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miércoles, 18 de enero de 2012

KROPOTKIN Y EL PROLETARIADO JUDÍO/ RUDOLF ROCKER.

Kropotkin y el proletariado judío / Rudolf Rocker
Capítulo para el libro de homenaje que publicará José Ishill en Estados Unidos con artículos de Oscar Wilde, Romain Rolland, Jorge Brandes, etc.
Quien visite por primera vez las angostas y tortuosas calles del East End, el barrio de los inmigrantes rusos en la parte Este de Londres, que se extiende desde Boshopsgate hasta Bow y desde Bethnal Green hasta la zona de los diques, se sentirá sorprendido por su original aspecto que se destaca tan notablemente de lo ordinario de las calles londinenses y sobre el cual parece extenderse una atmósfera muy especial. Involuntariamente se olvida uno que está en Londres y se cree trasladado a un mundo lejano. En manera alguna es edificante el espectáculo de este dédalo de calles en el cual sólo sabe orientarse el iniciado, con su población exótica y los sombríos estigmas de la miseria proletaria, que el visitante abandona con una sensación de alivio. Pero pocos son los que saben que tras las negruzcas paredes en las que el tiempo ha hecho estragos no vive sólo la aflicción, sino que también anida allí un idealismo esperanzoso, dispuesto a todo sacrificio, como se hallará pocas veces. Yo he vivido dieciocho años en este mundo particular, a donde me llevó la casualidad y donde he recibido las impresiones más fuertes e indelebles de mi vida.
El noventa por ciento de la población de esa barriada está constituida por proletarios judíos de Rusia y Polonia, que por las persecuciones inhumanas del viejo sistema zarista fueron arrojados de su patria y encontraron allí un refugio. Crearon nuevas industrias, principalmente en la sastrería de confección, para poder pasar su humilde existencia en país extraño. Y fue en este curioso ambiente donde un pequeño grupo de intelectuales desenvolvió hace cuarenta años un movimiento obrero socialista, cuya historia aun no ha sido escrita pero que acaso constituya uno de los capítulos más interesantes del movimiento obrero internacional. Allí se fundó hace treinta y cinco años el “Arbaiter Fraind”, que junto con “Les Temps Nouveaux” de París y el “Freedom” londinense, es el más viejo periódico anarquista que todavía se publica. Pero no es éste el lugar para que nos ocupemos de la accidentada y ardua historia del movimiento anarquista judío; sólo nos interesa aquí la relación que con él tuvo Pedro Kropotkin.
Para los inmigrantes del barrio Este era el nombre de Kropotkin una especie de símbolo. Nadie ha influido tanto como él en el desenvolvimiento del movimiento obrero judío. Sus escritos constituyen la verdadera base de la educación socialista de la clase obrera judía y fueron difundidos en muchos miles de ejemplares. Para hacer posible la edición de esos libros los distintos grupos, principalmente el del “Arbaiter Fraind”, desarrollaron una acción de sacrificio y de abnegación como no lo he encontrado jamás. Se daba efectivamente lo último, en la acepción más atrevida de la palabra. Había una verdadera rivalidad en el sacrificio y en la solidaridad. Nadie se dejaba superar por los demás. Mujeres jóvenes que bajo el mal reputado sistema del sweating (trabajo a destajo) ganaban penosamente diez o doce chelines a la semana daban regularmente su óbolo para la causa común y contribuían con lo último para no quedar a la zafa de sus correligionarios masculinos. En esta forma el mencionado grupo pudo, en un término que alcanza a tres años, editar cerca de medio millón de libros y folletos, entre ellos muchas obras de algunos centenares de páginas como Palabras de un rebelde y La conquista del pan de Kropotkin, las Memorias de Luisa Michel, La sociedad moribunda de Grave y muchos más.
Puede decirse que Londres fue la escuela donde los recién llegados de Rusia y Polonia, empujados hacia Inglaterra por la incesante corriente emigratoria, fueron ganados para las nuevas ideas y desde allí la propaganda se expandió a todos los países. La desocupación, las penurias materiales, y muchas veces aquel instinto andariego que constituye la segunda naturaleza de muchos proletarios judíos, llevó centenares de buenos camaradas de Londres a Francia, Bélgica, Alemania, Egipto, Sud África, Australia y a la América del Norte del Sud. Pero la mayoría de ellos quedaban en contacto permanente con el movimiento londinense y desarrollaban en su nueva órbita una incansable actividad hasta que allí también surgieran grupos dedicados a la propaganda anarquista entre los inmigrantes. Al mismo tiempo prestaban ayuda financiera a los camaradas de Londres para que pudieran continuar su labor.
