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jueves, 17 de diciembre de 2015

A 35 AÑOS DEL PLEBISCITO CONVOCADO POR LOS MILITARES URUGUAYOS (Y CHILENOS)

Milicos uruguayos disuelven el congreso, 27/06/73

SABER DECIR ‘NO’ Y REPETIRLO

Diciembre 12, 2015

Las consultas populares pueden ser una buena forma de resolver conflictos, darle legitimidad a una reforma constitucional o permitirle a los ciudadanos proponer políticas. Sin embargo, la cuestión es más compleja cuando el mecanismo de consulta –llamado plebiscito- es propuesto por un jefe de gobierno y en especial por un gobierno autoritario. Este fue el caso del plebiscito de 1980 convocado por  el entonces “Consejo de Estado” (junta cívica-militar presidida por el abogado Hamlet Reyes).

El régimen uruguayo (1973-1984) pretendió formalizar la intervención autoritaria, apelando al respaldo popular directo para aprobar una reforma constitucional que tenía objetivos muy claros. El proyecto recortaba formalmente derechos que ya habían sido avasallados por la dictadura, como la prohibición de allanamientos nocturnos y el derecho de huelga. Las Fuerzas Armadas asumían jurídicamente todas las competencias referidas a la “seguridad nacional” y se reforzaba el Ejecutivo en perjuicio del Legislativo. Respecto a los partidos políticos, se  disponía la eliminación del doble voto simultáneo y se establecía la candidatura única por partido. La representación proporcional integral se modificada, para limitar el funcionamiento y la formación de los partidos políticos. En definitiva, proponía una suerte de democracia tutelada y acotada, con la exclusión de sectores políticos de izquierda y el control sobre los poderes establecidos, la ciudadanía y los partidos políticos tradicionales (Partido Colorado y Partido Nacional).

La propuesta de reforma constitucional ya estaba prevista en el Decreto N° 464/973 del 27 de junio de 1973, así como su ratificación popular (Elaborar un anteproyecto de Reforma Constitucional que reafirme los fundamentales principios democráticos y representativos a ser oportunamente plebiscitado por el Cuerpo Electoral). La puesta en marcha se originó en la confianza desmesurada hacia un poder de persuasión que apelaba al miedo al “comunismo” y al mismo tiempo a la esperanza de una apertura (de aprobarse la reforma, en 1981 habría elecciones). Dicha propuesta se impulsó en una coyuntura económica caracterizada por una supuesta mejora en algunos indicadores, como el crecimiento del producto bruto y la reducción de la desocupación —producto básicamente de la emigración de uruguayos a la Argentina— que contribuyeron a generar optimismo en las cúpulas militares respecto a la aceptación de la ciudadanía. A ello se sumó la necesidad de contrarrestar el progresivo deterioro de la imagen del Uruguay en el exterior (que se reflejó en las manifestaciones de desacuerdo de la administración Carter con el gobierno militar por la violación sistemática de los derechos humanos).

De forma casi simultánea, en Chile el gobierno militar liderado por Augusto Pinochet, propuso también una reforma constitucional. Esta reforma, también plebiscitada en 1980, tenía objetivos similares a los planteados por la uruguaya y en particular contenía una serie de cláusulas “cerrojo” que buscaban constreñir la acción de cualquier gobierno que asumiera en el futuro. En palabras de su ideólogo principal, Jaime Guzmán, la finalidad de esas reglas constitucionales era que “si llegan a gobernar los adversarios, se vean constreñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno mismo anhelaría, porque –valga la metáfora– el margen de alternativas posibles que la cancha imponga de hecho a quienes juegan en ella sea lo suficientemente reducido para hacer extremadamente difícil lo contrario”.

¿POR QUÉ NO EN URUGUAY Y SI EN CHILE?

