde el primer momento de su formación, pero todavía no tenía un papel decisivo en la reproducción capitalista global. Los negocios de capital “ficticio” se consideraban típicos de los ambientes de estafadores y personas deshonestas, al margen del capitalismo real (...) Incluso Henry Ford se negó durante mucho tiempo al uso del crédito bancario, obstinándose en su decisión de financiar sus inversiones sólo con su propio capital.” (R.Kurz, El fin de la política y la apoteosis de dinero, Roma, 1997; Die Himmelfahrt des Geldes, en “Krisis”, 1995).
Durante el siglo XIX, esta concepción
patriarcal se disolvió completamente y el capital empresarial recurrió cada vez
más al capital monetario, tomado del sistema bancario. Esto significa que las
empresas, con el fin de seguir produciendo, deben, por así decirlo, hipotecar
por anticipado cantidades crecientes de trabajo y de futura producción. El
capital productor de mercancías se alimenta ficticiamente de su propio futuro.
La religión capitalista, de acuerdo con la tesis de Benjamin, vive de un
endeudamiento permanente, que no puede ni debe extinguirse. Pero no son sólo
las empresas las que viven, en este sentido, sola fide, a crédito (o a
débito). También los individuos y las familias, que recurren cada vez más al
mismo, están análogamente tan implicados en este continuo y generalizado este
acto de fe en el futuro. Y la Banca es el sumo sacerdote que administra a los
fieles el único sacramento de la religión capitalista: el crédito-débito.
CAD - EQUIPO INTERNACIONAL
Septiembre 22 de 2014
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