EL SEGUNDO IMPERIO O EL 18
BRUMARIO DE GEORGE W. BUSCH[1]
Texto de MICHAEL
HARDT, publicado en “La Multitud y la guerra”[2]
“Hegel señala que a veces
los hechos y personajes de gran importancia en la historia mundial se repiten
dos veces. Olvidó agregar; la primera
vez como tragedia, la segunda como farsa”
KARL MARX.
En algunos aspectos, la
guerra de Iraq y la misión global del gobierno de Estados Unidos parecen
repetir los viejos proyectos imperialistas europeos. Los esfuerzos no sólo por imponer nuevos
regímenes en Afganistán e Iraq, sino también para rehacer el mapa político del
Medio Oriente y más aún para “reconstituir el orden global”, son concebidos en
los viejos términos de la “misión civilizadora” de las viejas potencias
europeas. El Presidente Bush tal vez se
imagina a sí mismo como un continuador de los grandes y nobles imperialistas
que dieron educación a los salvajes y llevaron la civilización al mundo. Pero también, en otro sentido, el esfuerzo
por controlar los vastos campos petroleros en Iraq y Medio Oriente, ciertamente
nos recuerdan las guerras imperialistas de saqueo y acumulación de riquezas,
como la guerra de los Bóers, que los británicos emprendieron hace un siglo para
tomar el control de las grandes minas de oro de Sudáfrica. Ayer, sangre por oro; hoy, sangre por
petróleo.
A pesar de las
similitudes, los viejos imperialismos no nos ayudan a entender la situación
actual o a iluminar las posibilidades de nuestro futuro. Es verdad que los arquitectos de la guerra de
Iraq han creído que los Estados Unidos puede repetir la gloria del gran
imperialismo, sólo mejorándola, haciéndola más eficiente esta vez. Y muchos de los oponentes a las políticas
estadounidenses también han creído esto rápidamente, y han retornado a los
viejos discursos y conceptos antiimperialistas. Estas comparaciones son realmente trajes mal puestos que ocultan lo que
está sucediendo por debajo. La verdadera
repetición histórica está más cercana a nuestro hogar. Se puede decir que Estados Unidos está
repitiendo la Guerra del Golfo de 1991, y así es ciertamente, pero hay un
elemento mucho más importante que se repite: el coup d’ Ëtat dentro del sistema global, un nuevo 18 Brumario, que
ahora es una repetición de padre a hijo en lugar de tío a sobrino. Por coup d’ Ëtat entiendo la usurpación del
poder dentro del orden legal por un elemento monárquico y unilateral y la
subordinación a éste de las fuerzas aristocráticas multilaterales.
El coup d’ Ëtat de Bush
fue concebido en su tiempo como la creación de un nuevo orden mundial. Después de la caída del Muro de Berlín y el
colapso del orden bipolar de la guerra fría, la primera Guerra del Golfo sirvió
para establecer los términos de la nueva estructura global de poder. Estados Unidos, como la única superpotencia
sobreviviente, tomaría preeminencia sobre los demás poderes, pero no podría el mundo por sí solo. El papel de Estados Unidos en el Primer
Imperio combinaba superioridad y colaboración. Podía ejercer poderes monárquicos, especialmente en asuntos militares,
pero al mismo tiempo podía colaborar en un sistema de poder global constituido
por un red de poderes de variadas
capacidades y formas, que incluyen a los demás Estados nacionales dominantes de
Europa y Japón, junto con las grandes corporaciones capitalistas y las organizaciones
supranacionales como la ONU, el Banco Mundial y el FMI, entre muchas
otras. La característica principal del
Primer Imperio fue que la superioridad
monárquica de Estados Unidos no contradijo ni obstruyó la participación de las
variadas fuerzas aristocráticas en el sistema de poder global.
El coup d’ Ëtat de Busch
hijo, que arranca en nombre del unilateralismo, es un paso adelante en la
concentración del poder global en las manos del monárquico Estados Unidos. Lo que queda claro con la nueva doctrina estadounidense
de guerra preventiva y reestructuración política es que Estados Unidos intenta
subordinar de manera radical a los poderes aristocráticos, creyendo que puede
dirigir al mundo por sí solo o, en su defecto, con la ayuda de unos vasallos
activos. Se advierte a los otros países que
se alineen y sigan su liderazgo, no porque sean necesarios, sino por su propio
bien, porque no seguir el liderazgo estadounidense los debilitaría y los haría
irrelevantes.
Mientras Busch hijo juega
al pequeño Bonaparte, las Naciones Unidas y los Estados europeos,
particularmente Francia y Alemania, junto con el Partido Demócrata en Estados
Unidos, se encuentran en la misma posición que los partidos parlamentarios
burgueses de la Francia del siglo XIX, insistiendo en el multilateralismo en
contra del unilateralismo del emperador. Ésta es la verdadera repetición histórica. De hecho la lucha entre Estados Unidos y la
ONU, los esfuerzos estadounidenses por dividir Europa, y los conflictos en la
OTAN expresan la esencia de los acontecimientos aún más que la misma guerra de
Iraq. Esto es lo que la jerarquía del
segundo Imperio –el nuevo orden Mundial II- ha puesto en juego en los años
recientes.