Pedro Kropotkin no sólo ejerció su influencia sobre el movimiento obrero judío en Inglaterra por sus escritos, sino que estaba también personalmente muy vinculado a él y se interesó vivamente en sus luchas y empresas. Cuando después de salir de la prisión de Clairveaux se trasladó a Londres, en 1886, era huésped frecuente en el Berner Street Club, entonces centro espiritual del movimiento obrero israelita en Londres. Después, cuando su crónico mal cardíaco le imposibilitaba cada vez más concurrir a las asambleas públicas, también sus visitas al barrio Este disminuyeron; pero el contacto espiritual entre él y el movimiento judío persistió y asumió, especialmente con el desarrollo del movimiento anarquista en Rusia, formas muy regulares. Durante los primeros años del presente siglo muchos camaradas de Londres volvieron a Rusia para activar en círculos secretos la difusión de las ideas anarquistas. Muchos de ellos murieron allí en manos del verdugo y muchos fueron sepultados por largos años en las cárceles de Rusia y Siberia.
Se establecieron vinculaciones secretas entre Londres y Rusia, que fueron mantenidas por una activa correspondencia y por emisarios especiales. Una enorme cantidad de libros en ruso e idish se introdujo clandestinamente a Rusia desde Londres, para ayudar a los camaradas de allí en su infatigable actividad. Para fomentar el movimiento en Rusia se fundó más tarde el “Jlieb y Volia” (Pan y Libertad), encabezado por Kropotkin.
En Inglaterra misma el movimiento judío adquirió enorme incremento, principalmente antes y después de la revolución de 1905. Los sindicatos judíos en los cuales los anarquistas trabajaban incansablemente se desarrollaron con vigor. Grandes movimientos huelguistas sacudían hasta lo más profundo el barrio de inmigrantes y la agitación anarquista asumió proporciones nunca vistas. En esa época, el “viejo”, como se le llamaba a Kropotkin en los círculos obreros israelitas, venía más a menudo al barrio Este y hasta hablaba en reuniones a pesar de habérselo prohibido severamente el médico. Recuerdo especialmente una asamblea que se realizó en Diciembre de 1905, en el aniversario de los decembristas, en nuestro Club de Jubilee Street y que dejó en mí indeleble impresión. Kropotkin era uno de los oradores de la velada. Para evitar una afluencia excesiva habíamos prescindido de toda invitación pública, como que la compañera de Kropotkin nos había encarecido que tuviéramos consideración al estado del viejo. Pero la noticia se propagó con la rapidez del rayo. Cuando llegó la noche, la gran sala y la galería rebosaban de gente y muchos centenares de personas debieron volver por no haber podido entrar; Kropotkin fue recibido con enorme entusiasmo. Su voz temblaba ligeramente cuando comenzó a hablar. Era cual si un fluido misterioso partiera de ese hombre llegando a lo más íntimo de los oyentes.
He oído muchas veces hablar a Kropotkin, pero sólo una vez había recibido una impresión como la de la asamblea del Jubilee Street Club.
Fue en una demostración, en Hyde Park, para protestar contra los vergonzosos pogroms de Kischinev.
La terrible tragedia de Kischinev, que fue directamente organizada por el gobierno ruso, causó una enorme impresión entre los habitantes de East End. Las organizaciones de todos los partidos y tenencias se reunieron en una conferencia para planear esa demostración. Fue una de las más impresionantes demostraciones que Londres ha presenciado. Muchos millares de obreros judíos marcharon desde Mail End hasta Hyde Park. Toda una serie de eminentes oradores de todas las tendencias fustigaron con amargura la horrenda política sanguinaria del criminal von Pleve.
Cuando Kropotkin llegó a la esquina de Hyde Park fue saludado por una gran masa de obreros judíos, que rodearon a su “viejecito” y lo condujeron al lugar de la asamblea. Allí fue llevado con todo cuidado a la tribuna donde lo esperaban los otros oradores. Cuando comenzó a hablar volví a oír en su voz el temblor característico que siempre me había impresionado profundamente. Después de algunos minutos su voz se hizo más fuerte y más clara. Sus palabras fueron una acusación fogosa contre el régimen sanguinario de los opresores rusos y cada palabra parecía un golpe de martillo.
