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domingo, 28 de mayo de 2017

FRANCIA, MAYO DEL "68: HASTA PODER GOZAR SIN TRABAS

Dany, 'El Rojo', al centro y de puño en alto

"Seamos realistas, pidamos lo imposible"

El Colectivo Acción Directa de Chile trae al presente un fragmento del interesante texto de Daniel Cohn-Bendit "El Izquierdismo: Remedio a la enfermedad senil del comunismo". Cohn-Bendit o 'Dany el Rojo', fue uno de los líderes del épico levantamiento popular de 'Mayo del 68' francés, en donde se conjugaron las demandas, las luchas y los sueños de los trabajadores y los estudiantes de todo un país. A 49 años de aquella renovadora expresión del poder del pueblo, queremos reinterpretar nuestro presente, preñado de los esfuerzos de recuperación de nuestro movimiento popular, a la luz de algunas de las enseñanzas que aquella otra experiencia transformadora nos dejara

EL IZQUIERDISMO, REMEDIO A LA
ENFERMEDAD SENIL DEL COMUNISMO.

DANIEL COHN-BENDIT
Colección Norte Autores Daniel Cohn-Bendit, Editor Grijalbo,
1969, Nº de páginas 323 páginas.
       
        “La historia del izquierdismo se identifica, para nosotros, con lo que de revolucionario hay en el movimiento obrero.  Marx fue izquierdista con respecto a Proudhon, y Bakunin lo fue con respecto a Marx.  Lenin fue izquierdista en su oposición a la socialdemocracia reformista, así como, durante la revolución de 1917, con respecto a sus propios Comité Central y Politburó.  


