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martes, 19 de septiembre de 2017

CHILE: ¿ES EL 18 DE SEPTIEMBRE EL DIA DE NUESTRA PRIMERA INDEPENDENCIA?


“18 de septiembre, ¿día de la Independencia de Chile?”

Por Haroldo Quinteros Bugueño, Profesor; en Edición Cero –public. 8/9/17

El 18 de septiembre de 1810 no sólo NO es la fecha de nuestra independencia, sino, además, la fecha en que los sectores realistas que habitaban en Chile en esa época declararon la continuidad de la colonia chilena como posesión del imperio español. En 1808, el emperador francés Napoleón Bonaparte, que por entonces ya había ocupado toda Europa continental excepto Rusia, procedió a la invasión de España, la mayor superpotencia colonialista de la época. La resistencia española a los disciplinados y poderosos ejércitos napoleónicos fue inútil.

Napoleón ocupó el país y obligó al rey Carlos IV a abdicar, quien lo hizo en favor de su hijo Fernando, que terminó cautivo en el sur de España. Napoleón puso en el trono a su hermano José, y al conocerse estas noticias en las colonias españolas americanas, sus administradores, obviamente realistas, organizaron juntas de gobierno cuyo fin era asegurar la continuidad de la posesión española de las colonias. Éstas serían administradas por los más fieles súbditos de la lejana corona, aunque, desde luego, sin las instrucciones del rey. Esta iniciativa, por sobre cualquiera otra consideración, involucraba un rechazo a Napoleón y los ideales republicanos –aunque fuesen teoría- que él representaba. Por lo tanto, la convocatoria a la Primera Junta de Gobierno hecha por un pequeño grupo de aristócratas de la colonia de Chile el 18 de septiembre de 1810 sólo era parte de esa estrategia realista continental. Sólo hasta aquí, la conclusión ya es obvia: no hay absolutamente ninguna razón que justifique esta fecha como el día de la independencia de Chile.

Las explicaciones que se han dado para celebrar el 18 de septiembre como nuestro Día Patrio carecen de todo fundamento histórico e ideológico. Había, se dice, entre los convocados a formar la junta algunos personajes de convicciones independentistas. Eso es cierto, pero eran una ostensible minoría. De hecho, eran un pequeño grupo de infiltrados revolucionarios en un colectivo formado esencialmente de aristócratas derechamente realistas. Téngase bien en cuenta que el bando patriota ya entonces existía y actuaba en Chile clandestina y organizadamente, especialmente debido al legado orgánico dejado por la “Conspiración de los Tres Antonios,” que ya explicaré. Se arguye también que el objetivo de la reunión era darse “un gobierno propio.” Esto es verdad, pero “un gobierno propio no de una nación, sino de una colonia, cuyos habitantes, supuestamente, eran leales al rey. También se argumenta en favor de otorgar al 18 de septiembre la categoría de Día Nacional, la irrupción del “Motín de Figueroa.” Veamos:

El 1° de abril de 1811, más de 6 meses después de reunida la Junta, y ya muerto su presidente, un teniente coronel ultra-realista, Tomás de Figueroa, junto a algunos seguidores, se alzó para impedir la constitución (no por la vía democrática, por supuesto) de un Congreso que sustituiría a la Junta, aunque ésta conservaba enteramente su sello y carácter realista y anti-independentista. La razón que tenía Figueroa era su temor que este Congreso fuese infiltrado por independentistas; de ahí que trató de evitar su constitución. Arguyó que para gobernar la colonia bastaba la Real Audiencia y un gobernador leal al rey, mientras éste continuara refugiado en Cádiz, el puerto español del sur que, protegido por la flota inglesa, Napoleón no pudo ocupar.

Como se comprobó que algunos miembros de la Real Audiencia habían apoyado la asonada, la minoría patriota activa en la Junta, entre ellos Ignacio de la Carrera (el ilustre padre de los cuatro hermanos Carrera), se jugó por entero por disolver la Real Audiencia, encarcelar y deportar a los golpistas y exigir el fusilamiento de Figueroa, lo que ocurrió el mismo día de su intentona. Pero aun esa explicación es insuficiente, porque la disolución de Real Audiencia se veía venir desde hacía mucho tiempo, y García Carrasco ya había sido destituido; de modo que era natural que el poder político y la administración de la colonia terminaran concentrándose en la Junta, la que, repito, era contraria a la independencia.

