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miércoles, 2 de julio de 2014

SOBRE EL FENOMENO DE LOS TRABAJOS DE MIERDA (traducción)



¿Alguna vez has tenido la sensación de que tu trabajo pudiera ser inventado? Qué el mundo seguiría girando sí tú no hicieras eso que haces de 9-5? David Graeber exploró el fenómeno de los trabajos de mierda para nuestra reciente edición de verano – todo aquel que está empleado debiera leerlo atentamente…  

Por David Graeber[1]
Posteado el 17/08/13 en www.strikemag.org

Ilustración por John Riordan


E
n el año 1930, John Maynard Keynes predijo que,a fines delsiglo, la tecnología habría avanzado lo suficiente como para que países como Gran Bretaña o los Estados Unidos hubieran logrado una semana laboral de 15 horas. Hay muchas razones para creer que tenía razón. En términos tecnológicos, somos muy capaces de esto. Y sin embargo, no ha sucedido así. En lugar de ello, la tecnología ha sido manipulada, en todo caso, para encontrar las formas de hacernos trabajar más a todos.Con el fin de lograr esto, se han tenido que crear puestos de trabajo que, efectivamente, carecen de sentido. Enormes franjas de personal, en Europa y América del Norte en particular, ocupan toda su vida laboral efectuando tareas que, en secreto, creen que realmente no necesitan ser realizadas. El daño moral y espiritual que proviene de esta situación es profundo. Es una cicatriz en el alma colectiva. Sin embargo, casi nadie habla de ello.

¿Por qué la utopía prometida por Keynes –todavía se la aguardaba con impaciencia en los años 60- nunca se materializa? La idea en boga es que a él nunca se pasó por la imaginación el aumento masivo del consumismo. Dada la elección entre menos horas y más juguetes y placeres, hemos optado colectivamente por esto último. Esto representa unalinda fábula moral, pero incluso un momento de reflexión nos muestra que ello no puede realmente ser cierto. Sí, hemos sido testigos de la creación de una interminable variedad de nuevos puestos de trabajo e industrias desde los años 20, pero muy pocos tienen algo que ver con la producción y distribución de sushi, iPhones, o con zapatillas de deporte lujosas.

Entonces, ¿qué son estos nuevos puestos de trabajo, precisamente? Un reciente informe que compara el empleo en los EE.UU. entre 1910 y 2000 nos da una imagen clara (y me doy cuenta de uno que casi exactamente hizo eco en el Reino Unido). En el transcurso del siglo pasado, el número de trabajadores empleados en el servicio doméstico, en la industria y en el sector agrícola se ha desplomado de forma dramática. Al mismo tiempo, "trabajadores de servicios de gestión profesional, de administración, oficinistas y de servicios” se triplicaron, con un crecimiento "de un cuarto a tres cuartas partes del empleo total." En otras palabras, los trabajos productivos, tal como se predijo, han sido en gran parte automatizadosa distancia (incluso si se cuentan los trabajadores industriales a nivel mundial, incluyendo las afanosas masas en la India y China, tales trabajadores todavía ni se acercan al porcentaje de la población mundial que solían ser).

Pero en lugar de permitir una masiva reducción de las horas de trabajo para liberar a la población mundial a fin que pueda perseguir sus propios proyectos, placeres, visiones e ideas, hemos visto inflarse el balón no tanto del sector de los “servicios” como el del sector administrativo, incrementándose e incluyendo la creación de nuevas y completas industrias, como los servicios financieros o el telemarketing, o la expansión sin precedentes de sectores como el derecho empresarial, académico y de administración de la salud, los recursos humanos y las relaciones públicas. Y estas cifras ni siquiera reflejan todas aquellas personas cuyos trabajos consiste en proporcionar apoyo administrativo, técnico o de seguridad para estas industrias, o, para el caso, a toda la serie de industrias auxiliares (lavadoras de perros, repartidores de pizza de toda la noche), que sólo existen porque todos los demás están gastando gran parte de su tiempo laboral en todos los demás trabajos.

Estos son lo que yo propongo llamar "trabajos de mierda".

Es como si alguien por ahí arreglase trabajos sin sentido sólo por el bien de mantenernos a todos trabajando. Y aquí, precisamente, radica el misterio. En el capitalismo, esto es precisamente lo que no se suponía que pasara. Por cierto, en los antiguos estados socialistas ineficientes como la Unión Soviética, donde el empleo era considerado tanto un derecho como un deber sagrado, el sistema se componía por el mayor número de puestos de trabajo posibles (por eso es en los grandes almacenes soviéticos tomaron tres secretarios para vender un trozo de carne). Pero, por supuesto, este es el tipo de problema que la competencia del mercado se supone debiera arreglar. Según la teoría económica, por lo menos, lo último que una empresa con fines de lucro va a hacer es gastar dinero en trabajadores que en realidad no necesita emplear. Aun así, de alguna manera, ello sucede.

