Cuento breve dedicado a mi hija ,Maite Arantza, quien a sus 5 años 5 meses ya navega por los hermosos y
turbulentos mares de la imaginación, el suspenso, la ciencia-ficción, el
terror, esos maravillosos mares que nos deben llevar a la liberación Humana y
Social.
En homenaje a Juan Marino, más
conocido como el siniestro Doctor Mortis.
A todos nuestros Compañeros y
Compañeras que desde el 11 de septiembre de 1973, desde mucho antes y hasta
ahora, han regado con su sangre generosa esta tierra, asesinados por quienes le hacen el trabajo
sucio al conjunto de la patronal.
Disfruten hoy de esta historia
que hemos titulado así:
LOS VERDADEROS MUERTOS
El llamado lo recibió en París,
de madrugada. Estaba de paso por la
hermosa ciudad, pues realizaba un postgrado en medicina. Su madre le informó que su padre estaba
agonizando y que se esperaba el desenlace.
Para MA no fue una sorpresa.
Sabía que ya había llegado el momento.
De inmediato llamó al aeropuerto para comprar pasajes de regreso a
Chile.
Abordó el avión y de inmediato
los recuerdos se hicieron presentes.
Recordó cuando de pequeña él la columpiaba en ese gran jardín, mientras le
contaba historias de suspenso, terror, ciencia-ficción o relatos de la historia
de Chile y del mundo. Siempre asociaba
esa acción al aroma inconfundible del lugar, las rosas, los nogales, el níspero,
el pasto e incluso el olor de los perros de la casa. Además, no faltaban esas canciones cantadas a
todo pulmón, libremente.
Algunas lágrimas rodaron por sus
mejillas. No pudo evitarlo. Ya a sus 30 años era impresentable que
llorara en público. Miró a su alrededor
y todos los pasajeros le eran desconocidos.
Era inevitable llorar.
De pronto, sin saber en qué
momento, después de dormitar un poco al parecer, vio que a su lado había un
misterioso hombre sentado. El pasajero
era alto, con lentes con monturas de oro, una barbita y bigotes franceses, una
capa negra por fuera y roja por dentro, un extraño y antiguo peinado, que
terminaba en un par de alas, un bastón con una empuñadura de oro.
-Le sucede algo, señorita. Me presento.
Soy Tisseran Morgue (anagrama del Doctor Mortis, uno de ellos).
-Nada. Vuelvo a Chile, pues mi padre agoniza.
-Chile, hermoso país. Tengo muchos amigos y amigas en ese
país. Sobre lo de su padre, no se
preocupe. La muerte no es lo que
pensamos.
-Lo siento, señor. Creo que después de nuestra muerte no existe
otra vida. Todo termina en ese momento
crucial. Culmina el camino que
comenzamos con nuestro nacimiento.
-Todo puede ser discutible, mi
dilecta amiga. Lo que ayer era mentira
hoy puede ser verdad. No es el uno que
se desdobla en el dos, sino que el dos que se funde en el uno. Recuerde que el círculo no es redondo y el
tiempo no tiene fin, como dicen mis amigos en Macedonia…
MA entró en un sueño
profundo. Pasaron miles de fragmentos de
su vida junto a sus padres. Recordó lo
hermoso que fue vivir junto a ellos, a sus enseñanzas, al amor entregado. Sus convicciones eran producto de esa entrega.
Al despertar ya en Chile se
percató que su acompañante no estaba.
Había desaparecido tan misteriosamente como había llegado. Sin perder tiempo se desplazó en vehículo a
Paine, no había tiempo que perder.
¿Existiría el tiempo?, pensó. Las
palabras de Tisseran volvieron.
En su largo recorrido pudo
apreciar la profunda transformación de su país de origen. Transformaciones a nivel de la
infraestructura. Era todo contemporáneo,
actual, moderno. Sin embargo, pudo ver
lo de siempre: muchas personas esperando la locomoción para llegar al trabajo,
las tiendas abarrotadas, las miles de ofertas de miles de mercancías, el
caminar rápido y angustiado de los transeúntes, las plazas vacías.
Entró a la pieza en donde había
pasado tanto tiempo. Su padre agonizaba,
daba sus últimos suspiros, la vida se arrancaba, besó muchas veces su frente,
sus lágrimas caían a mares, las palabras no bastaban para expresar su amor,
cerró sus ojos ya sin vida. Todo
terminaba…
… Despertó en algún lugar. Era un lugar indescriptible. Pudo ver a miles y miles totalmente desnudos,
sin nada, sin nombre siquiera. Nada, de
nada, una nada absoluta, no había casas, departamentos, edificios, plazas. Todos y todas caminaban, conversaban, se
reían, departían, eran felices. Desde
ese lugar pudo ver hacia el otro lado, en donde se veía al avaro burgués
contando su dinero frente al espejo para verlo multiplicado por dos, vio a
millones preocupados por sus deudas, a millones preocupados por tener trabajo,
a millones despertando muy temprano para llegar a su trabajo, a millones
angustiado en su soledad y sólo teniendo como utopía llegar al día
viernes. Pudo ver a los verdaderos
muertos, a los que estaban enterrados ciertamente, a los que creían que estaban
vivos, haciendo algo.
Noviembre 1 de 2018
Andrés Morales
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