En el acta evacuada por la Junta aquel 18 de septiembre de 1810, no hubo ninguna resolución de independencia, en absoluto. De partida, la junta no se hizo llamar “Junta Nacional de Gobierno,” como falsamente aún se enseña en nuestras escuelas. ¡Cómo podría ser “nacional” si la nación no existía! El nombre oficial que le dieron sus organizadores fue “Junta Provisional Gubernativa del Reino.” El “reino” era, por supuesto, un nombre común que se daba a las colonias españolas, como la de Chile, que tenía el status de “capitanía general” en la nomenclatura imperial hispana. Tampoco hubo “cabildo abierto,” aunque así lo declararan los juntistas. La reunión se basó en invitaciones personales y tuvo lugar en un recinto cerrado, en el “Real Tribunal del Consulado de Santiago,” celosamente custodiado por el ejército realista de entonces.

La verdad histórica es que los primeros y verdaderos cabildos abiertos de nuestra historia fueron convocados un año después, en 1811, bajo el gobierno del primer Padre de la Patria (por lo menos, cronológicamente) y Primer Presidente de Chile don José Miguel Carrera. Un “cabildo abierto” es una instancia de participación popular y de carácter resolutivo, y la reunión aquella, por el contrario, congregó, por simple co-optación, solamente a unos centenares de personas conocidas por su figuración en el ambiente social, todos los aristócratas de la colonia, los dueños de tierras y fortuna, entre ellos algunos poseedores de títulos nobiliarios, condición completamente contraria a los ideales patriotas; jefes varones de familias pudientes, dignatarios, autoridades y burócratas de la corona, la jerarquía de la Iglesia Católica, y los oficiales mayores del ejército, que eran realistas, obviamente. ¡Vaya día de la independencia! Para rematar, la declaración oficial de la Junta, entre otros (nada independentistas) conceptos, reza:

“(Procurar) los medios más ciertos de quedar asegurados, defendidos, y eternamente fieles vasallos del más adorable monarca Fernando (…) y más a propósito a la observancia de las leyes y conservación de estos dominios a su legítimo dueño y desgraciado monarca, el señor don Fernando Séptimo (…) Todos los cuerpos militares, jefes, prelados, religiosos y vecinos juraron en el mismo acto obediencia y fidelidad a dicha junta instalada así en nombre del señor Don Fernando Séptimo, a quien estará siempre sujeta.”

Ergo, el día 18 de septiembre de 1810 sólo hubo una reunión realista, de rechazo, primero, a la posibilidad que la colonia española de Chile pasara a ser una colonia francesa; y segundo, a la posibilidad que la derrota militar de la metrópoli imperial pudiera dar origen a un alzamiento independentista. A esto, además, los juntistas le dieron a la reunión un tono especialmente emblemático, al elegir como su presidente a Mateo de Toro y Zambrano.

Este personaje, que se enorgullecía en exhibir su título de nobleza “Conde de la Conquista” (nótese, de la “conquista”), era un decrépito y enfermo anciano realista de 83 años, edad tan exageradamente avanzada en aquellos tiempos, que murió sólo meses después de constituida la junta. Sin duda, había sido elegido su presidente precisamente para enfatizar con el mayor vigor el carácter conservador de la reunión.

El 18 de septiembre sólo puede recordarse como la fecha en que los realistas imponían en la colonia chilena un gobierno local pro-colonial y anti-republicano con el solo objetivo de administrarla puesto que ya no podía serlo desde el trono imperial. En otras palabras, fue el establecimiento de un gobierno anti-patriota que no se hubiese constituido si Napoleón Bonaparte no hubiese invadido y sometido completamente a España en 1808. Por lo tanto, los juntistas del 18 de septiembre de 1810 sólo reafirmaron ese día sus convicciones monárquicas. Proclamaron su conformismo colonial y, con ello, su oposición al republicanismo, la igualdad, la libertad de pensamiento, el laicismo de Estado, la democracia y la independencia de Chile; exactamente lo contrario de lo que creían y propugnaban nuestros patriotas, inspirados en los principios de la Revolución Francesa. Por cierto, la lucha por la independencia ya se había iniciado, y su mayor expresión fue la “Conspiración de los Tres Antonios,” capítulo prácticamente desconocido por los chilenos, porque no se la enseña de verdad en nuestras escuelas. Apenas se la menciona, aunque fue una de las más importantes en el continente.

La “Conspiración de los Tres Antonios” tuvo lugar en el Chile de 1780, poco después del triunfo de la revolución de independencia de Estados Unidos (1776) y luego del horrendo acto de ejecución en Cuzco de Tupac Amaru. Tres hombres de nombre Antonio, inspirados en los principios de la Revolución Francesa, iniciaron en Chile la primera conspiración criolla, bien organizada y programada, por la independencia en Chile y de América española. Dos de ellos eran nacidos en Francia, Antoine Berney, y Antoine Gramusset, pero eran más chilenos que franceses porque ya vivían muchos años en Chile, con esposas e hijos chilenos; y uno criollo-chileno, Antonio de Rojas. Organizaron un grupo independentista que tenía varias células en el país. El jefe mayor del grupo era Antoine Berney, profesor de Latín y Matemáticas en Santiago. Los tres Antonios fueron capturados, pero no fueron ejecutados porque en el caso de los Antonios franceses, España tenía entonces las mejores relaciones con la corona francesa, que era mucho más abierta que la española en materia de libertad política.