Suelen compararse Uruguay y Chile, argumentando que ambos tienen una similar tradición democrática del sistema político. Sin embargo, compartimos el criterio de Marcelo Cavarozzi (2013) quien considera que la democracia emergió tan tardíamente en Chile que se podría postular que su establecimiento coincidió casi temporalmente con su caída. A diferencia del caso uruguayo, el régimen político chileno no alcanzó niveles de participación y competencia que permitieran considerarlo siquiera formalmente democrático, hasta muy poco antes de su derrumbe en 1973.  Sólo con la reforma agraria establecida por la Democracia Cristiana de Frei a fines de la década del 60 se debilitó efectivamente el yugo al que estaba sometido el campesinado en el Valle Central y en las regiones del sur. Claro está que esta medida fue revertida por la dictadura militar, con lo que en parte se restablecieron los vínculos jerárquicos en las zonas rurales. Adicionalmente, en el caso chileno el “miedo al comunismo” tenía un referente concreto en la experiencia de los tres años de la Unidad Popular, a la cual el régimen autoritario asoció exitosamente con un rasgo secular de la economía chilena: la inflación y sus efectos negativos sobre los ingresos de los sectores populares. En resumen, en Chile se retornó a las visiones jerárquicas del pasado oligárquico –que no estaba allá lejos en el fondo del pasado—y se instaló creíblemente la idea de que el desorden era producto del régimen socialista y… democrático.

Por el contrario, la democracia uruguaya se desarrolló muy tempranamente y es en la configuración partidaria original y su relación con el Estado, donde se encuentra una de las claves para comprender la particularidad de la política uruguaya. En Uruguay, se conformó una expansión del Estado de Bienestar –limitado y modesto- vinculada estrechamente al triunfo de la democracia representativa. Esto implicó la conformación de una cultura política más democrática en el caso uruguayo.

Éste es quizás uno de los aspectos más importantes, la cultura política, que llevó a que los resultados de los plebiscitos fueran diferentes: mientras que en Uruguay triunfo el “no” (57% frente a un 43%), en Chile el “si” (67% a favor y 30% en contra). Sin embargo, hay otros elementos para considerar en la comparación.

Sin bien en ambos casos hubo restricciones a la libertad de expresión, censura y prohibición, en el caso uruguayo, existieron expresiones de rechazo a través de volantes y pegatinas. La campaña de oposición se hizo especialmente desde el semanario Opinar, algunos editoriales con firma en el diario El Día, los comentarios del entonces periodista (y en democracia Senador de la República) Germán Araújo en CX 30 La Radio. También hubo algunos actos públicos, varios de los cuales terminaron con oradores y  organizadores presos o proscritos. Un jalón importante en la campaña fue el debate televisivo entre Néstor Bolentini y Enrique Viana Reyes (ambos a favor de la reforma) y Enrique Tarigo y Eduardo Pons Echeverry (contrarios a la misma). En ella los opositores al régimen militar derrotaron verbalmente a sus antagonistas. El momento más recordado por la opinión pública fue cuando Pons Echeverry comparó a los civiles que apoyaban al gobierno militar con los “rinocerontes”, en alusión a la obra de Ionesco en la cual asimila la nazificación con la transformación de los humanos en rinocerontes.

Asimismo, los pronunciamientos partidarios en contra del proyecto jugaron un papel importante, a pesar de las fuertes restricciones a la libertad de prensa y los líderes proscritos, presos o exiliados. A partir de 1976 (año en que debían realizarse las elecciones nacionales), los partidos políticos tuvieron un cambio posicional. Frente a los propósitos militares de control y restricción del margen de maniobra de los partidos tradicionales, diversos sectores y líderes políticos comenzaron a proclamar su oposición. Estas manifestaciones surgieron de aquellos grupos políticos tolerados por los militares, que a partir de ese momento retomaron su lugar en la escena política. Todos los sectores partidarios apoyaron el NO con la excepción del grupo de Jorge Pacheco del Partido Colorado y de algunos herreristas y sectores orientados por Alberto Gallinal del Partido Nacional.

