Andrés Figueroa Cornejo
Yo soy de esta lucha
vieja como los relojes solares,
vidrio molido en el suelo
de la pista de baile para rumbear sin zapatos,
juventud sin porvenir y
porvenir sin juventud.
De esta antigua lucha, de
los balbuceos originales de la humanidad
y más atrás,
cuando éramos apenas un
manojo recién puestos de pie
en medio de África
subsahariana, resistiendo en la noche los hielos
y los volcanes de espuma
tiznada,
y a los lobos salvajes
tras nosotros
disputando la carroña
diente a diente,
cuando esos lobos todavía
ni pensaban en convertirse en los perros de después,
ni en las peluquerías
para perros, ni en la comida especial para perros,
ni en su compañía
perversamente amaestrada.
No vengo a decir otra vez
la palabra odio o compasión,
o piedad o acuerdo o
solidaridad “en la medida de lo posible”,
como informan por cadena
nacional
los gobiernos civiles de
Chile por ejemplo
cuando se excusan de no
ajusticiar a los fusileros de los populares desarmados.
No vengo a decir de la
sangre de niñas y niños palestinos
lavando la ciudad
desvanecida en el arrebato de los garrotes de última generación,
con miras y satélites
capaces de escanear hasta mi primer amor inconfesable.
y su cuerpo celeste
trozado en los laboratorios del tercer reich,
codo con codo cadavérico
con los comunistas y homosexuales
y gitanos y vagabundos.
Esa misma cámara de gas
democráticamente compartida como la capilla fría
de cualquier escuela
pública del planeta.
No vengo a rabiar por una
ofensiva transmitida por CNN y TeleSur en línea,
ni por la boca llena de
peces muertos de las madres de Palestina
ni por el éxodo al
Líbano, que no es ninguna tierra prometida.
Vengo por ti Israel.
No por su Estado ni sus
partidos políticos ni sus piedras computarizadas y exactas.
Por ti Israel.
La que tiene memoria y
que no necesita de fotos para horrorizarse.
Vengo por Israel, la
empobrecida, la amante inoxidable de la paz.
Vengo por el soldado de
tropa, el muchachito que recrea el espanto de sus abuelos
pero hoy programando la
mirilla contra sus abuelos
transfigurados en la
Palestina en harapos.
Vengo por la Israel
sencilla, religiosa o laica, humanista,
homosexual y vagabunda.
La Israel que no escasea
de memoria.
Vengo encendido.
Yo que no soy palestino
ni israelí ni chino ni ruso
ni alemán ni
norteamericano.
Vengo por ti Israel, la
profunda.
Vengo para que nos
enseñes en la acción
que no tienen razón los
terapeutas
ni los intérpretes
psicoanalíticos de la historia.
Que es mentira que en cuanto
se invierten las fuerzas,
la víctima se convierte
en victimario.
Que el gobierno de turno
del Estado de Israel es sólo un accidente
una anécdota
la peor pesadilla,
pero que no es Israel
sino sólo su mandarín
provisorio.
Muchacho y muchacha,
soldado de tropa israelí,
apaga el visor robotizado
de tu pantalla de guerra
porque otra vez estás
desbrozando los costados luminosos de tus abuelos.
¿Que no escuchas su voz
desdentada salida de una piel gaseada y rota
que te pide que no vengas
por mí una vez más, mira que mis ojos son los tuyos,
los mismos ojos y la
misma mano que habitaron el espanto
y que ahora hacen
puntería sobre mi pecho tuyo?
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