El caso del criollo Antonio de Rojas es distinto. Este patriota pertenecía a una de las familias más aristocráticas del país, muy ligada a los realistas. Finalmente, los tres hombres fueron enviados a Perú, para ser juzgados, y de Perú Berney y Gramusset fueron expulsados a Francia. El barco en que iban se hundió en el oceáno, y los antonios franceses murieron. Antonio de Rojas fue expulsado a España a cumplir su sentencia de cárcel. Después volvió a Chile, con la intención de seguir luchando. Aquí fue capturado por orden del gobernador García Carrasco, desterrado a las islas de Juan Fernández, pero, muy anciano y enfermo, alcanzó a volver a Chile poco antes de morir, en 1816.

Las proclamas de los Antonios fueron los primeros documentos revolucionarios chilenos. Poco o nada de ellos se habla o se conoce. Una de esas proclamas declaraba el carácter que tendría el nuevo estado libre de Chile. Veamos:

1. Sustitución del régimen monárquico por el republicano. 2. Gobierno establecido en un cuerpo colegiado, repartido entre el Jefe de Estado y el Senado. 3. Elección de las autoridades por voto popular, incluyendo el voto de los indígenas “araucanos” o mapuches. 4. Abolición de la esclavitud y de la pena de muerte. 5. Fin de los títulos de nobleza y las jerarquías sociales. 6. Redistribución de la tierra, repartiéndola entre todos los chilenos en lotes iguales. 7. Exportación de la revolución chilena al resto de América y el mundo.

En verdad, hay varias fechas para proclamar la verdadera independencia de Chile. Desde luego, el 5 de abril de 1818, el triunfo patriota definitivo en Maipú contra los ejércitos realistas. También el 12 de febrero de 1817, fecha de la contundente, aunque no definitiva, victoria patriota en Chacabuco, que puso fin al período de la Reconquista o de “Restauración” como la llamaban los realistas. Ya en el poder, O’Higgins, el vencedor de Chacabuco, declaró oficialmente el 12 de febrero como el de nuestra independencia. Nuestro Día Patrio puede ser también el 4 de septiembre. Veamos por qué:

Recordemos que el 4 de septiembre era en nuestra antigua democracia la fecha en que el pueblo elegía a los presidentes de la República. La razón es que ese día, en 1811, don José Miguel Carrera seguido por sus hermanos, algunas fuerzas militares y civiles armados patriotas atacaron la guarnición realista de Santiago, desarmaron otros cuerpos armados de la capital, tomaron el poder y declararon al día siguiente, por primera vez en nuestra historia nacional, la independencia de Chile, asumiendo Carrera la primera magistratura de un país libre y soberano, con un emblema tricolor y escudo patrio.

La independencia de Chile tuvo con Carrera una clara impronta popular. El 15 de noviembre de 1811, el primer gobernante patriota de Chile convocó a un cabildo abierto, que se realizó en la Plaza de Armas, para proclamar ante el país y el mundo que Chile era un país libre habitado por chilenos, no por españoles. Esta vez no hubo invitaciones ni reuniones a puertas cerradas custodiadas por esbirros armados hasta los dientes, pues la convocatoria fue universal. Un mes después, Carrera dio el golpe de gracia a los realistas. Destituyó a los oficiales realistas del Ejército y disolvió el Congreso, que no era sino una derivación de lo que había sido la reaccionaria Junta de Gobierno del 18 de septiembre del año anterior. Poco después, en 1812, proclamó nuestra primera constitución política como nación soberana, el llamado “Reglamento Constitucional,” carta política de carácter republicano, conocido como la Constitución de 1812. Durante su gobierno, Carrera hizo varias concesiones formales a los todavía poderosos realistas, pero sólo para impedir una guerra civil. En el corto período de su gobierno, Carrera decretó la libertad económica y de comercio, rompió relaciones con el virreinato del Perú, el primer bastión del colonialismo español en Sudamérica.