La bondad, que daba siempre a su semblante una expresión tan extraordinaria, había desaparecido. Sus ojos brillaban y la blanca barba temblaba al parecer ante su acusación vigorosa. Hacía la impresión de un profeta que despierta la conciencia de su pueblo. Cada palabra venía del alma y encontraba un inmenso eco en los corazones de aquellos millares de hombres que se hallaban como aferrados a los sitios que ocupaban y leían las palabras en sus labios.
Cuando terminó su discurso todo su cuerpo temblaba de intensa excitación, su cara estaba extraordinariamente pálida. Los que le oyeron hablar aquella vez jamás se olvidarán de esa impresión.
En 1911 estalló la gran huelga de sastres en East End. La huelga comenzó como acto de simpatía para ayudar a los obreros sastres de West End, que desde hacía varias semanas estaban en la brega. Pero durante el transcurso de la lucha adquirió el carácter de huelga contra el sistema de sweating y adquirió formas gigantescas. Cerca de diez mil obreros se hallaban en lucha. Durante seis semanas batallamos día y noche. El compañero Schapiro informaba al viejo de todo cuanto ocurría, pues yo me hallaba muy ocupado. En cuanto la huelga pasó, recibí de él una carta en la cual me invitaba a que fuera a verlo. Después de algunos días lo fui a visitar. Le informe sobre todos los detalles del gran movimiento: cómo comenzó y se desenvolvió y cómo después de una difícil y amarga lucha concluyó con un triunfo completo de los obreros.
Fue una verdadera huelga de hambre. Dinero no había; apenas si se podía pagar a los huelguistas cuatro, seis u ocho chelines por semana.
En muchos clubs obreros se hicieron cocinas colectivas. El gremio de panaderos hacía pan para los huelguistas. Los obreros cigarreros les suministraban cigarrillos. Fueron empleados todos los medios de la acción directa y muchos obreros fueron arrestados. Al último ya no había medios para continuar. Eran las doce de la noche cuando en el Teatro Pavillon se realizaba la gran asamblea que debía decidir si se continuaría o no con la huelga. El teatro estaba repleto. Muchas mujeres estaban con sus maridos. Cuando llegó la cuestión de concluir la huelga, toda la asamblea como un solo hombre grito: ¡No! ¡No! Y se produjo un enorme tumulto. Era el triunfo. En seguida después de la asamblea la Asociación Patronal se dividió y los obreros pudieron ver que no habían sufrido en vano.
Todo se lo relaté al viejo. El escuchaba mis palabras con la mayor atención y hacía anotaciones. Y cuando después le dije que estos mismos obreros judíos, que recién habían terminado una lucha gigantesca, cumplían un deber de solidaridad al tomar algunos centenares de niños de los obreros portuarios en huelga para así ayudarlos en su lucha desesperada contra Lord Devenport, le asomaron lágrimas en los ojos y en silencio me apretó la mano. Ambos callábamos. Después le dije: “¡Creo que es también una hermosa contribución al capítulo de la ayuda mutua!”…
“¡Seguro! ¡Seguro! -contestó-. – ¡Y mientras vivan en las masas fuerzas así no hay ningún motivo para dudar del porvenir!”
Podría relatar más episodios interesantes para ilustrar las estrechas relaciones entre Kropotkin y el movimiento obrero judío, pero es suficiente.
Cuando conmemoramos el 70 aniversario del natalicio del viejo con una brillante asamblea en el Teatro Pavillon, donde oradores de todas las tendencias y partidos tomaron la palabra, dijo Bernard Shaw en su discurso: “Creo que de todas las manifestaciones que se realicen para expresar a Kropotkin afecto y simpatía, ninguna le será tan cara como este saludo de los proletarios judíos de East End”.
No sé si Shaw conocía las relaciones de Kropotkin con el proletariado judío, pero sus palabras acertaron en la verdad.

Extraído del libro “Artistas y Rebeldes” de Rudolf Rocker (1873-1958) anarcosindicalista, escritor y activista alemán. 



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