Completamente
convencido de que debemos aportar en la construcción de un muy amplio frente,
de todas las organizaciones –también algunos partidos, incluyendo a la
democracia cristiana– que se comprometan a luchar por efectiva democracia,
justa y solidaria, a partir de un programa mínimo común, mis preocupaciones
esenciales se han concentrado en el presente y en los futuros. Por eso –y
todavía con mayor entrega desde que emergieron las ejemplares movilizaciones de
estudiantes y de numerosas entidades populares–, he evitado polémicas sobre los
roles que han tenido diferentes sectores en nuestra historia aún reciente, a
pesar de que, en varias ocasiones, me fue muy difícil callar demasiada
indignación.
Pero, hay situaciones que son absolutamente intolerables,
como la que sufrí esta mañana, al leer en La Tercera* y –más tarde, debido a su extraño atraso
hasta mediodía– en el portal electrónico de EMOL/El Mercurio* artículos
refiriendo una entrevista de Patricio Aylwin en el diario español El País*. ¿Hasta cuándo
sesgan, deturpan, mienten y difaman, impunemente?, no pude evitar de gritar,
furioso.
Ya transcurrida una intensa jornada de trabajo, entendí
que no debo acostarme antes de escribir –aunque muy breve y superficial, pues
mi lunes comenzará tempranísimo– al menos una primera opinión acerca de esas
declaraciones.
En su larga conversación con la periodista, ninguna
autocrítica de Patricio Aylwin hubo –¿su muy prolongada carrera política fue
perfecta?–, tampoco ni leves reprobaciones al dictador Augusto Pinochet Ugarte
y sí categóricas descalificaciones contra Salvador Allende.
Así, "Sabía hacerse el simpático cuando quería.
Era socarrón y diablito, jugaba para su propio lado", ilustra Aylwin
hablando de Pinochet; agregando su apreciación por cuanto este tirano hizo
durante la dictadura: "Pinochet representaba, por una parte,
orden, seguridad, respeto, autoridad. Y, por otra, una economía de mercado que
iba a permitir la prosperidad del país. Esos fueron los dos factores
definitorios, y por eso Pinochet fue popular. Era un dictador, pero
popular". Respecto a la brutal y cobarde represión, persiguiendo,
vejando, encarcelando, deportando, exilando, torturando y asesinando a centenas
de miles de compatriotas, a la híper explotación de los trabajadores y al
gigantesco saqueo del País ni una palabra dijo Aylwin.
Además, en su especie de defensa del dictador, Aylwin
incurre en burda contradicción, afirmando que “Los problemas de Estado se
deben juzgar dentro del país” –cuando ataca al juez español Baltasar
Garzón, que logró la detención de Pinochet en Londres– y “No habría sido
viable juzgar a Pinochet”. O sea, con este lapso, Aylwin trasparenta –tal
vez involuntariamente– la decisión política de no hacer pagar sus gravísimos
crímenes al dictador, como de hecho ocurrió: murió en la cama y tuvo obscenos
homenajes en sus funerales, con rango de oficial superior, cuando lo
mínimamente justo habría sido degradarlo a soldado raso y expulsarlo del
Ejército.
Desde el extremo opuesto, Aylwin embiste contra el
Presidente del Gobierno Popular dictaminando "Allende terminó
demostrando que no fue buen político, porque si hubiera sido buen político no
habría pasado lo que le pasó". Y, peor, asevera que "hizo un
mal gobierno y que el Gobierno cayó por debilidades de él y de su gente",
para llegar a una grosera conclusión: “el Golpe se habría producido sin la
ayuda de Estados Unidos. Estados Unidos lo empujó, pero la mayoría del país
rechazaba la política de la
Unidad Popular, eso era evidente”, que complementa
negando cualquier participación –suya y del Partido Demócrata Cristiano– en el
golpe militar: “Eso puedo asegurarlo de manera absoluta, en conciencia [...].
Estuvimos interesados en cambiar la orientación del gobierno de Allende, pero
no en derrocarlo. El golpe militar fue otra cosa”, agregó.
Estando obligado a concluir (¡por
ahora!) ya ni siquiera podré enunciar algunos aspectos marcadores, como la
completamente documentada reunión –entre Nixon, Kissinger, el presidente
mundial de la Pepsi-Cola
y Agustín Edwards Eastman, el 15 de septiembre de 1970, apenas once días
después de Allende haber obtenido la primera mayoría en las elecciones– en la Casa Blanca, que
decidió impedir que él asumiera o, si lo hiciese, destruir su gobierno, por
cualquier medio, ni las investigaciones de Patricia Verdugo sobre la
intervención estadounidense en Chile, incluyendo los muchos millones de dólares
que invirtieron en la campaña de Eduardo Frei Montalva; el asustador discurso
del entonces Ministro de Hacienda**, a mediados de septiembre de 1970,
provocando corridas a los bancos y cuantiosa exportación de capitales (dos
meses antes de que Allende fuese investido en la Presidencia de la República); las tenebrosas maniobras del sector
freista, con apoyo de la CIA,
para que el Congreso Pleno eligiera a Jorge Alessandri, que inmediatamente
renunciaría; la activa participación de una estudiante**–posteriormente
ministra y senadora–, en la
Universidad de Chile, dentro del frente anti Gobierno
Popular, con toda la derecha y los terroristas de Patria y Libertad; la
fracasada reunión de Salvador Allende con Patricio Aylwin, en la presencia del
cardenal Silva Henríquez, el 17 de agosto de 1973, cuando el Presidente informó
que llamaría a un plebiscito, para que el pueblo se pronunciara sobre su
continuidad, o no, en el cargo, en la mañana del 11 de septiembre, desde la Universidad Técnica
del Estado…
No pudiendo profundizar en la historia, me limito a
transcribir parte de tres comentarios –ni con ínfimas sombritas de
izquierdismo– publicados por El Mercurio, hace cerca de diez meses; la
dupla inicial atacando la serie televisiva Los
archivos del Cardenal y el tercero falazmente procurando justificar el
cobarde bombardeo aéreo de La
Moneda: “Ellos no deben avergonzarse hoy de haber combatido a
Allende, como lo justificaron por escrito Frei padre y el Presidente Aylwin.
Muchos DC trabajaron con los militares hasta el final y no por eso son
cómplices en los crímenes que se cometieron.” (Carlos Larraín – 20 de julio
de 2011) – “… sería importante recordar la Declaración de la Cámara de Diputados de
fecha 22 de agosto de 1973 y los conceptos que sobre el gobierno de Allende
expresara el ex presidente Eduardo Frei Montalva al dirigirse al democratacristiano
italiano Mariano Rumor en carta del 8 de noviembre del mismo año.” – (Arturo Miguel
Bañados – 25 de julio de 2011) – “No hubo acusación ni acuerdo sensato,
porque la derecha hasta los primeros días de 1971 estaba aturdida y paralizada
por la derrota en las elecciones presidenciales, y en la Democracia Cristiana,
sólo en marzo de 1971 comenzó a notarse la mano del liderato de Eduardo Frei
Montalva. […] La
Declaración de la Cámara de agosto de 1973, como las posteriores de
don Eduardo y don Patricio, deben ser comprendidas dentro de esta sensación de
abismo que se abría entre ambas probabilidades.” (Joaquín Fermandois – 26 de julio).
Me despido deseando que los hechos históricos sean
respetados, especialmente por quienes mayores responsabilidades han tenido y
recordando que el partido de Patricio Aylwin también ha sido de Bernardo
Leighton, Radomiro Tomic y Patricia Verdugo, entre otras(os) auténticas(os)
demócratas y cristianas(os).
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