También impulsó la instrucción pública para niños y niñas, puso en marcha la primera prensa nacional, en la que difundió la nueva cultura de nación independiente, republicana e igualitaria, tal como la describe el diario oficial de gobierno “La Aurora de Chile;” construyó escuelas para el fomento de la educación y la nueva cultura patria; otorgó derechos de propiedad de tierras y políticos al pueblo mapuche, respetando su calidad de Estado. Carrera, además, ha pasado para siempre a la historia universal como el primer gobernante del continente americano que abolió la esclavitud; finalmente, cerró el Tribunal de la Inquisición y prohibió los pagos por los sacramentos que el pueblo católico pobre no podía pagar. No obstante, respetuoso de la Iglesia, fijó sueldos a los sacerdotes y nunca puso en entredicho el ministerio eclesiástico en Chile.

Si bien Carrera, por la situación revolucionaria en que se encontraba el país, gobernó unos 20 meses en calidad de dictador, su ideal era la democracia parlamentaria estadounidense, cual era su objetivo político ulterior, que vino a ser truncado por la Reconquista.

En 1812, Napoleón fue irrecuperablemente derrotado en Rusia. Un año después, el emperador abandonó toda pretensión de dominio en Europa y el mundo, y finalmente terminó completamente derrotado en Waterloo, en 1815. Ya en 1813, los ingleses, encabezados por el Duque de Wellington, habían expulsado definitivamente a los franceses de España y devuelto la corona española al sucesor de Carlos IV, su hijo Fernando VII.

Como la historia y la política son fenómenos globales, la derrota de Napoleón también fue la derrota de la causa patriota en Chile, porque en 1814, España volvía a ser la gran potencia imperialista de antes. En España, Fernando VII restauró el orden monárquico absolutista, reinstauró la Inquisición y persiguió a los liberales. Luego saltó al continente americano con el fin de recuperarlo de las manos de algunos atrevidos revolucionarios independentistas, como lo fue don José Miguel Carrera. Chile, una república libre e independiente desde 1811, debió enfrentar al poderoso imperio español, y en octubre de 1814 volvía a ser colonia, tras la derrota patriota en Rancagua. La obra de Carrera fue aniquilada, y así terminó la “Patria Vieja,” iniciándose el período de nuestra historia conocido como “La Reconquista.” Como sabemos, nuestros incansables patriotas se reagruparon y reiniciaron la lucha por la libertad, cuyo más fiero y audaz exponente fue el guerrillero Manuel Rodríguez. Aquella difícil tarea concluiría exitosamente en abril de 1818.

En conclusión, el 18 de septiembre fue un invento de la aristocracia realista, la misma que se declaró española en 1810, pero chilena luego de Maipú. Expulsó a O’Higgins del poder en 1823, entonces el más conspicuo de los patriotas republicanos vivos, y terminó con todo atisbo de verdadera democracia republicana luego que los “pelucones” (conservadores) vencieran a los “pipiolos” (liberales) en la batalla de Lircay en 1830. Al mando de las tropas conservadoras estaba un antiguo militar patriota, José Joaquín Prieto, ahora un convencido pelucón. El bando pipiolo tenía como jefe a Ramón Freire, antiguo lugarteniente de O’Higgins y héroe de Maipú. Prieto fue investido presidente de Chile, aunque el cerebro de su gobierno fue el vicepresidente del país, y más tarde ministro, Diego Portales. Portales, además de rico comerciante, era un confeso y radical conservador; por lo tanto, contrario a los ideales y obra de Carrera y de O’Higgins en materia social. Portales negó sistemáticamente al Libertador O’Higgins su vuelta a Chile desde el exilio en Perú.

Fue Portales quien derogó el 12 de febrero como el Día Nacional de Chile, cambiándolo en 1832, para siempre, por el viejo, realista y aristócrata 18 de septiembre. Es decir, y dicho con toda claridad, Portales desligó la celebración de nuestra independencia de la realidad histórica y de la figura y obra de los patriotas de la Independencia, explícitamente de O’Higgins, al eliminar el 12 de febrero como el Día Nacional, y de Carrera, al dejar en el olvido el 4 de septiembre. En 1832, para rematar el edicto que imponía al país el 18 de septiembre, Portales ordenó la primera “Revista Militar,” ceremonia que hasta hoy tiene lugar en todo el país, y que conocemos como la “Parada Militar.”

Portales ni nadie podrán borrar los hechos históricos. Indiscutiblemente, el 18 de septiembre de 1810 no es la fecha en que Chile se independizó de España; todo lo contrario, ese día los realistas, tanto peninsulares como criollos, dejaron “guardada” la colonia de Chile hasta la vuelta de “su adorable rey.” En fin, pese a quien pese, cuando queramos celebrar el día de nuestra independencia, tenemos todo el derecho de hacerlo en tres fechas de igual valor y contenido patrio. Así que:

¡Viva el 4 de septiembre! ¡Viva el 12 de febrero! ¡Viva el 5 de abril!


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