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domingo, 9 de julio de 2017

100 AÑOS REVOLUCION DE OCTUBRE: MAYO 1917, 1er GOBIERNO DE COALICION Y EL PROBLEMA AGRARIO


“Centenario de la Revolución Rusa. Parte III: El primer gobierno de coalición y el problema agrario”

Mayo de 1917 fue un mes de transición entre las luchas de masas que se habían desencadenado en abril y las que vendrán posteriormente en junio y julio. Pero no fue sólo eso, inmerso en un período tan excepcional, no pudo ser un mayo cualquiera

En Lucha de Clases  -10/5/17

Nuevo gobierno

Las manifestaciones de masas de abril se resolvieron con el sacrificio público de Miliukov, el odiado líder del partido kadete (el partido de la burguesía liberal), que fue obligado a dimitir para aplacar a las masas. La burguesía rusa, consciente de su debilidad, emplazó a los dirigentes obreros conciliadores (mencheviques y socialrevolucionarios) a incrementar su presencia en el gobierno, a lo que estos accedieron. Fruto del nuevo acuerdo, de los quince ministerios del nuevo gobierno, los socialistas moderados subieron su participación de uno a seis, haciendo figurar en ellos a los caudillos más conocidos de sus partidos, como Chernov o Tsereseli.

A pesar de que la burguesía utilizaba a estos dirigentes del campo socialista para sus fines, la mayor parte de las masas, inicialmente, veía con satisfacción la participación de sus líderes en el gobierno: 


"Si antes teníamos uno, ahora son seis" era el resumen del pensamiento generalizado. Solo en base a su experiencia, los trabajadores llegarán a comprender que "sus" ministros no estaban en el gobierno para hacer "su" política, sino la de la burguesía.

“...El 5 de mayo fueron aprobados por el Soviet de Petrogrado la lista del gobierno de coalición y su programa. Los bolcheviques no lograron reunir contra la coalición más que cien votos. «La Asamblea saludó calurosamente a los oradores ministros», relata irónicamente Miliukov, hablando de aquella sesión. Pero con ovaciones no menos estrepitosas fue recibido también Trotsky, que había llegado de Norteamérica el día antes. Trotsky, antiguo caudillo de la primera revolución, condenó la entrada de los socialistas en el gobierno, afirmando que la coalición no acababa con el «doble poder»; que lo que hacía era «trasladarlo al ministerio, y que el único poder verdadero que «salvaría» a Rusia no se instauraría hasta que se diese un nuevo paso hacia adelante: la entrega del poder a los diputados obreros y soldados. Entonces comenzaría «una nueva era, era de la clase que sufre, de la clase oprimida alzándose contra las clases dominantes». Al terminar su discurso, Trotsky formuló las tres normas que habían de presidir la política de masas: «Tres preceptos revolucionarios: desconfiar de la burguesía, vigilar a los jefes, no confiar más que en las propias fuerzas». Sujánov [dirigente menchevique] observa, hablando de esta intervención: «Es evidente que no podía contar con que su discurso fuera bien acogido.» Y, en efecto, la despedida fue bastante más fría que el recibimiento. Sujánov, extraordinariamente sensible para cuantas murmuraciones venían de los pasillos intelectuales, añade: «Corrían rumores de que Trotsky, que no se había afiliado todavía al partido bolchevique, era “aún peor que Lenin”»...” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap. XVIII).

La impotencia del primer gobierno de coalición

Este nuevo gobierno seguía siendo provisional. La convocatoria de la Asamblea Constituyente se postergaba sine die con nuevas excusas, en la medida que el partido kadete era consciente de que con elecciones libres quedaría en franca minoría, perdiendo el poder frente a socialrevolucionarios y mencheviques. Éstos, a su vez, tenían pánico de ejercer un poder que estaba al alcance de su mano. Después de años de derrota, de reacción y de alejamiento de las masas, estos dirigentes conciliadores habían sacado conclusiones netamente pesimistas habiendo abandonado toda estrategia de transformación de la sociedad. Elevados de repente hasta la cúspide del poder por la acción revolucionaria de las masas, entre sorprendidos y atemorizados, esperaban un languidecimiento paulatino de la revolución. Sin estrategia ni plan, no tenían ningún programa que oponer al de la burguesía. Toda decisión progresiva que tomaban, era bajo la hercúlea presión de las masas. Así, bajo la indecisión permanente, preferían ir dejando pasar los problemas con la esperanza de que se solucionasen por sí solos.