En el caso chileno, la censura fue más férrea, así como lo fue el grado de violencia ejercida por la dictadura liderada por Augusto Pinochet.  Además, no fue transparente el acto electoral, ni el resultado del mismo: el ex presidente Patricio Aylwin y otros integrantes de la oposición política objetaron – sin suerte- el resultado. Algunos consideran al plebiscito chileno como un completo “fraude”.

TRANSICIÓN, DEMOCRACIA Y CENTRALIDAD DE LA IZQUIERDA

Las consecuencias más inmediatas del “No” en Uruguay fueron la deslegitimación de los militares y la conformación de un frente común opositor al régimen. El resultado del plebiscito provocó la crisis del régimen militar y abrió el camino a una transición hacia la democratización. Este proceso llevaría cuatro largos años porque a pesar de la derrota en las urnas, los militares continuaron teniendo el poder. El objetivo militar seguía siendo reformar a los partidos tradicionales y oponerse al resurgimiento de los grupos de izquierda. Para ello convocaron a elecciones internas de los partidos tradicionales, en un nuevo gesto autoritario.

Los propósitos declarados de estas elecciones fueron: designar al Directorio del Partido, que tendría 15 miembros y cuya presidencia sería desempeñada por el titular que resultara  más votado; establecer el Programa de Principios del Partido; y designar a los candidatos a la Presidencia y Vicepresidencia de la República, debiendo contar con el respaldo del 25% de los convencionales.

Sin embargo, más allá de estos objetivos, la verdadera finalidad fue fortalecer el bipartidismo y perjudicar a la izquierda. Los militares suponían que al estar proscrito el Frente Amplio, los ciudadanos (especialmente aquellos que votaban por primera vez) socializados o resocializados en el contexto dictatorial, apoyarían a los partidos políticos tradicionales. Se apostaba, además, a que los sectores batllistas del Partido Colorado y los sectores Por la Patria-Movimiento de Rocha (liderados por el dirigente exiliado Wilson Ferreira) del Partido Nacional, fueran derrotados en las elecciones internas. Si el resultado era el anhelado, los sectores autoritarios mantendrían su influencia en los partidos.

Desde el comienzo de la dictadura, los militares pretendieron modificar a los partidos políticos tradicionales para hacerlos más “funcionales”, pero fueron rechazados por la ciudadanía en el plebiscito de 1980 y luego por los políticos en las conversaciones que se sucedieron a lo largo del “proceso militar”. Ante los sucesivos fracasos, ensayaron el último intento: modificar el equilibrio interno de los  partidos a través de una elección interna (con múltiples proscripciones: de partidos y de líderes). Si el resultado correspondía a las expectativas de las Fuerzas Armadas, los sectores más “autoritarios” de cada partido tendrían mayor poder y serían quienes gobernarían a partir de noviembre de 1984.

Frente a las opciones impuestas, la izquierda propuso dos estrategias posibles a sus militantes. La primera fue votar “en blanco”, como manera de “marcar los votos” y obligar a que su existencia real fuera reconocida. Esta posición fue promovida desde la cárcel por el líder histórico del Frente Amplio, Líber Seregni. La segunda fue la de optar por aquellas candidaturas que dentro de los partidos tradicionales representaran las posiciones más cercanas a la izquierda (esta postura sintonizaba con la “tradición” uruguaya que tenía poca inclinación por el voto en blanco). De esta forma, el voto de los frenteamplistas se transformaba en un voto “útil” al dar el apoyo a los sectores más opositores. Ésta fue la postura del Partido Comunista, quien decidió sufragar por las listas del Partido Nacional lideradas por Wilson Ferreira.

Los resultados de las elecciones internas significaron un rechazo rotundo al régimen pues recibieron un mayor caudal de votos las opciones más democráticas (65% frente a un 28% de sectores más cercanos al régimen autoritario y un 7% de votos en blanco). En definitiva, las elecciones de 1982 significaron el retorno legal al bipartidismo y el respaldo ciudadano a los sectores más opositores a la dictadura militar. Respecto al Frente Amplio, sus partidarios prefirieron mayoritariamente votar por algún candidato opositor a sufragar en blanco.