Cada repetición histórica,
sin embargo, viene con sus diferencias, y no es que el primer evento tenga el
peso de una transformación creativa y trágica, mientras que el segundo nos
presente una mascarada grotesca. El
golpe de Estado de Busch hijo se parece al del padre en que ambos tratan de
concentrar un mayor poder en manos de Estados Unidos. En el primer Imperio, no obstante, el papel
monárquico de Estados Unidos en el nuevo orden mundial encontró su contrapeso
en una amplia participación aristocrática en una red de numerosos poderes
diferentes. Hoy esta naturaleza dual del
Imperio –la superioridad estadounidense con una amplia colaboración- parece
haberse deteriorado completamente. Por
una parte una Europa unida, la ONU y otros poderes multilaterales amenazan con
presentar una verdadera alternativa para acotar la superioridad global de
Estados Unidos (no hay que subestimar la amenaza que el euro y el yuan
representan frente al monopolio global del dólar). Por otra parte, el segundo Imperio de Bush
hijo trata de separar a Estados Unidos de los demás poderes y deshacerse de toda
colaboración innecesaria. En ambos lados
podemos ver que se ha hecho trizas la concordia entre los poderes monárquicos y
aristocráticos del primer Imperio, que se ve como algo cada vez menos posible.
Hace más de dos años desde
que Estados Unidos declaró su victoria en Iraq y cada vez es más innegable y
claro que la aventura unilateralista de Busch, el hijo, ha probado ser
insostenible. La ocupación
estadounidense es un desastre y sólo ha conducido a una gran inestabilidad y a
la guerra civil en Iraq. La situación
global está caracterizada por una creciente inseguridad y desorden. El segundo Imperio fracasó casi antes de
comenzar. Parecería hasta el momento que
el coup d’ Ëtat no puede avanzar, pero tampoco retroceder. Llegados a este punto, nadie puede poner en
duda que la actual mascarada de Estados Unidos como poder imperialista, capaz
de dictar unilateralmente el orden global, puede eventualmente colapsar bajo el
peso de sus errores. Pero ésta no es una
ocasión para regocijarnos de inmediato, porque su muerte no parecería ser
rápida y pacífica. Cuando un coloso se
derrumba, deja una estela de devastación con su caída. Más aún, siguiendo con las metáforas este
segundo Imperio ha conjurado con su hechizo a las más oscuras y violentas
fuerzas del bajo mundo, un legado que puede sobrevivir a sus conjuradores y
continuar por años engendrando muerte y destrucción.
La cuestión importante,
sin embargo, es la de ¿qué fuerzas pueden emerger y presentar alternativas para
el fallido segundo Imperio de Busch hijo, y limitar de ese modo la devastación
forjada por sus métodos criminales? De
hecho lo más sobresaliente en la actual situación política es la falta de
alternativas poderosas. En particular en
Estados Unidos y en Europa, cuando la política del segundo Imperio se ha
mostrado insostenible, encontramos que todas las ideologías dirigentes capaces
de competir con ella tienden también a marchitarse al permitir al fallido
proyecto continuar su movimiento sin transformarse, sin morir. Vemos también, sin embargo, junto con la
reaparición de los poderes del primer Imperio, el nuevo orden mundial de Bush
padre que combina la superioridad monárquica con la constante y necesaria
colaboración de los diversos poderes aristocráticos. Este proceso de restauración del primer
Imperio indudablemente continúa, quizás de forma interrumpida y accidentada,
pero no obstante inexorable.
Sin embargo, otras
alternativas que rechazan ambos marcos imperiales son posibles y
emergerán. De hecho no hace tanto
tiempo, el 15 de febrero del 2013, cuando cientos de miles en todo el mundo
marcharon contra la invasión de Iraq, pareció por un momento emergía un segundo
superpoder capaz de crear una alternativa frente a todas las formaciones
imperiales. Hoy, no obstante, a pesar de
que la guerra, la ocupación y el conjunto del proyecto político del segundo
Imperio están fallando, este segundo superpoder parece haber desaparecido
completamente. Sí, claro, continúan
existiendo innumerables resistencias contra el comando imperial, pero por el
momento no aparece una alternativa coherente emergiendo en el horizonte.
Aquí podemos tomar
nuevamente una señal de Marx. Después
del coup d’ Ëtat bonapartista y la formación del segundo Imperio en el siglo
XIX en Francia, cuando las fuerzas de la revolución menguaron hasta su punto
más bajo, Marx extrajo razones para su optimismo. Él no abogó, por supuesto, por el
multilateralismo de los partidos burgueses en contra del emperador
unilateralista. Más bien, vio el
conflicto de los poderes dominantes como un pasaje a través del purgatorio, en
el que las fuerzas revolucionarias aparentemente inexistentes construían túneles ocultos,
escondidos de la luz, esperando el tiempo de emerger. No tenemos intención de tomar partido por
ninguna de las fuerzas que luchan por el poder en el pináculo de la jerarquía
global –Estados Unidos, Europa, la ONU, Blair, Chirac, etcétera. En lo que Marx insistió sobre todo, es
que debemos dejar de leer el presente como una mera repetición del pasado,
vistiendo a ambas fuerzas, las de la dominación y las de la revolución, con
viejas ropas prestadas.[3] Dejemos a los muertos enterrar a los muertos.
Necesitamos no solamente reconocer la
novedad de las formas emergentes del poder, sino también inventar nuevas formas
de resistencia alternativa. En síntesis:
escribir una poesía sobre el futuro.
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