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jueves, 1 de noviembre de 2018

UN CUENTO: LOS VERDADEROS MUERTOS

Cuento breve dedicado a mi hija ,Maite Arantza, quien a sus 5 años 5 meses ya navega por los hermosos y turbulentos mares de la imaginación, el suspenso, la ciencia-ficción, el terror, esos maravillosos mares que nos deben llevar a la liberación Humana y Social.

En homenaje a Juan Marino, más conocido como el siniestro Doctor Mortis.

A todos nuestros Compañeros y Compañeras que desde el 11 de septiembre de 1973, desde mucho antes y hasta ahora, han regado con su sangre generosa esta tierra, asesinados por quienes le hacen el trabajo sucio al conjunto de la patronal.

Disfruten hoy de esta historia que hemos titulado así:

LOS VERDADEROS MUERTOS

El llamado lo recibió en París, de madrugada.  Estaba de paso por la hermosa ciudad, pues realizaba un postgrado en medicina.  Su madre le informó que su padre estaba agonizando y que se esperaba el desenlace.  Para MA no fue una sorpresa.  Sabía que ya había llegado el momento.  De inmediato llamó al aeropuerto para comprar pasajes de regreso a Chile.

Abordó el avión y de inmediato los recuerdos se hicieron presentes.  Recordó cuando de pequeña él la columpiaba en ese gran jardín, mientras le contaba historias de suspenso, terror, ciencia-ficción o relatos de la historia de Chile y del mundo.  Siempre asociaba esa acción al aroma inconfundible del lugar, las rosas, los nogales, el níspero, el pasto e incluso el olor de los perros de la casa.  Además, no faltaban esas canciones cantadas a todo pulmón, libremente.

Algunas lágrimas rodaron por sus mejillas.  No pudo evitarlo.  Ya a sus 30 años era impresentable que llorara en público.  Miró a su alrededor y todos los pasajeros le eran desconocidos.  Era inevitable llorar. 

De pronto, sin saber en qué momento, después de dormitar un poco al parecer, vio que a su lado había un misterioso hombre sentado.  El pasajero era alto, con lentes con monturas de oro, una barbita y bigotes franceses, una capa negra por fuera y roja por dentro, un extraño y antiguo peinado, que terminaba en un par de alas, un bastón con una empuñadura de oro.

-Le sucede algo, señorita.  Me presento.  Soy Tisseran Morgue (anagrama del Doctor Mortis, uno de ellos).
-Nada.  Vuelvo a Chile, pues mi padre agoniza.
-Chile, hermoso país.  Tengo muchos amigos y amigas en ese país.  Sobre lo de su padre, no se preocupe.  La muerte no es lo que pensamos.
-Lo siento, señor.  Creo que después de nuestra muerte no existe otra vida.  Todo termina en ese momento crucial.  Culmina el camino que comenzamos con nuestro nacimiento.
-Todo puede ser discutible, mi dilecta amiga.  Lo que ayer era mentira hoy puede ser verdad.  No es el uno que se desdobla en el dos, sino que el dos que se funde en el uno.  Recuerde que el círculo no es redondo y el tiempo no tiene fin, como dicen mis amigos en Macedonia…

MA entró en un sueño profundo.  Pasaron miles de fragmentos de su vida junto a sus padres.  Recordó lo hermoso que fue vivir junto a ellos, a sus enseñanzas, al amor entregado.  Sus convicciones eran producto de esa entrega.

Al despertar ya en Chile se percató que su acompañante no estaba.  Había desaparecido tan misteriosamente como había llegado.  Sin perder tiempo se desplazó en vehículo a Paine, no había tiempo que perder.  ¿Existiría el tiempo?, pensó.  Las palabras de Tisseran volvieron.

En su largo recorrido pudo apreciar la profunda transformación de su país de origen. Transformaciones a nivel de la infraestructura.  Era todo contemporáneo, actual, moderno. Sin embargo, pudo ver lo de siempre: muchas personas esperando la locomoción para llegar al trabajo, las tiendas abarrotadas, las miles de ofertas de miles de mercancías, el caminar rápido y angustiado de los transeúntes, las plazas vacías.

Entró a la pieza en donde había pasado tanto tiempo. Su padre agonizaba, daba sus últimos suspiros, la vida se arrancaba, besó muchas veces su frente, sus lágrimas caían a mares, las palabras no bastaban para expresar su amor, cerró sus ojos ya sin vida. Todo terminaba…

… Despertó en algún lugar. Era un lugar indescriptible. Pudo ver a miles y miles totalmente desnudos, sin nada, sin nombre siquiera. Nada, de nada, una nada absoluta, no había casas, departamentos, edificios, plazas. Todos y todas caminaban, conversaban, se reían, departían, eran felices. Desde ese lugar pudo ver hacia el otro lado, en donde se veía al avaro burgués contando su dinero frente al espejo para verlo multiplicado por dos, vio a millones preocupados por sus deudas, a millones preocupados por tener trabajo, a millones despertando muy temprano para llegar a su trabajo, a millones angustiado en su soledad y sólo teniendo como utopía llegar al día viernes. Pudo ver a los verdaderos muertos, a los que estaban enterrados ciertamente, a los que creían que estaban vivos, haciendo algo.

Noviembre 1 de 2018
Andrés Morales

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