Mientras las corporaciones puedan decidirse a reducir despiadadamente personal, los despidos y las exoneraciones adelantadas invariablemente recaerán en esa clase de personas que efectivamente están haciendo, moviendo, arreglando y manteniendo las cosas; a través de una extraña alquimia, que nadie puede explicar, el número de asalariados mueve-papeles parece en definitiva expandirse y cada vez más empleados se encuentran a sí mismos, en verdad a diferencia de los trabajadores soviéticos, trabajando 40 o incluso 50 horas semanas en el papel, pero efectivamente laborando 15 horas al igual que Keynes predijo, ya que el resto de su tiempo se dedica a organizar o asistir a seminarios de motivación, la actualización de sus perfiles de Facebook o la descarga de DVD con series o películas para TV.

La respuesta claramente no es económica: es moral y política. La clase dominante se ha dado cuenta de que una población feliz y productiva, con tiempo libre en sus manos, es un peligro mortal (pensar en lo que sucedió cuando esto apenas empezó a aproximarse allá en los años 60). Y, por otro lado, la sensación de que el trabajo es un valor moral en sí mismo y que cualquiera que no esté dispuesto asometerse por sí solo a algún tipo de disciplina laboral intensa para la mayoría de sus horas de vigilia no merece nada, es extraordinariamente conveniente para ellos.

Una vez, al contemplar el aparentemente interminable crecimiento de las responsabilidades administrativas en los departamentos académicos británicos, se me ocurrió una posible visión del infierno. El infierno es un conjunto de individuos que pasan la mayor parte de su tiempo trabajando en una tarea que no les gusta y para lo cual ellos no son especialmente buenos. Dicen que fueron contratados porque eran excelentes ebanistas y entonces descubren que se espera que gasten una gran cantidad de su tiempo friendo pescado. Nose necesita realmente hacer la tarea a realizar –al menos, sólo hay un número muy limitado de los peces que deben ser fritos. Pero, de alguna manera, todos se obsesionan tanto con el resentimiento ante la idea de que algunos de sus compañeros de trabajo pudieran estar ocupando más tiempo en hacer los gabinetes, y no hacer su justa parte de las responsabilidades de fritanga de pescado, que en poco tiempo hay interminables pilas de inútiles pescados mal cocinadosacumulándose por todo el taller y es todo lo que cada cual realmente hace.

Creo que esto es, en realidad, una descripción muy precisa de las dinámicas morales de nuestra propia economía.

*

Ahora bien, me doy cuenta que tal argumento va a provocar objeciones inmediatas: “¿Quién eres tú para decir qué puestos de trabajo son realmente ‘necesarios’? ¿Qué es necesario en todo caso? Tú eres un profesor de antropología, ¿cuál es la ‘necesidad’ de ello? (y de hecho, un montón de lectores de la prensa amarilla tomaría la existencia de mi trabajo como la definición más propia de gasto social derrochador). Y a un cierto nivel, esto es obviamente cierto. No puede haber una medida objetiva de valor social.

No me atrevería a decirle a alguien que está convencido de que estáhaciendo una contribución significativa al mundo que, en realidad, no lo hace. Pero ¿qué pasa con aquellas personas que están ellas mismas convencidas de que sus trabajos no tienen sentido? No hace mucho tiempo tuve de nuevo contacto con un amigo de la escuela que no había visto desde que tenía 12. Me quedé sorprendido al descubrir que en el ínterin, se había convertido primero en un poeta y, a continuación, en el líder de una banda de rock indie. Yo había oído algunas de sus canciones en la radio, sin tener idea de que el cantante era alguien que en realidad conocía. Era evidentemente brillante, innovador y su obra,sin duda, habíailuminadoy mejorado las vidas de personas en todo el mundo. Sin embargo, después de un par de álbumes desafortunados, de perder su contrato, plagado de deudas y con una hija recién nacida, terminó, como él mismo dijo, "tomando la opción por defecto de mucha gente sin propósito: la escuela de derecho". Ahora, es un abogado corporativo que trabaja en una importante firma de Nueva York. Él fue el primero en admitir que su trabajo era por completo carente de sentido, que no aportaba nada al mundo y que, según su propia opinión, no debería realmente existir.