Después de la revolución de 1917, “la oposición obrera” (desviación izquierdista en el seno del partido bolchevique) representó lo más revolucionario del partido (ejemplo: el anarquista Makhno, en Ucrania, contra los bolcheviques).
        La historia del izquierdismo se prolonga hasta nuestros días gracias a la crítica constante de cuanto se hace y dice en el movimiento obrero.  Por lo demás, esta historia no nos parece que afecte mucha a esa otra, falsa y carente de interés, de la oposición anarquistas-marxistas.  “Lenin ha repetido más de una vez que las masas están mucho más a la izquierda que el Partido, del mismo modo que éste lo está mucho más que su Comité Central” (Trotsky, Historia de la revolución rusa).
        La historia del izquierdismo ha desempeñado un importante papel en las jornadas de mayo-junio en París.  ¿Qué es hoy lo auténticamente izquierdista?  ¿La IV Internacional, la Internacional Situacionista o la Federación Anarquista?  El izquierdismo es todo lo nuevo que había en el pasado y que siempre ha sido derrocado por lo viejo de ese pasado.  Nosotros integramos eso nuevo a nuestro presente, desarrollándolo y ampliándolo con objeto de no autoahogarlo en nuestro propio movimiento, y lo hacemos porque hoy también existe lo viejo. ¡Dejemos que los muertos entierren a los muertos!
        Las transformaciones y la evolución de la crítica izquierdista responden, por una parte a la evolución y transformación de la sociedad capitalista, y por la otra a la evolución y transformación de la revolución rusa en contrarrevolución burocrática mantenida y defendida, fuera de la URSS, por los distintos partidos comunistas.  Por lo tanto, no consideramos que el Partido Comunista Francés se equivocara, cometiera errores o traicionara durante las jornadas de mayo-junio, sino que simplemente actuó en función de sus intereses burocráticos en tanto que Partido, y de los –no menos burocráticos- de la URSS, en tanto que Estado.
        Para muchos todo esto no será otra cosa que trivialidades, a pesar de que para el conjunto del movimiento obrero no llegan a ser ni eso.  Sin embargo, en nuestra opinión, la condición necesaria para que renazca un movimiento revolucionario es que le movimiento obrero realice la experiencia de esas trivialidades y nuestra labor se concreta en la formulación de las mismas, con el fin de activar su difusión.
        La acción revolucionaria no es solitaria: esta acción que tiende a transformar la sociedad, solamente puede ser efectuarse en un marco colectivo que, naturalmente, tiende a extenderse.  Del mismo modo, la actividad revolucionaria –colectiva y siempre intentando serlo mucho más- implica necesariamente una cierta organización.  Lo que nosotros impugnamos no es la necesidad de organizarse, sino la de la dirección revolucionaria, la de la constitución de la constitución de un partido.
        Los análisis del fenómeno burocrático están en el origen de nuestras tesis. La crítica de las organizaciones obreras francesas nos permite descubrir que éstas son algo más que malas direcciones necesitadas de corrección de errores o de denuncia de traiciones, y que de hecho participan en el sistema de explotación en tanto que fuerza encuadradora de la fuerza de trabajo. También descubrimos que existen tendencias burocráticas a escala mundial, para las que la creciente concentración del capital y la cada vez más extendida intervención del Estado en la vida económica y social, aseguran un nuevo estatuto a las capas cuyo destino ya no está vinculado con el capital privado.
        Esos análisis corren, o deberían correr, parejos con un estudio sobre la naturaleza del bolchevismo. Y a pesar de que solamente sea posible efectuar la siguiente comparación con muchas reservas –pues solamente será válida desde cierta perspectiva-, los grupúsculos marxistas-leninistas de tipo bolchevique (trotskistas o pro-chinos) sólo ven en el proletariado una masa a dirigir, al igual que el PCF.  Así pues, esta relación que los partidos mantienen con los trabajadores la volveríamos a encontrar, transpuesta al interior de las organizaciones, entre el aparato de dirección y base.  La división entre dirigentes y simples militantes es una norma.  La democracia se fundamenta en el principio de la ratificación, y como consecuencia, al igual que en la lucha de clases predomina el punto de vista de la organización, en la lucha en el seno del partido es el punto de vista del control de la organización el decisivo.  Del mismo modo que la lucha revolucionaria se confunde con la lucha del partido, ésta se confunde con la lucha manejada por el buen equipo.
        La crítica que se le puede hacer al bolchevismo no es ni de orden psicológico ni de orden simplemente moral, sino que es sociológica y no se asienta en conductas individuales, sino que concierne a un patrón de organización social cuyo carácter burocrático es tanto más notable cuanto que no siempre está determinado directamente por las condiciones materiales de explotación.