Lo malo para ellos era que la revolución no podía seguir estos sabios derroteros. Estaba el problema del nivel de vida, que empeoraba constantemente con el incremento del desabastecimiento; de la reforma agraria y el reparto de la tierra; de la convocatoria de una asamblea constituyente auténticamente democrática; o, finalmente, el de la guerra, que llevaba hasta límites insoportables todas las contradicciones existentes en la sociedad. En efecto, fruto de la dislocación de la economía debido a la acción bélica, la mitad de las líneas de ferrocarril no funcionaban; las ciudades estaban desabastecidas con lo que los precios de los productos básicos crecían cada vez más; las cosechas disminuían... Los problemas no se resolvían solos.

La burguesía, que había obtenido fabulosos beneficios con el negocio de la guerra, empezó en la industria una labor sistemática de boicot a la producción. El avance del poder obrero era para los capitalistas una amenaza a combatir. El cierre de fábricas (lockout) se llevó a cabo como forma de dividir a los obreros, si bien se hizo de manera gradual para no provocar una explosión general.

"Expulsar a los ministros burgueses del gobierno"

Los trabajadores veían este proceder y actuaban en consecuencia, produciéndose constantes huelgas contra el descenso del nivel de vida y los cierres de empresa. Todos estos problemas se agravaban día a día, semana a semana, agobiando a las masas. El resultado de esto, en mitad de la situación revolucionaria que hizo que en la imaginación de millones por primera vez en su existencia fraguase la convicción de que dando un paso activo al frente podían cambiar sus vidas, fue producir un avance notable del nivel de conciencia. Así, los trabajadores radicalizaban progresivamente sus posiciones.

De esta manera, empiezan a llover resoluciones y delegaciones sobre el Comité Ejecutivo del Soviet y sobre el gobierno, pidiendo que el Estado se hiciese con el control de las fábricas que cerraban; pero estas peticiones no son escuchadas. El nuevo gobierno no soluciona tampoco sus problemas y progresivamente va penetrando la idea de que hace falta un gobierno exclusivamente socialista. De ahí que las consignas que en ese momento avanzan los bolcheviques como "expulsar a los ministros burgueses del gobierno" y "todo el poder a los soviets", empiezan a encontrar un apoyo creciente entre las masas.

La realidad era que el poder del gobierno provisional existía sólo sobre el papel.

“...Los soviets convertíanse en órganos de gobierno, no se avenían a teoría alguna de división de poderes y se inmiscuían en la dirección del ejército, en los conflictos económicos, en los conflictos de subsistencias, en las cuestiones de transporte y hasta en los asuntos judiciales. Presionados por los obreros, los soviets decretaban la jornada de ocho horas, destituían a los funcionarios que se distinguían por su reaccionarismo, hacían dimitir a los comisarios menos gratos del gobierno provisional, llevaban a cabo detenciones y registros, suspendían las publicaciones enemigas. Obligados por las dificultades, cada día más agudas, de abastecimiento y por la gran penuria de mercancías, los soviets principales abrazaban la senda de las tasas, decretaban la prohibición de exportar fuera de los límites de cada provincia, ordenaban la requisa de todos los víveres almacenados. Pero al frente de los organismos soviéticos se hallaban, casi en todas partes, elementos socialrevolucionarios y mencheviques, que rechazaban indignados la consigna de los bolcheviques: «¡Todo el poder, a los soviets!»...” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap. XVIII).

La realidad era, pues, contradictoria en grado sumo. Pero en la vida normal la contradicción existe a cada paso. La diferencia ahora era que la situación revolucionaria, al despertar a las masas y ponerlas en acción, había desencadenado una nueva dinámica de fuerzas que, una vez puestas en acción, iban a desgarrar todo lo existente hasta resolver las contradicciones más apremiantes.

El problema agrario

El ejército era inmensamente campesino en su composición. Ganarse al soldado para la revolución significaba ganarse a la mayoría del campesinado. Aquí también la revolución sacudió todos los cimientos del antiguo régimen.

En muchos sitios, los terratenientes, asustados por la revolución, dejaban las tierras sin sembrar. En la difícil crisis de subsistencias por la que estaba atravesando el país, las tierras sin sembrar reclamaban un nuevo dueño. Los terratenientes, desconfiando del nuevo poder, liquidaban rápidamente sus propiedades. Los kulaks o campesinos acomodados se apresuraban a comprar las tierras de los grandes propietarios, confiando en que el decreto de expropiación forzosa prometido inicialmente por el Comité Ejecutivo de los Soviets no se haría extensivo a ellos, por su condición de «campesinos».