Hay un montón de preguntas que uno podría hacerse aquí, empezando por, ¿qué decir acerca de nuestra sociedad que parece generar una demanda extremadamente limitada de talentosos poetas-músicos, pero una demanda aparentemente infinita de especialistas en derecho corporativo? (Respuesta: si el 1% de la población controla la mayor parte de la riqueza disponible, lo que llamamos "el mercado" refleja lo que ellos piensan que es útil o importante, a nadie más). Pero,sobre todo, muestra que la mayoría de las personas en estos puestos de trabajo son, en última instancia, conscientes de ello. De hecho, no estoy seguro de haber conocido a un abogado corporativo que no pensara que su trabajo era una mierda. Lo mismo ocurre con casi todas las nuevas industrias antes esbozadas. Hay toda una clase de profesionales asalariados que, si te los encontraras en las fiestas y admitieses que haces algo que pueda ser considerado interesante (un antropólogo, por ejemplo), querrán evitar inclusive discutir su línea de trabajo totalmente. Dales un par de copas, y se echarán a lanzar diatribas acerca de la falta de objeto y lo estúpido que en verdad su trabajo es.

Se trata aquí de una violencia psicológica profunda. ¿Cómo se puede siquiera empezar a hablar de la dignidad en el trabajo cuando uno siente secretamente que su trabajo no debería existir? ¿Cómo no podría crearseasí una sensación de profunda rabia y resentimiento? Sin embargo, es el genio peculiar de nuestra sociedad que sus gobernantes han encontrado una manera, como en el caso de los freidores de pescado, para asegurarse de que la rabia se dirija precisamente contra aquellos que en realidad realizan un trabajo significativo. Por ejemplo: en nuestra sociedad parece una regla general que, por ser muy obvio que el trabajo de uno beneficie a otras personas, al menos uno probablemente será pagado por ello. Una vez más, una medida objetiva es difícil de encontrar, pero una manera fácil de conseguir un sentido es preguntar: ¿qué pasaría si toda esta clase de personas simplemente desapareciera? Di lo que quieras acerca de las enfermeras, los recolectores de basura o los mecánicos, es obvio que si fueran ellos los que desaparecen en una nube de humo, los resultados serían inmediatos y catastróficos. Un mundo sin profesores o trabajadores portuarios no tardaría en estar en problemas, e incluso uno sin escritores de ciencia ficción o los músicos de ska sería claramente un lugar menos importante. No es del todo claro cómo la humanidad sufriría si desaparecieran de manera similar todos los gerentes en jefe de los grandes capital privados [CEOs, N del R], los grupos de presión, los investigadores de relaciones públicas, actuarios, telemarketers, agentes o asesores legales (muchos sospechan que podría mejorar notablemente.) Sin embargo, aparte de un puñado de excepciones bien publicitadas (médicos), la regla se mantiene sorprendentemente bien.

Inclusive aún más perverso, parece ser que hay una amplia sensación de que esta es la manera que las cosas deberían ser. Esta es una de las fortalezas secretas del populismo de derecha. Lo puedes ver cuando los tabloides refuerzan el resentimiento en contra de los trabajadores del tren subterráneo por paralizar Londres durante sus disputas contractuales: el mero hecho que los trabajadores del metro puedan paralizar Londres muestra que su trabajo es realmente necesario, pero esto parece ser precisamente lo que molesta a la gente. Es aún más claro en los EE.UU., donde los republicanos han tenido un éxito notable movilizando el resentimiento en contra de los maestros de escuela o de los trabajadores del automóvil (y no, de manera significativa, en contra de los administradores de la escuela o los administradores de la industria automotriz, que en realidad son los causantesde los problemas), por sus sueldos y beneficios supuestamente inflados. Es como si se les dijera: "pero,¡si tienen la oportunidad de enseñar a los niños! ¡O de fabricar los automóviles! ¡Tienen la oportunidad de tener trabajos de verdad! Y más encima,¿tienen el descaro de esperar también las pensiones de la clase media y los seguros de salud?".

Si alguien hubiera diseñado un régimen laboral perfectamente adecuado para mantener el poder del capital financiero, resulta difícil ver cómo podrían haber hecho un trabajo mejor. Los trabajadores reales y productivos son implacablemente exprimidos y explotados. El resto se divide entre un estrato aterrorizado, universalmente denostado, los desempleados y un estrato más grande compuesto por aquellos que básicamente se les paga por no hacer nada, en puestos diseñados para hacerlos identificarse con las perspectivas y sensibilidades de la clase dominante (gerentes, administradores, etc.) –y, en particular,con sus avatares financieros-, pero, al mismo tiempo, para fomentar en ellos un resentimiento latente contra cualquier persona cuyo trabajo tenga un valor social claro e innegable. Evidentemente, el sistema nunca fue diseñado de manera consciente. Surgió de casi un siglo de ensayo y error. Pero es la única explicación de por qué, a pesar de nuestras capacidades tecnológicas, no estamos todos trabajando 3-4 horas al día.


David Graeber es profesor de Antropología en la London School of Economics. Su libro más reciente, “El Proyecto Democracia: Una Historia, una Crisis, un Movimiento”,[2] lo publicó Spiegel& Grau.



Traducción: EQUIPO INTERNACIONAL –CAD CHILE
Julio 2 de 2014

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