        La argumentación esencial a favor de la constitución de un partido revolucionario se basa en el Qué hacer de hacer de Lenin, donde se considera con el proletariado, no pudiendo acceder por sí mismo a la conciencia científica de la sociedad, tiende espontáneamente a someterse a la “ideología imperante, es decir a la ideología burguesa”. La empresa esencial del partido es sustraer al proletariado de esta influencia, aportándole una enseñanza política que solamente puede ser impartida desde el exterior del marco de su vida cotidiana.  Además, Lenin demuestra que la organización proletaria debe, para ser superior a la de su enemigo de clase, combatirla en su propio terreno: profesionalización de la actividad revolucionaria, concentración rigurosa de las tareas, especialización de las funciones de los militantes…Consecuencia implícita de ello es que el partido, garantizada la validez de su programa por el solo hecho de que las masas lo apoyan, se encuentra naturalmente destinado, si no a ejercer el poder, sí por lo menos a participar en él.
        Tales ideas son incompatibles con la crítica de la burocracia y con la afirmación de la autonomía de las masas.
        La política no es materia que se pueda enseñar: es más bien algo que debe explicitarse como inscrito en la lista de tendencias de la vida y la conducta de los obreros.  Pero esta idea conduce a trastornar la imagen de la actividad del militante, que ya no es “el tribuno popular” que sabe aprovechar la menor ocasión para “exponer delante de todos sus convicciones socialistas y sus reivindicaciones democráticas” (como pretendía Lenin: Qué hacer), sino que es alguien que, partiendo de una crítica o de una lucha de los trabajadores en un sector determinado, intenta formular su capacidad revolucionaria, mostrar cómo ésta encausa el hecho mismo de la explotación y, por lo tanto, extenderla.  En este caso, el militante aparece como agente y no como dirigente.
        De hecho, si se afirma la necesidad del partido, si se sostiene tal afirmación en que el partido detenta el programa socialista y se caracteriza a la autonomía de los organismos forjados por los trabajadores según el criterio de su acuerdo con dicho programa, entonces el partido se ve naturalmente destinado a ejercer –antes y después de una revolución- el poder, todo el poder real de las clases explotadas.
        Así pues, la democracia no está pervertida no está pervertida por malas normas organizativas, sino por la existencia misma del partido.  La democracia no puede realizarse en el seno del partido porque éste no es , en sí mismo, un organismo democrático (es decir, el organismo representativo de las clases sociales que pretende ser).  Lenin comprendió perfectamente que el partido es un organismo artificial –fabricado al margen del proletariado-, que será bueno cuando esté sostenido por las masas y malo cuando éstas no lo acaten; pero sus preocupaciones no pasaron de ahí, hasta el punto de que en El Estado y la Revolución ni siquiera aborda el problema de la función del partido: “el poder revolucionario es el pueblo en armas y sus consejeros que lo escoltan”.  Para Lenin, el partido no tiene más existencia que la de su programa, que es precisamente el poder de los soviets.  Pero nosotros, que descubrimos en el partido a un instrumento privilegiado de formación y selección de la burocracia ( y sancionado por la experiencia histórica), no podemos menos que proponernos relegar ese tipo de organización.  Porque intentar conferirle atributos democráticos incompatibles con su esencia es caer en una mixtificación de la que Lenin no era víctima; es presentarlo como organismo legítimo de las clases explotadas u concederle un poder mucho mayor del que jamás pudo soñar en el pasado.
        ¿Cuál es, pues, la concepción de la actividad revolucionaria que estamos empeñados en defender?  La resultante de lo que los militantes no son, ni pueden ni deben ser: una dirección.  Los militantes son una minoría de elementos activos provenientes de capas sociales diversas, agrupados en razón de un profundo acuerdo ideológico, y que se dedican a luchar, a contribuir al desarrollo de la lucha, a disipar las mixtificaciones mantenidas por las clases y burocracias dominantes, a propagar ideas como la de que los asalariados, si quieren defenderse, se ven apremiados para asumir su propia suerte a escala de la sociedad, y que esto es el socialismo.
        La madurez política se desarrolla a través de la experiencia y dentro de la acción.  La acción de las minorías activas no puede tener otros objetivos que el mantenimiento, la suscitación o la clarificación de las luchas contra el sistema.  En ningún caso se trata de constituir un grupo de presión en el interior o al margen de las organizaciones del movimiento donde ha de situarse su intervención, siempre abierta y pública.
        Los meses de mayo-junio vieron el nacimiento de una floración de comités de acción o de base en las empresas, que al margen de las estructuras esclerotizadas del sindicato, intentaban unificar la lucha de los asalariados de la empresa, superando las divergencias entre las distintas burocracias sindicales que no son, ni pueden ser, las divergencias profundas entre los propios asalariados.  A partir de esto, consideramos poder afirmar que la dimensión de la lucha cuyas bases fueron establecidas durante este período, alcanzará en lo sucesivo un estadio superior con la revolucionarización de determinados grupos obreros en particular y asalariados en general.  Es absurdo y romántico considerar la Revolución, con “R” mayúscula como la resultante de una acción única y decisiva.  El proceso revolucionario se forja y se refuerza cotidianamente contra el aburrimiento del paisaje capitalista, que nos impide, no solamente ver que “bajo los adoquines está la arena…”sino también que la arena está por todas partes: en nosotros, en los lugares de trabajo y en nuestras relaciones con los demás.