Sin embargo, los jornaleros y mujiks (campesinos pobres) no podían esperar para solucionar su situación al decreto prometido... y rápidamente olvidado. La resolución del problema agrario iba a escindir en dos al tradicional partido campesino (el socialrevolucionario, llamado eserista por las siglas del partido, SR), dándose en otoño la división entre eseristas de derecha y eseristas de izquierda. En mayo ya se delineaban estas tendencias claramente. Al militante o simpatizante eserista de a pie le llegaban las noticias de la capital y pasaba a la acción.

“...Los socialrevolucionarios rurales creían que la tardanza en publicar los ansiados decretos nacía de la resistencia de los terratenientes y los liberales, y aseguraban a los campesinos que en el gobierno los «suyos» hacían todo lo que podían. El campesino, naturalmente, no tenía nada que objetar contra esto. Pero sin incurrir, ni mucho menos, en una cándida credulidad, entendía que era necesario ayudar a los «suyos» desde abajo, y tan a conciencia lo hacía que los «suyos», encumbrados en las alturas, no tardaron en sentirse dominados por el vértigo (…).

“...A fines de marzo, en la provincia de Tambov una muchedumbre de campesinos, capitaneada por algunos soldados con licencia, saquea las casas señoriales (…) El 5 de abril uno de los comités cantonales de la provincia de Jarkov acordó practicar registros en las casas de los terratenientes, con el fin de recogerles las armas. Nos hallamos ya ante el presentimiento claro de la guerra civil... El comisario de la provincia de Simbirsk traza un cuadro del movimiento campesino: los Comités locales y cantonales detienen a los terratenientes, los expulsan de la provincia, sacan a los braceros de las tierras de los grandes propietarios, se apoderan de las fincas y fijan la renta que les place... Del distrito de Kaschira, situado muy cerca de Moscú, llegan quejas de que el Comité excita a la población a ocupar sin indemnización las tierras de la Iglesia, de los conventos y de los grandes propietarios... A fines de mayo entra en acción la lejana estepa asiática. Los kirguises, a quienes los zares habían despojado de las mejores tierras en beneficio de sus servidores, se levantan ahora contra los terratenientes, invitándoles a abandonar con la mayor rapidez las haciendas robadas...”. (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap. XXI).

La derecha clamaba impotente contra la “anarquía” que sacudía el país, es decir, clamaba contra la revolución misma.

“... A un liberal que afirmaba a principios de mayo que cuanto más hacia la izquierda se inclinaba el gobierno más hacia la derecha viraba el país -huelga decir que por «país» este liberal entendía las clases poseedoras exclusivamente-, Lenin hubo de replicarle: «Os aseguro, ciudadano, y podéis creerlo, que el país de los obreros y campesinos pobres es mil veces más izquierdista que los Chernov y los Tsereteli, y cien veces más que nosotros. Y si usted vive, ya lo verá.» (…) El soldado Pireiko cuenta que en las elecciones al Congreso de los soviets, celebradas en el frente después de tres días de discusiones, todos los puestos fueron para socialrevolucionarios, pero que, a renglón seguido, sin hacer caso de las protestas de los jefes, los diputados soldados votaron un acuerdo sobre la necesidad de quitar la tierra a los grandes propietarios sin esperar a la Asamblea Constituyente. «En las cuestiones asequibles a los soldados, el estado de opinión de éstos era más izquierdista que el de los bolcheviques más extremos.» A esto era a lo que se refería Lenin cuando decía que «las masas estaban cien veces más a la izquierda que nosotros.»...” (Trotsky, Historia de la Revolución Rusa, cap. XXI).

La radicalización del campesinado

En un país fundamentalmente agrícola, aunque la ciudad empezara la revolución, ésta debía ganar al campo. El problema agrario, en definitiva, constituía el problema decisivo a resolver. La transmisión del proceso revolucionario fue mucho más rápida que en la anterior revolución de 1905-6. El soldado acantonado en la ciudad, contaminado por la revolución, “contaminaba” a su pueblo cuando marchaba a éste de permiso. Cuando volvía al regimiento multiplicaba la desazón de los “campesinos con uniforme” al describirles las enormes extensiones de tierras sin cultivar que había visto en su viaje clamando por unos brazos que las trabajasen, brazos inútilmente desaprovechados en el frente sosteniendo un fusil. A millares primero, y a decenas de miles después, comenzó el proceso de deserción masiva de los soldados, pugnando por volver a su pueblo o aldea. Muchos fueron detenidos, encarcelados o fusilados. Para los que daban este paso ya no había vuelta atrás, por eso las más de las veces llevaban consigo el fusil. Por eso la revolución debía triunfar. Ahora, o nunca.
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¡Qué la Historia nos aclare el pensamiento!”

Colectivo Acción Directa Chile -Equipo Internacional
Julio 9 de 2017

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