Aunque continuaron las represiones, proscripciones y censuras, el camino hacia la redemocratización se había inaugurado como consecuencia de una cultura política francamente antidictatorial. El Frente Amplio y en particular algunos de sus dirigentes, se constituyeron en actores reconocidos por "los otros", a partir de las negociaciones entre los militares y los partidos políticos. Después de intentar destruir la organización partidaria mediante la ilegalización, la represión y la cárcel, las Fuerzas Armadas, paradójicamente, tuvieron que reconocerlos como interlocutores legítimos.

En definitiva, el Frente Amplio adquirió relevancia política y sobre todo reconocimiento y legitimación tanto de los partidos tradicionales como de los militares que debieron recurrir a este grupo político para que se concretara un acuerdo que habilitara la “salida” de la dictadura. Este proceso de aceptación fue simultáneo al cambio interno de la coalición de izquierda: los líderes frenteamplistas y gran parte de sus militantes revalorizaron la democracia como régimen de gobierno y abandonaron mayoritariamente los comportamientos antisistema. A partir de este momento, el Frente Amplio fue tomando las características de un partido político más en el espectro partidario uruguayo, con capacidad de generar consensos y alianzas más allá de la izquierda. El segundo gran paso fue en 1989, cuando Tabaré Vázquez accedió al gobierno de la capital. Esta victoria electoral significó el reconocimiento del Frente Amplio como un partido de gobierno. El resto, es historia reciente. 

Los resultados de las elecciones internas significaron un rechazo rotundo al régimen pues recibieron un mayor caudal de votos las opciones más democráticas (en su conjunto recibieron un 65% de los votos frente a un 28% de sectores más favorable y un 7% de votos en blanco y anulados). En definitiva, las elecciones de 1982 significaron el retorno legal al bipartidismo y el respaldo ciudadano a los sectores más opositores a la dictadura militar (1). Respecto al Frente Amplio, sus partidarios prefirieron mayoritariamente votar por algún candidato opositor a sufragar en blanco.

Aunque continuaron las represiones, proscripciones y censuras, el camino hacia la redemocratización se había inaugurado como consecuencia de una cultura política francamente antidictatorial.  El Frente Amplio y en particular algunos de sus dirigentes, se constituyeron en actores reconocidos por "los otros", a partir de las negociaciones entre los militares y los partidos políticos. Después de intentar destruir la organización partidaria mediante la ilegalización, la represión y la cárcel, las Fuerzas Armadas, paradójicamente, tuvieron que reconocerlos como interlocutores legítimos.

En definitiva, el Frente Amplio adquirió relevancia política y sobre todo reconocimiento y legitimación tanto de los partidos tradicionales como de los militares que debieron recurrir a este grupo político para que se concretara un acuerdo que habilitara la “salida” de la dictadura. Este proceso de aceptación fue simultáneo al cambio interno de la coalición de izquierda: los líderes frenteamplistas y gran parte de sus militantes revalorizaron la democracia como régimen de gobierno y abandonaron mayoritariamente los comportamientos antisistema. A partir de este momento, el Frente Amplio fue tomando las características de un partido político más en el espectro partidario uruguayo, con capacidad de generar consensos y alianzas más allá de la izquierda. El segundo gran paso fue en 1989, cuando Tabaré Vázquez accedió al gobierno de la capital. Esta victoria electoral significó el reconocimiento del Frente Amplio como un partido de gobierno. El resto, es historia reciente.  
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(1) Un fuerte apoyo recibieron los sectores wilsonistas, partidarios de Wilson Ferreira Aldunate, quien a pesar de haber sido proscrito por los militares y estar exiliado mantuvo su liderazgo dentro del Partido Nacional. En particular, la lista “ACF” ganó en todos los distritos de Montevideo. Las listas blancas wilsonistas expresaron el rechazo más absoluto al régimen militar y fueron apoyadas por la izquierda.

*Alicia Lissidini es profesora titular de la Escuela de Política y Gobierno, Universidad de San Martín

Equipo Internacional – CAD CHILE

Diciembre 17 de 2015

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