        Todo movimiento revolucionario coherente debe partir del simple hecho de que ninguna forma de organización que se dé a sí mismo puede estar en contradicción con el proyecto revolucionario.  Debe encontrar formas y estructuras de intervención que se definan y creen en la acción, encausando perpetuamente esos elementos para no dejar que cuajen formas absolutas.
        Todo comité de acción, movimiento más amplio o comité de base debe funcionar sobre algunos principios inmutables entendidos como condiciones básicas para una transformación de la vida.  A saber: 1)el reconocimiento de la pluralidad y diversidad de las tendencias políticas en la corriente revolucionaria, proposición ésta que nos obliga a reconocer la acción autónoma de un grupo minoritario como legítima y necesaria (cualquier pluralidad del espíritu debe realizarse en la práctica social para que se convierta rápidamente en trivialidad básica, reconocida por todos); 2)la revocabilidad de los delegados y el poder efectivo de las colectividades; es decir, que cualquier labor parcelaria debe ser constantemente encausada y transformada por todos, con objeto de abolir la idea tecnocrática de los especialistas y de la especialización de la revolución: 3)la circulación permanente de las ideas y la lucha contra el acaparamiento de la información y el saber; 4) la lucha contra todas las formas de jerarquización; 5) la abolición en la práctica de la división del trabajo (abatir las barreras entre el trabajo intelectual y el manual, y derrocar la división sexual del trabajo); 6)la gestión por los asalariados de las empresas donde trabajan, acción ésta que por el momento no puede sino ser espontánea, pero que debemos preconizar como una de las posibilidades revolucionarias; 7)proscribir en la práctica las tentaciones judeo-cristianas (como la abnegación y el sacrificio) y comprender que la lucha revolucionaria sólo puede ser un juego en el que todos experimentan la necesidad de jugar.
        La represión –que se hace y se hará tanto más violenta cuanto mayor sea el impacto del movimiento revolucionario en la sociedad- necesita formas de acción que desbaraten a la máquina represiva.  Si pedimos la autorización de los grupos de extrema izquierda prohibidos, y si continuamos luchando para conseguirla, ello sólo es con el fin de acelerar su descomposición y disolución por el mismo movimiento revolucionario.
        Debemos imponernos, como labor esencial, continuar agitando las estructuras burocráticas tradicionales, tanto al nivel de las instituciones como al de la llamada representación de los trabajadores o de los revolucionarios.  Nadie puede representar a otro.
        Crear uno, dos, tres movimientos de enfrentamiento, politizar todas las estructuras de la sociedad, servirse de todas las miniinstituciones existentes para hacer entrar definitivamente la política en la vida (es decir, para despolitizar la vida)…La multiplicación de los centros de contestación descentraliza la vida política y convierte en ineficaz a la represión.  Cualquier acción que responda con la misma moneda a las tentativas de intimidación del poder, sólo puede tener efectos benéficos para todos.  Quebrar el aislamiento de las luchas es luchar en todas partes, es no crear la organización mesiánica que es el partido dirigente.  La coordinación de las luchas debe hacerse –sería imposible de otro modo- a partir de acciones prácticas, y el intercambio de información debe efectuarse con la ayuda de circulares y tribunas, e incluso un periódico cuya responsabilidad de redacción será asumida por un grupo autónomo distinto para cada número.
        Si de lo que se trata, para las minorías activas, es de hacer saltar los cerrojos de las superestructuras sociales, no debemos perder nunca de vista que la autoemancipación de los explotados tiene por corolario absoluto la autoorganización en la acción, la cual desemboca en la autodefensa contra el poder represivo.  El movimiento revolucionario debe reconsiderar por sí mismo su acción, con objeto de obtener las oportunas lecciones de ello.  El tipo de organización que proponemos no puede estar ni a la vanguardia ni a la retaguardia de las luchas, sino en su seno.  Para nosotros, sin embargo, no puede ser cuestión de construir la Organización con una “O” mayúscula, sino de facilitar la creación de una multitud de centros insurreccionales –ya sean un grupo ideológico, un grupo de instituciones o una banda de “blousons noirs” politizando su acción- , discrepando radicalmente de la vida atomizada.
        Todo grupo debe abolir la noción de interior y de exterior para acabar con el sectarismo “honesto” basado en un radicalismo coherente.  Todo grupo debe poseer su propia forma de expresión e información, integrado al exterior en la vida del grupo, y permitiendo de ese modo que una forma de expresión generalizada sea la suma coordinadora de la autonomía de las colectividades activas.
        Los sucesos de mayo-junio han hecho resaltar la fragilidad de las superestructuras de la sociedad ante los ojos de todos.
        Es cuestión de comprender que la burocratización no disminuye la división de la sociedad, sino que, al contrario, la agrava a la vez que la complica.  El sistema funciona en interés de la minoría que está en la cumbre, y la jerarquía no suprime, ni podrá hacerlo jamás, la lucha de los hombres contra esta minoría y sus normas.  Los asalariados (ya sean obreros, calculadores o ingenieros) no podrán liberarse de la alienación y de la opresión, a menos que derriben al sistema suprimiendo la jerarquía e instaurando la gestión colectiva e igualadora de la producción.  Mientras esperamos, la única diferenciación que tiene alguna importancia práctica verdadera es la que existe a casi todos los niveles de la pirámide, entre aquellos que aceptan al sistema y aquellos otros que, en la realidad cotidiana de la producción, lo combaten.
        La revolución “anticipada” de 1968 nos permite entrever un nuevo desarrollo del proceso revolucionario.  Las luchas de los sectores privilegiados (como la Universidad, la información e incluso el cine), suscitan una combatividad a todos los niveles de la pirámide.  Esta fracción, a menudo joven, de la población arrastra a la lucha, desbloqueando los cerrojos ideológicos, a la masa de los asalariados.  La crisis de la cultura capitalista y la descomposición de los valores (en el sentido más amplio) y de su correspondiente personalidad humana, deben ser analizados sin olvidar ni un instante que la “sociedad no es ni puede ser una sociedad sin cultura”.
        La consideración fundamental del capitalismo y los múltiples procesos de conflicto, se traducen y se traducirán, mientras esta sociedad exista, en crisis de naturaleza múltiple, en rupturas del funcionamiento regular del sistema.  Hemos vivido un momento de ruptura desencadenado de una forma verosímil por la crisis de la “cultura” de la “vida” capitalista.  En estos períodos de lucha, los explotados transforman la realidad y, sobre todo, se transforman a sí mismos, de tal suerte que cuando esta lucha prosiga no puede hacerlo si no es a un nivel superior.  La maduración de las condiciones del socialismo no puede ser jamás una maduración objetiva (pues ningún hecho tiene significación fuera de una actividad humana, y querer leer la certeza de la revolución en los simples hechos no es menos absurdo que pretender leer en los astros), ni tampoco una maduración subjetiva en el sentido psicológico.  Los trabajadores de hoy están lejos de tener explicita conciencia de la historia de estas lecciones, que es una maduración histórica (es decir, la acumulación de las condiciones objetivas de una conciencia adecuada, acumulación que solamente puede ser producto de la acción de las clases y los grupos sociales), y que no está gobernada por ninguna ley (lo cual, aun siendo probable, nunca será fatal).  La burocratización de la sociedad plantea explícitamente el problema social conocido: el de la gestión de la sociedad.  Pero ¿para quién y con qué medios?  En tanto que el problema “económico” primario ve disminuir su importancia, el interés y las preocupaciones de los asalariados podrán inclinarse hacia los verdaderos problemas de la vida en la sociedad moderna, hacia las condiciones y la organización del trabajo, hacia el sentido mismo del trabajo en las condiciones actuales, hacia los demás amplios aspectos de la organización social y de la vida de los hombres.
        A todo esto es necesario añadir otro “todo” también importante: la crisis de la cultura y de los valores tradicionales, que plantea cada vez más a los individuos el problema de la orientación de su vida concreta, tanto en el trabajo como en sus restantes manifestaciones (relaciones con la mujer y los hijos, con los demás grupos sociales, con tal o cual actividad “desinteresada”…), y también el de su circunstancia y, finalmente,  el de su significación.  Cada vez menos los individuos pueden resolver sus problemas conformándose simplemente con las ideas y las poses tradicionales y heredadas, e incluso cuando se forman ya no las interiorizan, es decir, que ya no las aceptan como indudables.  Porque esas ideas y esas poses, incompatibles tanto con la realidad social actual como son las necesidades de los individuos, se destruyen en el interior y la burocracia dominante intenta reemplazarlas por la manipulación, la mixtificación y la propaganda.  Pero esos productos sintéticos no resisten mucho más que los otros a la moda del año siguiente, y no pueden engendrar más que conformistas fugitivos y exteriores.  Los individuos están, pues, obligados a inventar, en un grado creciente, respuestas nuevas a sus problemas.  Y al hacerlo, manifiestan su tendencia a la autonomía en su comportamiento y en sus relaciones con los demás, éstas cada vez más reguladas por la idea de que una relación entre los seres humanos sólo puede basarse en el reconocimiento, por parte de cada uno, de la libertad y la responsabilidad del otro en la conducta de su vida.
        Si se toma en serio el carácter serio de la revolución, si se comprende que la gestión obrera no significa solamente un determinado tipo de hombre, entonces hay que reconocer que esta tendencia es tan importante, en tanto que índice revolucionario, como la tendencia de los obreros a combatir la gestión burocrática de la empresa.  El proceso revolucionario de los meses de mayo-junio en Francia no hace más que reafirmar la certidumbre de que un día nos organizaremos nosotros mismos nuestra vida.  No lo haremos –ni lo hacemos- por nuestros hijos- el sacrificio es contrarrevolucionario y resulta de un cierto humanismo estalino-judeo-cristiano-, sino para, por fin, “PODER GOZAR SIN TRABAS”.

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